
El recital comenzó antes de que sonara la primera nota, con un simple gesto de advertencia: al ingresar a Niceto se repartían tapones para los oídos. En la espera se escuchaban comentarios y mitos sobre Swans: que tocaban a ciento sesenta decibeles, el volumen de un escopetazo, o que en Estados Unidos se veían obligados a pegar afiches de que el ingreso era “bajo el propio riesgo del oyente”.
En la noche de ayer, los rumores acerca de la banda y sus más de treinta años de carrera se tornaron una realidad. A las diez de la noche, Michael Gira subió al escenario junto al pelotón de músicos que lo acompañan desde 2010 –cuando reformó el grupo− para presentar algunas canciones de su último disco, The Glowing Man.
Algo huraño, dio indicaciones a los músicos que parecían arbitrarias, pero que fueron comprendidas con precisión. Swans comenzó a construir un clima ameno y tranquilo. De manera imperceptible, la intensidad fue en aumento hasta que la calma inicial fue absorbida por el caos, y Niceto se tornó en un ambiente hostil e hipnótico. Un muro de sonido parecía avanzar al ritmo de un kraut rock mecánico liderado por la batería de Phil Puleo, quien antes de acompañar a Michael Gira fue parte del grupo Cop Shoot Cop.
El protagonismo fue lo sensorial: el objetivo era producir en el espectador una verdadera experiencia, aunque sea incómoda.
La idea de canción formal fue dejada en un segundo plano. Gira llevó la interacción con sus músicos a un nivel cuasi trascendental en el que el protagonismo fue lo sensorial: el objetivo era producir en el espectador una verdadera experiencia, aunque sea incómoda. Si bien Swans logra esto en estudio, en vivo es una experiencia más física, casi dolorosa por los niveles de volumen que superan el umbral de tolerancia. Se corre de la idea de banda de rock –o de cualquier etiqueta que se le pueda adjudicar a su música– para crear un espectáculo performático más que un show musical.
Los cuarenta minutos que duró The Knot funcionaron como un recital en sí mismo, en donde Swans demostró todos sus artilugios: Christoph Hahn corrió el uso tradicional de la guitarra hawaiana hacia algo similar a un arma de guerra y Christopher Pravdica amplificó el uso del bajo como un mero instrumento de base para tornarlo en una herramienta generadora de texturas.
Tras un recital de Swans uno no es un pasivo espectador sino un sobreviviente.
El concierto continuó con Screen Shot, un post blues con tintes industriales y disonancias que abre su disco To Be Kind de 2014. Nunca bajaron la potencia, pero la astucia de la guitarra de Norm Westerberg, quien acompañó a Gira desde los primeros años, dio lugar a pasajes del último disco más cómodos y menos contorsionados. Mientras el líder pataleaba sobre el escenario, gesticulaba y daba indicaciones, Westerberg se mantenía estático en su rincón, maltratando su instrumento con una calma cínica.
Tocaron más de dos horas y cerraron con la canción homónima del álbum. Al término, el silencio causó confusión: el trance que envolvía a los presentes se había convertido en cotidiano. La gente, entonces, se vio obligada a volver al mundo real y comprender que tras un recital de Swans, uno no es un espectador pasivo sino un sobreviviente.