Steven Wilson es hoy uno de los productores más populares de la escena del rock progresivo, reconocido por las remasterizaciones de discos clásicos de bandas como King Crimson, Yes y Emerson Lake & Palmer, entre otras; y también su labor como productor de conjuntos más modernos como Opeth. Es a su vez el líder de Porcupine Tree, junto a artistas consagrados del género, así como también un sólido intérprete solista. Ocupando ese último rol se presentó una vez más en nuestro país.
El motivo era celebrar el lanzamiento de una nueva placa, la aclamada por críticos y fanáticos por igual, Hand. Cannot. Erase. Todo lo hizo con un sonido perfecto y una banda absolutamente ajustada, algo esperable y obligatorio para hombres como él, y por supuesto para los exigentes fanáticos que colmaron el teatro Vorterix en el barrio porteño de colegiales.
Con First Regret como puntapié inicial, comenzó el show. Wilson descalzo (una práctica que se remonta a su niñez, “siempre tuve problemas con usar zapatos”, confesó alguna vez en una entrevista) señalando con sus brazos los golpes musicales, deslizándose entre guitarra eléctrica, acústica y su escritorio con efectos disparados desde tablets. A sus costados, se disponían Nick Beggs en bajo y Chapman Stick, y Dave Kilminster en guitarra. Una hilera más atrás, completando la alineación, Craig Blundell en batería y Adam Holzman en teclados.
Seguramente habrá quienes se hayan decepcionado por la falta del baterista Marco Minnemann y del guitarrista Guthrie Govan, miembros oficiales del grupo del productor, pero estos al momento estan girando con su banda principal, The Aristocrats. Blundell y Kilminster, no obstante, se integraron perfectamente con el sonido del grupo.
Así, sonaron diez de las once canciones que conforman el genial Hand, más algunos temas de sus tres escapadas solistas anteriores. No faltaron algunos clásicos de Porcupine Tree como Lazarus y Sleep Together, e inesperadamente, un cover de Thank U de Alanis Morissette.
Ahora, a diferencia de otras bandas progresivas, si hay algo que destaca a Wilson es su manejo de las dinámicas. La música fluye y transita por segmentos tranquilos de guitarras acústicas, mellotrón y pianos y luego explota en interludios complejos de métricas extrañas, con sonido potente. Hay lugar para el virtuosismo, pero no para el barroco que torna la canción en una pieza densa sin dirección más que el despliegue de habilidades.
Esto puede ser un poco por el temperamento del propio Wilson, y otro poco por la mezcla de las influencias, algunas no tan obvias. “Generalmente se me asocia con las bandas de los años 70, que me encantan. Pero en el fondo, soy un producto de la música de los 80, de los grupos que escuché cuando era adolescente”, confesó antes de largarse a tocar Harmony Korine, tema que abre su primer disco solista, Insurgentes (2008), notable por los elementos de post rock ochentero a la Joy Division.
Promediando las dos horas de recital, tras dos breves salidas que abrieron las dos secciones de bises que realizaron, Steven Wilson saludó a su audiencia en Buenos Aires. Cerró con la melancolica The Raven That Refused To Sing del disco homónimo y así, dejó muy en claro porque es uno de los herederos más dignos que tienen los grandes monstruos progresivos.