Todo estilo tiene un origen, todo nace de algún lado. Será de la ciudad, inspirado por el traqueteo del tren; será de los golpes mecánicos de una máquina imparable; será del campo, su ritmo de vida y su madera. Nada nace de la nada, todo evoluciona a partir de su contexto. Por eso, para interpretar un estilo hace falta contar con al menos una de dos cualidades: conocer o entender. Titi Stier, una de las nuevas voces del folk made in Argentina, tiene un poco de cada una.
Primero surge la empatía. Esa capacidad de comprender lo ajeno y, en este caso, construir a partir de eso. Entonces, la chica no pide prestado el género evidentemente extranjero, sino que lo toma, lo entiende y le pone la firma. El que diga que ahí hay algo de Joni Mitchell tiene razón. También el que escuche un Dylan o el que arriesgue Laura Marling. Pero, además, hay algo intangible y necesario, eso que pasa cuando la influencia no contamina las buenas ideas: hay personalidad.
Ya se ha dicho que todo sale de algún lado. Stier es hija de madre argentina y padre francés. Por eso, a mediados de 2015 se mudó a París a buscar su verdadera voz. Y la encontró. O, mejor dicho, encontró los elementos para conjugar lo que sus influencias ya le habían sugerido.
Esa experiencia fue la búsqueda y el encuentro de un sonido. Pero todo se terminó de cocinar de vuelta en Buenos Aires. Después de haber vivido sus días en el barrio de Montmartre y de haber tocado en sitios como Pop In y La Bellevillose, decidió volver a la Argentina como quien vuelve de una larga pretemporada: lista para jugar (y ganar) el juego que realmente importa. Casi recién bajada del avión, se internó en el estudio para grabar By the Riverside, su EP debut, el único hasta ahora. El trabajo que le dio un soporte a ese estilo adquirido, ganado y apropiado, el que la llevó a girar por los escenarios más importantes de la ciudad de Buenos Aires. El trabajo que, esta vez sí y verdaderamente, le dio una voz propia.
Ahora, esta joven cantautora, una María Sharapova que lleva una guitarra por raqueta, una Nicole Kidman que prefiere los escenarios por sobre las pantallas, tiene el desafío de cualquier músico con un comienzo exitoso: mejorar (o al menos igualar) su producción en su próximo trabajo. Pero tiene una ventaja preciosa: ya entendió su estilo y ya lo hizo propio.