En septiembre último, Matty Healy, el exhilarante líder de The 1975, confesó a sus compañeros que había intentado seguir fumando heroína. Una crisis se estaba gestando desde que en julio lideraron el festival Latitude, en el Reino Unido, horas después de que el baterista George Daniel descubriera que Healy había vuelto a la droga. Concebido como una celebración, el show devino en una intervención. Confidencialmente, Healy les había dicho que iba a desintoxicarse cuando fueran a Los Ángeles para grabar su tercer álbum. En vez de eso, estuvo gritando una noche bajo influencia de benzodiacepina sobre por qué no necesitaba limpiarse.
Healy frunce el ceño e inhala un Marlboro Light mientras medita lo que va a decir: “Mirá, todos estaban atentos a mí porque era el maldito problema. Si querías canciones, había que lidiar con eso”. La mañana siguiente se levantó mortificado. “Me di cuenta de que todo el asunto era una mierda. Así que bajé las escaleras y le dije a George que iba a ir a rehabilitación”. Daniel es el ingenioso productor de la banda y el amigo más cercano de Healy; viven virtualmente uno al lado del otro al este de Londres. Healy dice que su hábito fue el primer secreto que hubo entre ambos.
Durante noviembre y diciembre, el cantante pasó siete semanas en una clínica de rehabilitación en Barbados, y ha estado limpio desde entonces. “La gente había empezado a perderme respeto, pero no había atravesado un límite –dice pasando sus manos por su cabello desalineado, levemente oxigenado–. Saber que todos mis errores no tiraron abajo lo que había construido me hizo sentir fuerte. Sabía que me quedaba una oportunidad y no quería perderla”.
Healy, de 29 años, se preocupa al discutir su adicción. No quiere volverla algo romántico, trivializarla o victimizarse. Pero tiene que hablar al respecto, porque es el tema de A Brief Inquiry into Online Relationships, el nuevo álbum de The 1975 al que pronto le seguirá un cuarto opus. Cuando me pasa el irresistible y potencial hit “It’s Not Living If It’s Not With You”, me dice sin rodeos “Esta es sobre la heroína”.
“No hay nada de lo que quiera escribir que no sea lo que me pasa día a día –explica–. El problema que tengo ahora es que esta es mi verdad, y siento que no puedo negociar apropiadamente con el mundo si no la digo”.
Dos horas con Healy son como un viaje salvaje. Tiene la desaforada inteligencia de un autodidacta, menciona a Debord y Dostoievski, e inventa accidentalmente palabras como “disolvimiento”. Su cerebro vira entre extremos de duda y afirmación, de manera que es difícil seguir sus calificaciones, revisiones, digresiones y disculpas mientras trata de cristalizar un sentido. Este honesto anhelo por ser comprendido crea una intimidad desproporcionada con el hecho de que recién nos conocemos. “Tengo muchos pensamientos –dice–. Por eso fui un gran adicto a las drogas, porque me ayudaban a dejar de pensar”.
Healy concuerda con que su radical honestidad puede ser la clave del fervor de los fans de la banda. “Esta cosa maniática parece resonar en la gente, porque ellos saben lo que es sentirse así”. El músico se esfuerza por definir esa condición generacional. “No lo sé. Es… un montón”.
Matty Healy es una estrella de rock para una generación demasiado informada para creer en ellas. En vivo, deconstruye su propia performance sobre la marcha, como un Father John Misty para adolescentes. “Hago mi número Jim Morrison –dice–, pero sé que vos sabés que yo sé que no es algo real. Soy consciente del vocabulario del rock’n’roll y de lo que está gastado. Es difícil, porque todo es tan posmoderno, autorreferencial y superconsciente de ser una mierda. A medida que crezco como artista quiero ser sincero”.
Realmente, The 1975 solo califica como una banda de rock en el sentido de que es un cuarteto de hombres con instrumentos comercialmente exitoso, lo que los convierte en una especie en extinción en 2018. Sus álbumes incluyen cualquier cosa menos rock llano. El autoproducido A Brief Inquiry, que saldrá en noviembre, incluye desde house con Auto-Tune hasta soul, art-rock y clásico sonido norteamericano. El cuarto álbum, Notes on a Conditional Form, será más íntimo, nocturno y cinemático. Healy cree que no comparten con nadie su estilo. “No hay grandes bandas que hagan algo tan interesante como nosotros –dice, señalando al prestigioso Festival de Reading como un ejemplo–. Nombrame un grupo con guitarras que haga algo más relevante”, pregunta, sin esperar una respuesta.
The 1975 tendría más sentido en los años 80, cuando el pop era colonizado por la diáspora del art-rock y el post-punk, y un disco tan atrevido e idiosincrático como So, de Peter Gabriel (un favorito de Healy), podía arrojar hits al Top 10, obtener discos de Platino e incluir temas en películas para adolescentes. En el panorama actual, Healy se sorprende de la popularidad de The 1975. El segundo álbum de la banda, I Like it When You Sleep, for You Are So Beautiful Yet So Unaware of It, se encumbró en el Billboard 200, arrojó cuatro Top 10 hits en el chart Hot Rock Songs y posibilitó que el grupo encabece festivales y conciertos de estadios. Sus temas fueron versionados por Lorde, Halsey, Chvrches y Dashboard Confessional. “Cuando soy más impenetrable es cuando consigo las mejores reacciones”, explica Healy. “Todo indica que The 1975 seguirá creciendo –arriesga Jeff Regan, director jefe de programación musical en el canal SiriusXM, de Alt-Nation–. No creo que esta banda tenga techo”.
Vestido como cantante en día feriado (cárdigan beige, pantalones de terciopelo azul luminoso, zapatillas de skate), Healy se para y vuelve a sentarse en un sofá de Angelic, el pintoresco estudio de grabación de la rural Northamptonshire, donde la banda ha estado viviendo los últimos siete meses. El garaje alberga un Jaguar E-Type vintage color amarillo limón, una de las pocas indulgencias financieras de Healy. En el estudio, Done Daniel, el guitarrista Adam Hann y el bajista Ross MacDonald están ocupados finalizando la balada swing “Mine”, una ventana ofrece la vista de un caballo pastando. Es algo bastante distinto al hogar londinense de Healy, infestado con recuerdos del uso de drogas.
Ocasionalmente, Daniel deambula en la habitación para buscar algo y se ríe de los monólogos de Healy. Con su pelo largo y su camisa medio desabotonada, el baterista tiene el look de un surfista zen. Healy lo compara con un budista. “De George aprendí que hay cosas que no podés controlar”.
Muchas bandas no serían capaces de pasar siete meses viviendo todos sus miembros juntos sin pensar al menos una vez en matarse unos con otros, pero los integrantes de The 1975 se conocen desde los 13 años, cuando iban al secundario Wilmslow en Cheshire, Inglaterra, así que están acostumbrados. “Hay como una puridad orgánica”, dice Healy. “Si te desmoronás, te recuperás pronto, porque aquí hay verdadero amor”. Healy asegura que no tiene verdaderos amigos fuera del círculo de la banda. No le gusta mucho salir y se siente incómodo en ambientes glamorosos. “Ponenos en un desfile de moda y somos un grupo de estúpidos –afirma–. Es gracioso, porque hacemos todo lo incorrecto”.
Estaban hechos para remarla. Por años, cuenta Healy, The 1975 “pasaban desapercibidos”. Después armaron su propio sello, Dirty Hit, junto al mánager Jamie Oborne, y empezaron a sacar EP en 2012. El mismo eclecticismo voraz que confundió a los grandes sellos resonó en las jóvenes audiencias que escuchan de todo al mismo tiempo. Incluso cuando tocaban en pequeñas salas, un cuarto de la audiencia eran ávidos fans, alineándose en la puerta del camarín para mostrarle a Healy sus tatuajes de 1975.
Su intensidad inspiró a Healy para recompensarlos. En 2013, habló sobre capturar el clima de una película de John Hughes (“el sentido apocalíptico de ser un adolescente”), durante el lanzamiento del álbum debut de The 1975. Pero el público mayormente femenino de la banda les prodigó críticas condescendientes, un estigma ensalzado por el hecho de que siendo el hijo de las estrellas televisivas británicas Tim Healy y Denise Welch, Healy era un niño mimado, una pequeña celebrity (en los Estados Unidos, donde sus padres son desconocidos, la banda generó menos enjundia). Pero eso pasaría de largo. Pronto The 1975 estaría teloneando a The Rolling Stones, y Healy era un sujeto apto para los chismes, lo que le valió un breve encuentro público con Taylor Swift.
Con sus 17 tracks y su extenso título, I Like it When You Sleep fue designado para demostrar que tanto la banda como su público habían sido subestimados. “Cada vez que toco en un show encuentro a alguna chica que es más inteligente y está mejor informada que yo”, dice Healy. Esta vuelta, la crítica se rindió. En el reciente single “Give Yourself a Try”, Healy bromea y se llama a sí mismo “el millennial que le gusta a los cincuentones”.
La candidez de las letras oculta el hecho de que Healy ha estado fumando heroína desde finales de 2014. Desde la niñez sintió “un profundo deseo carnal de estar sedado”, por lo que empezó a fumar marihuana muy temprano. Quería apagar el ruido en su cerebro y, durante las giras, amortiguar los bajones de adrenalina. También quería dormir mejor. Nunca tuvo buenos sueños, solo pesadillas, y todas ocurren en la misma locación: un distópico barrio residencial rodeado por un agujero blanco. “Crecí en un lugar como ese”, dice en tono sombrío.
De lo que no se trataba, aclara, era del mito del rebelde adicto y contracultural. Eso no funciona cuando sos “alguien de clase media, confundido y algo triste”. Su hábito nunca fue performativo sino privado, por lo cual le cuesta publicitarse. “No quiero hacerlo un fetiche, porque es aburrido y peligroso”, explica, reclinándose en el sofá. “La idea de ser para un joven lo que [William S.] Burroughs fue para mí de adolescente me enferma”.
Healy era un adicto sin pausa. En el estudio se las arreglaba con marihuana. En los Estados Unidos cambiaba a opiáceos recetados. Podía estar semanas sin consumir heroína, pero reincidía cuando estaba solo. Aunque sentía que el hábito estaba destruyendo sus relaciones, no logró destruir la banda ni su “increíblemente astuta y preciosa” novia, la actriz y modelo australiana Gabriella Brooks. Sabía lo que podía perder. “Todavía me arriesgo –dice–, pero me tocó estar en una de las bandas más excitantes del mundo para poder parar de consumir droga”.
Mientras enrolla un porro, queda claro que la recuperación de Healy no pasa por la abstinencia. Él solo fue adicto a “La más grande” y está comprometido con su recuperación, haciéndose test de droga semanales frente a sus compañeros de grupo. Dice que va a ser algo con lo que luchará por el resto de su vida. Con cinco turbulentos años en el estrellato, Healy ya sacó importantes conclusiones sobre la autoestima.
“Pensé que iba a ser ‘Uh, un poco de oro, un Rolls-Royce’ –nunca tuve un Rolls-Royce–, ‘drogas con una estrella pop, cogerte a una estrella pop’ –nunca me cogí a una estrella pop–, todas las fantasías de un video musical”, dice. “Y te das cuenta de que la búsqueda de la felicidad es como el mito de Sísifo para mucha gente. Pensar que la finalidad es ser feliz es un poco loco. Es más acerca de momentos de felicidad pasajera y saber que la vida es dura”, explica. Su postura es asertiva, como si estuviera recitando un mantra: “La autoestima requiere acciones estimables. Decir la verdad. Creo que este foco en la verdad es lo que está en el disco”.