Cuando la guitarra suena, el alarido se desata de nuevo. Es la tercera canción de la noche y parece que nada podrá salirse de control. La intro de “Be Who You Are”, canalizada en la guitarra de Hugh Harris y ese acorde sostenido, sirve para entender que The Kooks está ante un show que podrá resolver con poco: una batería de hits de antaño, algún momento intimista y un frontman que sabe qué decir, aunque por momentos le respira en la boca a demagogia. Fórmula prediseñada de rock de estadio para que los de Brighton satisfagan a sus fans, que responden como feligreses ante cada oración santificada.
En esta quinta visita de los Kooks a Argentina –que se da en el marco de su gira mundial The Best Of, que funciona como tour autocelebratorio por los diez años del grupo– los hits abundarán y eso parece avisar Luke Pritchard cuando dice que van a tocar algunas canciones de su primer disco, Inside in/ Inside out. Así da lugar a “Ooh la”, que bien podría sintetizar el sonido de la banda: intros guitarreras –de fogón o en distorsión–, unas frases pseudoreferenciales y empáticas y estribillos pregnantes para tararear.
The Kooks es y ha sido, a lo largo de su historia, una banda que se ha encasillado a sí misma; un grupo que surgió a mediados de los 2000 en el furor del rock de guitarras encabezado por The Strokes unos años antes y en medio del nacimiento de Artic Monkeys; de hecho, la prensa inglesa más de una vez los puso en paralelo, pero fue el alcance musical de cada uno el que los distanció. Mientras la banda de Alex Turner escalaba en su sonido, buscaba nuevos horizontes y se hacía más grande, los liderados por Pritchard se comenzaron a repetir, atravesaron crisis internas con cambios en su formación y fallaron en sus intentos de refrescarse cuando quisieron acercarse a un sonido más disco. Los Kooks son una banda austera que siempre volvió a su estilo cancionero primigenio. Captaron, en alguna medida, el sonido de una época, pero luego detuvieron el tiempo.
En el escenario, apenas decorado con algunos paneles de luces colgantes de fondo, el cuarteto –que en la actualidad completan Peter Denton en bajo y Alexis Nuñez en batería– llega a un momento de éxtasis con “Junk of the heart”. Es el cierre del show y la batería suena firme para que la guitarra se vaya tornando bailable y los coros salgan ajustadísimos, incluso en el estallido colorido del estribillo. Una canción luminosa y regulada: acá la térmica salta cuando algo puede irse de los parámetros y los reubica. Los Kooks saben lo que hacen y se sienten cómodos en eso: canciones pop que podrían ser de cualquier otro. Para qué arriesgar si hay agite en los momentos rockeros y celulares encendidos en las baladas.
Para los bises se repite el mismo orden que hicieron en los shows previos en Chile y Perú. Pritchard entra con su acústica para “Seaside», después se suma el resto para una versión de fuego medio de “Always Where», para desembocar en el cierre clásico con “Naive”.
Afuera llueve y la calle se inunda, pero adentro los Kooks no lo saben, están inmersos en el microclima que crearon hace un década y flotan entre los aplausos de sus fans, como si todavía fueran los dos mil.
ME GANÉ EL MEET AND GREET CON THE KOOKS NECESITO MAYÚSCULAS MÁS GRANDES PARA GRITAR MÁS FUERTE
— Lucía