La casa de Travis Scott es un desorden, pero no de la forma en que uno espera de un rapero-productor de 25 años que trabaja, viaja y fuma marihuana constantemente. La ultramoderna mansión, ubicada cerca de unos bungalós modestos del silencioso barrio de Beverly Grove, en Los Ángeles, está repleta de tantas cosas cool e interesantes que sería imposible hasta para el decorador más hábil tratar de encajar todas las piezas juntas. “Esto no es nada”, dice Scott, pitando en su sofá un cigarrillo armado mientras que su DJ de gira, Chase B, y un amigo juegan un peleado partido de NBA 2K. “Deberías ver mi casa en Houston”, completa.
El hall de entrada está atiborrado con pilas de cajas de zapatillas edición limitada, casi todas de Nike, para quien Scott recientemente diseñó un modelo propio de Air Force 1 con cierres de velcro intercambiable. Entre medio de dos pilas hay una escultura de cartón de 1,60 metros de la cabeza de un demonio, algo que Scott dice haber hecho cuando era adolescente, y que ahora combina con una alfombra de cruces de Black Sabbath y dos estatuas de gárgolas gemelas en su mesa ratona. Un cuarto soleado con vista a la autopista está lleno de pinceles, atriles y pinturas abstractas hechas por Scott y sus amigos: “Me encanta levantarme y salpicar un poco”, dice. El estudio de grabación, pegado a un microcine, cuenta con otra de sus esculturas, una terrorífica criatura inspirada en H.R. Giger y un collage de escenas cortadas de revistas porno al que su dueño responde con una carcajada al ser preguntado por ello. El living desborda de pop art. Hay unos cubos lujosos y unos cuantos almohadones de suelo color arcoíris de Murakami. En el piso, casi olvidado y en una caja abierta por la mitad, hay una placa de platino por uno de sus tantos hits. “La gran mayoría está en el garaje –balbucea Scott–. Realmente no me gusta mucho hablar sobre todo lo que hago”.
Esta casa, con todas sus curiosidades, no está hecha para impresionar o para dormir, sino para inspirar a Scott, un científico loco que combina todo junto en una cadena incansable de trabajo, creación y repetición. Al menos cuando está acá –y viendo la cantidad de plantas tropicales marchitas dentro de su casa, eso no ocurre seguido–.
Durante diciembre, Scott tocó para casi 20.000 fans (atado a un pájaro mecánico enorme y volador); pasó tiempo con su familia (que vino de Houston, su ciudad natal, que suele frecuentar) y con su supuesta novia Kylie Jenner, quien estaría esperando su primer hijo. Después de eso viajó a París para revelar una edición limitada, cubierta en cuero, de un compilado en vinilo, lanzado en colaboración con Yves Saint Laurent. También lanzó Huncho Jack, Jack Huncho, su álbum colaborativo con Quavo, uno de los miembros de Migos, con un sorprendente debut en el tercer puesto del Billboard 200, y a la vez, terminó su tercer disco, Astroworld, que se publicará durante el primer cuatrimestre de 2018. Casi todas las noches está dentro del estudio hasta el amanecer.
“Así es mi agenda desde hace seis, siete años –dice Scott–. Tengo muchas cosas que hacer, mucho por cubrir. Toda mi vida estuve sin vacaciones”. ¿A dónde irá cuando finalmente tenga algo de tiempo libre? “Mierda –responde–. Al cielo, ojalá”.
Pero el cielo tendrá que esperar. Scott tuvo seis años de un lento pero continuo crecimiento de carrera, gracias a un constante régimen de giras, colaboraciones con casi todos los raperos que importan y, no menor, un sonido único (beats de trap con sintetizadores oscuros, efectos de voz robóticos y frases hedonistas) que reúne prácticamente todo el horizonte sónico del rap que lo rodea. Esa influencia llegó a todas partes, desde Kanye West hasta Migos y Future. Su primer álbum, Rodeo, de 2015, llegó al Nº 3 del Billboard 200, mientras que su sucesor, Birds in the Trap Sing McKnight, subió al Nº 1. En el camino encontró un admirador un poco inesperado. El expresidente Barack Obama citó Butterfly Effect, de Scott, como una de sus canciones de rap favoritas de 2017.
Luego de abrir los shows de Kendrick Lamar en la gira del año pasado, Scott dice ya estar listo para llenar estadios por su cuenta en 2018. Impulsado por el mencionado pájaro animatrónico y la presencia explosiva y su destreza física, el show de Scott se ha convertido en uno de los espectáculos de rap más geniales, aunque no sin algunos traspiés legales de por medio. El pasado abril, un fan quedó paralizado luego de caer de un balcón durante un concierto en Terminal 5 de Nueva York, iniciando una demanda contra el rapero. En mayo Scott fue imputado por incitar disturbios en un show en Arkansas, cargo del cual Scott se consideró inocente. Hoy dice: “Nada de lo que hacemos está pensado para herir a alguien. Que los chicos se diviertan no quiere decir que haya violencia”.
El enorme pájaro de Scott es mucho más que una herramienta teatral. Se trata de una manifestación física de su racha competitiva (¿qué otra cosa podría competir con una performance de Lamar?) y de su ambición. “No quiero que el rap se sienta como algo descartable –afirma–. Quiero que vuelva a durar mucho”.
Con sus memorables muletillas gritadas (“It’s Lit”, “Straight Up!”) y canciones evocando largas y humeantes noches fiesteras, Scott ha definido la música del momento. Pero en vez de surfear la moda, él, al igual que su mentor West, quiere ser reconocido por su visión singular; una que completa con un ave de rapiña. “Esa es mi misión, man –dice Scott desde el sillón, mientras Huncho Jack suena a través de unos parlantes–. Trabajé tanto en Rodeo and Birds. Quizás no fue muy reconocido por el público general, pero a mis fans les encantó. Este año mi misión es que me escuchen”.
Scott parece impulsado por la sensación de que es poco apreciado: un colaborador y productor que triunfa mejorando el sonido de los demás, pero cuyo carácter de estrella individual continúa en las sombras. “Él lo usa como un golpe hacia sí mismo”, dice Randall “Sickamore” Medford, un veterano A&R que trabajó codo a codo con Scott en todos sus discos, incluido Astroworld. Medford es ahora Senior VP A&R y director creativo en Interscope.
La idea no es del todo infundada: al prender la radio es probable que escuches más raperos aspirantes a sonar como Scott de lo que podés escuchar al mismo Scott. De los 20 hits que ubicó en el Billboard 200, excluyendo los pertenecientes a Huncho Jack, solo siete lo tienen a él como artista principal, y solo cuatro de esos son de sus esfuerzos en solitario. Scott tuvo su primera nominación al Grammy como artista recién en diciembre pasado, como Mejor Colaboración Rap/Cantada, por sus versos como invitado en Love Galore, de SZA, y admite que estaba “superdecepcionado” cuando los Grammy ignoraron a Birds el año pasado. “Quizás nadie escuchó el álbum, no lo sé”, murmura. Aun así, no parece herido. “Quizás no digo las cosas en voz alta. En algún momento, espero que la gente se ponga al día –dice–. Solo quiero que la música hable por sí misma”.
Aquella es una sentencia exagerada en el rap actual. En tiempos en que reinan los singles virales, Scott se declara orgullosamente como un artista de álbumes. “Yo no trato de hacer música para los demás. Realmente no hago singles”, afirma.
“A diferencia de muchos artistas que piensan que todo se trata sobre lanzar discos comerciales, Travis siempre fue fiel a sí mismo –expresa Sylvia Rhone, presidenta de Epic, el sello que edita a Scott–. Él siempre estuvo poco atento a lo que son los hits de la radio. En cambio, se enfocó en sus fans”.
Compañeros y mentores
Scott estuvo esperando pacientemente este momento desde su niñez. Nacido con el nombre Jacques Webster Jr., creció en Missouri City, Texas, en un hogar de clase media de los suburbios de Houston. Su madre, que trabajó para Apple, y su padre, un emprendedor, le pagaron lecciones de batería y piano. Mientras estudiaba en la Universidad de Texas, donde empezó a enviar música a blogs de rap y unos cuantos mails a gente de la industria, Scott se ganó la atención de Mike Dean, un productor conocido por su trabajo con West y grandes raperos de Houston como Scarface. Luego de abandonar los estudios para dedicarse al rap de tiempo completo, T.I. lo contrató para su sello Grand Hustle, que terminó firmando a Scott con Epic.
Al mismo tiempo, West reclutó a Scott para su sexto álbum, Yeezus, el experimento abrasivo que dividió a sus fans y que al mismo tiempo se lanzó algunas semanas después del mixtape debut de Scott, Owl Pharoah, de 2013. A pesar de que Scott fue solo reconocido por tres canciones (ofició de coproductor y agregó programaciones), su sonido fue considerado una influencia crucial para Yeezus. Ahora, West parece ser el norte que está buscando Scott, a pesar de que también admira abiertamente a Lamar, de quien dice haber aprendido mucho al verlo ingresar a los estadios en la gira de DAMN. “De todas las cosas, lo que más aprendí fue a empezar un disco y hacerlo gigante sin cambiarme a mí mismo –dice Scott–. Solo mantenerlo puro”.
Scott es conciso y mantiene distancia, hasta que le pregunto cómo sus mentores ayudaron a impulsar su carrera. “Eso hace que mi carrera suene como algo inusual, así como: ‘A Travis lo ayudaron de esta forma…’”, afirma. De repente, esa teatralidad suya que maneja tan bien arriba del escenario emerge, y empieza a actuar como si fuese un robot. “Vos tenés a T.I., Mike Dean, Kanye…”, dice con una entonación dramática, apuntando con sus brazos uno por vez mientras hace sonidos de Transformers. “¡Tenés a Travis!”, expresa triunfador, como si sostuviera una espada en el aire.
“Travis puede rapear, cantar, hacer beats –dirá más tarde Dean–. Es un artista autosuficiente. No necesita de la ayuda de nadie”. Seth Rogen se hizo amigo de Scott cuando el rapero lo entrevistó para su show en Beats 1, Wav Radio. “Tocó algunas canciones y fue muy asertivo y específico con el ingeniero de sonido, porque no estaba contento con cómo estaba tocando –recuerda Rogen–. Entonces él mismo se fue a la consola a ajustar los niveles. Me sorprendió eso, lo meticuloso que es”. Y el humorista también va más allá: “Aparte de eso, son muy pocas las personas con las que fumo mucho porro y me llevo bien”.
A pesar de ese riguroso enfoque, Scott está abierto a colaborar en el estudio. Los álbumes colaborativos de rap ya son tendencia. Desde Big Sean y Metro Boomin hasta 21 Savage con Offset y Metro Boomin, todos han editado discos en los últimos meses, aunque Scott es sin dudas el mejor coequiper de la actualidad. Huncho Jack abre con Modern Slavery, que samplea Cigarettes and Coffee de Otis Redding en lo que parece ser un guiño a Otis, el single más exitoso de uno de los proyectos colaborativos más significativos del género, Watch the Throne, de Kanye West y Jay-Z, de 2011. Quavo y Scott manejan una química fluida. “Tuvimos esa buena onda desde el día uno –confiesa Scott–. No es solo la música, nos entendemos con solo mirarnos a los ojos. Él es mi hermano mellizo”.
Huncho Jack suena despreocupado y enérgico, pero le falta ese carácter de tormenta e ímpetu que quizás está guardando para Astroworld. Sickamore dice que el álbum va a estar vagamente inspirado en Houston y su sonido lento, de bajos fuertes, pero tanto él como Scott se rehúsan a revelar más detalles para preservar el elemento de sorpresa, pero también porque aún es un trabajo en construcción. “Todavía no tengo idea de qué habrá en él”, dice Scott, aunque cuando se le pregunta sobre West, Scott implica sutilmente que está involucrado de alguna manera: “Le mostré algunas canciones. Siempre estamos hablando, siempre trabajamos en algo. Lo veo todos los días”.
Para Scott, haber lanzado Huncho Jack a fin de año fue un movimiento astuto, pero con cierta naturalidad y sin mucho riesgo. “Me encanta trabajar por mi cuenta, pero soy un productor. Así empecé –dice Scott–. No pienso en todas esas colaboraciones como, justamente, colaboraciones. Creo que cumplen un propósito, como cuando decís ‘Esta canción tenía que estar acá. El mundo tiene que escucharla’. Es como si fuesen un instrumento”.
En sus propios temas, Scott no se da crédito a sí mismo como productor, a pesar de que dice (y Dean confirma) que es extremadamente exigente con todos. “Como productor, antes odiaba cuando la gente trataba de llevarse el crédito por mis cosas –dice–. A veces, ser un artista puede opacar el ser productor, y yo siempre estoy del lado del productor”.