En una ciudad rodeada de sierras y atravesada por la tradición y la modernidad, Tomates Asesinos presentó su cuarto disco, un verdadero quiebre en la historia de la banda y una profundización de un camino que promete ser todo menos predecible.

En 2003, Esteban Favaro tenía 14 años y, probablemente, todavía no había visto la película que inspiró a Tomates Asesinos a la hora de elegir su nombre. En ese mismo momento, Luis Obeid y Santiago Guerrero ya experimentaban con distintas máquinas y samplers, y eran una de las bandas de mayor proyección en la escena alternativa/electrónica de la ciudad de Córdoba. Hoy, Favaro es el tercer miembro de un proyecto que fue cambiando de socios creativos según el paso de los discos y tiene por primera vez una formación estable con batería. Hoy, también, Tomates Asesinos vive su momento de mayor exposición con un disco y un show en vivo que los ha posicionado en lo más alto de la música independiente del interior del país. Como en los equipos que ganan campeonatos, la mezcla entre experiencia y aire fresco ha sido clave.

La luz buena (2016) es el trabajo que condensa y refuerza el espíritu inquieto de Tomates Asesinos luego de más de una década de trabajo sostenido. Como la continuación de un EP anterior (Los Folkos, 2010), el álbum es la invitación a un viaje musical sorprendente, tan telúrico como futurista. De la mano de sintetizadores espaciales y motivos musicales que remiten a la inmensidad de la llanura pampeana, Tomates Asesinos despliega un tratado de arte sonoro con fuerte identidad nacional (y popular). Entre aires de zamba y atmósfera de pista electrónica under, un pequeño concierto de cruces y mixturas entre lo analógico y lo digital, lo urbano y lo rural, lo terrenal y lo desconocido.

“Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra, Ariel Ramírez y Domingo Cura en una parrillada junto a Vangelis, Jean Michel Jarré y Kraftwerk”. Así se presenta en sociedad un disco que debería ser motivo de estudio a lo largo y ancho del país. Síntesis fina entre música (y recursos propios de la) electrónica y una gama de colores instrumentales que incluye charangos, bombos legüeros y guitarras eléctricas tocadas con el folklore como horizonte estético. Algo que se amplifica aún más sobre el escenario, donde Tomates Asesinos ha logrado descubrir un costado más roquero y orgánico, al tiempo que oficia de anfitrión en un ciclo propio, “La Peña de los Tomates”, un espacio de encuentro entre proyectos musicales híbridos que comparten los caminos del sincretismo.