“El estribillo es una de mis habilidades, posta” –dice Pancho, como si estuviera repasando los skills de un futbolista en la play,– “Basándose en una palabra o frase, te puedo ir armando todo”. Estamos en un bar del centro de Córdoba, y en ese momento no hablamos de Valdes, sino de su amor por las canciones. A pesar de proyectar una imagen de adonis pop, Pancho habla con la calidez y el entusiasmo de un niño. “Siempre escuché canciones, más que discos. Me gusta que me cuenten una historia y me transmitan algo que pasó a través de la música”, dice mientras repasa sus canciones preferidas, que van desde Incubus y los Doors a hasta Michael Jackson y Pedro Aznar, cantando los estribillos con su característico falsete. Como en el escenario, muchas de las cosas que cuenta las pone en contexto, las actúa. Este gusto por la interpretación es lo que lo lleva a perfeccionar sus técnicas y, en particular, a esquivar el vocoder o el auto-tune. “Esas herramientas te roban mucha expresión… siento que un cantante puede crear un montón de dinámicas y expresar mucho más con su propia voz”.
Hijos de abogados y músicos aficionados, los hermanos Valdes se acercaron a la música desde pequeños, aunque luego hicieron recorridos distintos: Pancho tomó un camino “empírico” –como le gusta decir– tocando la batería en distintas bandas de rock, y fue después de varias experiencias que se animó a cantar y desarrollar su faceta de frontman; Edu estudió música y guitarra desde chico, se fogueó en el jazz y su facilidad de aprendizaje y su intuición lo llevaron a convertirse en una suerte de niño prodigio (algo que luego se convirtió en un karma personal). “Yo había empezado a tocar desde muy chico y en un lugar donde estaba lleno de músicos. Al ver que era bueno, pasé a sentir que tenía puesta la mirada del otro todo el tiempo. Eso generó una especie de pose, que no era más que el intento por satisfacer las expectativas que tenían los demás”, cuenta Edu en la tranquilidad de su departamento. Darse cuenta de esa situación lo motivó a iniciar una búsqueda personal y a tocar con bandas de géneros completamente distintos –cuarteto, cumbia, rock, funk, folcklore–. “Empecé a entender la música desde otro lado, más allá de la rotulación de cada estilo. Eso me hizo derribar un montón de prejuicios. Fue el primer paso de un proceso de deconstrucción, que empezó con la música y que luego continuó con mi propia persona: la deconstrucción de Edu frente al mundo”. A diferencia del ritmo de Pancho, la cadencia de Edu es reflexiva y la lleva adelante con la templanza (y la armonía) de un monje spinetteano.
Pero más allá de las diferencias, es notable la manera en que sienten lo mismo sobre las cosas que les importan. “La música como fuente, como poder intangible, es algo que es mucho más grande que el músico”, confiesa Edu, mientras Pancho, en otro momento y lugar, dice: “Cuando terminás de componer una canción, la gente que la escucha la lleva a un plano de identificación que tiene que ver con sus vidas y relaciones. La música no es de uno, sino de todo el mundo”.
Ese respeto y esa pasión compartida, sumados a una concepción desprejuiciada de los géneros basada en su afecto por las canciones bien hechas, parece ser la clave del equilibrio interno de Valdes y la fuente que nutre la vitalidad de sus composiciones. Cada uno sabe qué papel tiene en el juego de la canción, pero sobre todo cuál es el aporte y la fuerza que tiene el otro en esa fórmula. “Para que algo sea simétrico, debe tener asimetrías internas”, explica Edu, casi en un sentido taoísta, dando a entender que el encanto de sus canciones no es más que el resultado de la combinación justa y proporcional de sus diferencias.
Cuando Edu dice que “el músico tiene que estar al servicio y disposición de la música, y no al revés”, se comprende su manera de tocar y componer –sus notas y texturas brillan a partir de pausas, silencios y arreglos minimalistas–, y se entiende un poco más la conexión entre ellos y su público. Ellos son uno más dentro de esa experiencia, y ese aprecio por los vínculos no se limita a la composición de una canción o la performance en un show –donde Pancho reduce distancias con su mirada o bailando junto al público–, sino también en actos mucho más cotidianos, como responder mensajes en redes o vender sus propias entradas: “En Instagram les respondo a todos. Incluso para vender entradas hago delivery y voy a sus casas. Está muy bueno tener una relación más directa. Es lindo ver las reacciones al abrir la puerta, porque claramente es algo que no esperan”, cuenta Pancho.
Estos gestos hacen que en Valdes el placer y el disfrute se vuelvan una premisa colectiva. En sus shows aprovechan para generar efectos de intimidad, una propuesta que invita al trance y a las pulsiones más elementales e instintivas de la danza. Pero también, desde la simpleza de sus letras –el hit “Únicos en el mundo”, “Cerca” o “Callar”–, generan otras formas de cercanía: “Recuerdo que una vez me escribió una chica contándome que se sentía muy identificada con la letra de ‘Las cosas’, que habla de una ruptura y de lo que significa extrañar y sentirse hecho mierda. Me decía que la escuchaba en el bondi y que se sentía acompañada. Fue lindo saberlo, acompañar a alguien es increíble”.
Conscientes de lo que significan las exigencias del trabajo profesional, la banda se muestra optimista respecto a las posibilidades de hacer música desde el interior del país, a la vez que reivindica la actualidad y la vigencia estética de las nuevas escenas nacionales. En palabras de Pancho: “La escena cordobesa está instalada y sigue creciendo, tanto a nivel de bandas como de producciones. En los últimos años se ha notado un salto de calidad, como sucede con la movida de La Nueva Generación (un festival local que reúne a los principales exponentes nacionales de la nueva música argentina). Hoy es opción ver bandas nuevas y de Córdoba. Se ha vuelto todo muy federal”.
Junto a bandas grupos como Telescopios o Usted Señálemelo, Valdes se presenta como la avanzada de una nueva generación de artistas que prometen renovar la música nacional desde una perspectiva más electrónica, más fresca y en sintonía con las tendencias más sofisticadas de la música global. “Nuestra ambición es poder dejar una huella. Creo que eso es a lo que apuntan varias bandas de la escena”, comenta Edu, y con el synth pop chileno como referencia, anticipa una idea que podría plasmarse en futuros trabajos: “Me gustaría elevar la música, llenarla de otros detalles nuevos, encontrar elementos de arraigo y trabajarlos para aseverar más nuestra posición en el mapa”.
Las entradas para su show en formato full band del viernes 19 de octubre se pueden conseguir en AlPogo.