Translucido acuñó un término para definir aquello que antes no existía y se formó a partir de la suma de influencias. Si es cierto que ya no queda lugar para inventar nada, que ya no quedan estilos por descubrir, entonces el próximo paso será llenar los espacios vacíos. Completar esos huecos, esas vacantes que están nebulosas entre ritmo y ritmo. Translucido tiene esa misión. Y la cumple.
Porque a partir de ahí se construye su sonido: la banda propone canciones instrumentales que no pecan de ser música funcional. Todo lo contrario, cuando suenan, lo demás queda en sombras y en silencio. Porque su concepto incluye al oyente, no lo expulsa ni lo subestima. Al contrario: aunque todo se escuche pensado y encastrado perfectamente, hay lugar para que el oído complete aquello que falta y haga links con toda la data que la música dispara.
A partir de una interpretación dinámica y musculosa, y la comprensión de que, al fin y al cabo, su sonido sigue siendo una vía de entretenimiento, lo que podría ser una música para eruditos se vuelve ATP. O, mejor dicho, apta para todo aquel público que esté dispuesto a comprometerse, al menos por un rato, con aquello que se escucha.
Sus influencias más claras son ejemplos de aquellos que han sabido conjurar en igual medida virtuosismo, entretenimiento y conocimiento académico: Pink Floyd, Radiohead y Gustavo Cerati. Y esa suma de elementos, generalmente renuentes a la fusión, se sugiere en el disco debut y se confirma en su sucesor.
Bioma (2013) es una presentación espesa e incluso medida. El último latido de Lao, su más reciente trabajo, es una evolución hacia un sonido dinámico que maximiza sus posibilidades de entretener y hacer bailar, que gana en musculatura sin perder su costado más reflexivo e intelectual.