Año 1998. Una frase de la revista Spin recorre el mundo: “El Lollapalooza se encuentra en una situación comatosa, al igual que el rock alternativo”. Por primera vez, el festival de Estados Unidos –hasta el momento, la única sede– cancela su edición ante la imposibilidad de encontrar un headliner adecuado. Bandas que cosecharon un éxito popular a fines de los 80 y principios de los 90 como Nirvana o Soundgarden están separadas. De hecho, en la edición anterior del Lolla, la vedette fue la electrónica: Orbital y Prodigy eran nombres importantes en el cartel.
Mientras tanto, Garbage –que desde 1995 goza del reconocimiento de la industria gracias a su álbum debut, homónimo–, responde con astucia. Sin empolvar su espíritu rockero y siguiendo la batuta del productor y baterista Butch Vig –que estuvo en la producción de Nevermind (1991) de Nirvana y Gish (1991), Siamese Dream (1993) y Pisces Iscariot (1994) de The Smashing Pumpkins–, el grupo de Shirley Manson, Butch Vig, Duke Erikson y Steve Marker da a luz a Version 2.0: un sonido más electrónico que el de su primer disco, la hermandad entre el hi-fi y lo orgánico, y una faceta más oscura e introspectiva de la cantante Shirley Manson escupe a los demonios que ejercen presión social en “Push It”, cuestiona su identidad y se obsesiona por un hombre en “Temptation Waits”, y ahonda en la depresión y en los fantasmas del pasado en “Medication”. Las doce canciones del álbum las escribió en el hotel precario en el que vivía.
“La gente se olvida lo trascendental que fueron los mediados de los 90 en términos de tecnología. Estábamos probando los software en modo beta. El mundo aún no había descubierto Digidesign o Pro Tools. Version 2.0 es interesante porque proviene de una mentalidad analógica, pero utiliza nueva tecnología. Nadie sabía a dónde iba esto”, Manson le explica a Billboard veinte años después, en el marco de la reedición del disco, que incluye diez bonus tracks con lados B y rarezas.
Año 2018. La Shirley Manson de 51 años aprecia la disonancia lúdica entre la mujer y la niña que conlleva. Está dentro de su auto, en el garaje que está separado de su casa. Allí es donde busca silencio: esquiva los ladridos de sus perros y el mal humor de su marido (el ingeniero de sonido Billy Bush) por la avería de algún aparato tecnológico. “Me siento una freak”, dice.
La vulnerabilidad existe en Manson en un estado surgente. El mes pasado, le contó a The New York Times cómo se autoflagelaba en su adolescencia; y en 2016, le detalló a Billboard la difícil relación que tenía con su madre durante la infancia: “A mis dos hermanas le decía que eran hermosas y a mí que tenía una gran personalidad. Me hacía sentir como si fuese una bastarda horrible”. En esa misma entrevista también habló por primera vez públicamente sobre el trauma de su experiencia sexual inicial: “Un chico me metió los dedos, luego agarró un cuchillo y me dijo que me lo clavaría en la vagina. Yo tenía 13 años. Estaba muy asustada”. Unos días después, se dio cuenta de que se había olvidado el corpiño en la casa del chico, y él la amenazó con mandárselo a sus padres.
Las palabras de Manson que remiten a su presente se imponen hasta opacar las cicatrices con las que carga. Su tono es solemne: “Soy una mujer grande. Si hiciera una lista de las veces que no fui tratada con igualdad, el papel sería muy largo. Pero no hay que lloriquear sobre eso: hay que cambiarlo. Mi venganza final fue tener éxito. Eso fue mi declaración feminista. Me he encontrado con un sexismo increíble en la industria, y todavía lo hago. Pero tampoco tengo miedo de mis homólogos masculinos. Puedo mantenerme a la altura de cualquier hombre. No me asustan. No siento que deba complacerlos ni que les deba mi respeto obligatorio. Deben ganarse mi respeto de la misma manera que esperan que me gane el suyo. Yo voy a jugar este juego como una igual. Me niego a ser menospreciada por tener un par de tetas en lugar de un par de bolas. ¿Porque a quién le importa? ¡¿A quién?!”.
¿Sos nostálgica respecto a tu trabajo?
–Soy consciente de que nunca volveré a tener ese éxito. Fue un momento extraño en la cultura popular: la música alternativa era mainstream. Ahora soy demasiado vieja para ser la voz de una cultura, para representar a la juventud. Acepto mi rol: soy una artista que tiene la suerte suficiente de hacer giras o para hablar con un periodista. No necesito ser una estrella pop famosa ni estar en la radio. Mis héroes son personas como Iggy Pop y Patti Smith. Me conformo con saber que siempre habrá personas atraídas por los sonidos de la rebelión. El que dice que el rock ha muerto suena como un idiota. El problema es que estamos viviendo en tiempos muy parecidos a los descritos por George Orwell en 1984: una sociedad distópica en la que todos se visten, caminan y piensan igual. Nos homogeneizamos cada vez más como cultura, como comunidad, como planeta. Todos parecen escuchar la música popular que se ha acordado… es el sonido menos disruptivo que puedes encontrar. Está a un paso de ser música de ascensor. Pero los verdaderos rebeldes, activistas, inadaptados y no conformistas siempre se sentirán atraídos por el sonido de la protesta.
¿Hasta qué punto la popularidad es destructiva?
-Nunca pensé que la fama fuese demasiado pesada, pero sí es muy molesta. No tengo la personalidad para ser una gran diva y sentirme cómoda con eso. No quiero sonreír tanto, no quiero agradar tanto, no quiero bailar tanto, no quiero ser complaciente. Me gusta agitar las aguas e incomodar a la gente. Y cuando sos así, nunca disfrutás de la atención de las masas. Hay una razón por la que alguien como Kim Kardashian tiene tanto éxito y es tan grande: ella es muy conformista. Y no admiro eso ni un poco.
¿Garbage está componiendo?
-Solo tenemos las maquetas, pero tienden a sufrir cambios enormes cuando las llevamos al estudio y empezamos a trabajar en ellas. Lo único que puedo decir es que estoy enamorada de Roxy Music; me encanta el sonido oscuro y electrónico que dominó. Eso es todo lo que estoy escuchando. Me tiene obsesionada, así que espero inyectar un poco de eso en el próximo álbum.
¿Trabajás paralelamente en proyectos solistas?
-No. A pesar de todas nuestras fallas, creo en la idea de una banda. Es como un microcosmos de la sociedad. Hay algo muy hermoso en el hecho de que todos estén comprometidos. Eso no lo lográs solo por tu cuenta. Me fascina el proceso de ver cómo una banda evoluciona por la influencia mutua entre los miembros, su comprensión y su respeto. El mundo está plagado de ese tipo de artistas solistas a los que yo llamo dictadores: tienen una perspectiva de la realidad, dictan esa perspectiva y logran esa perspectiva. Las bandas son mucho más complicadas, pero cuando funciona, es algo extraordinario, casi mágico.
¿Hay planes de regresar a la Argentina pronto?
-¡Sí! Ya hubo algunas conversaciones sobre llevar Version 2.0 a Sudamérica. Realmente hemos estado persiguiendo a los agentes para lograrlo, para que hagan malabares en la grilla. Nos divertimos muchísimo la última vez que estuvimos allí. Y también quiero ver a Barbi Recanati y a Miki Lusardi, pero esas son mis razones más egoístas. Estamos un tanto enamorados de Argentina. Si no vamos este año, será el próximo, ¡y con el álbum nuevo bajo el brazo!
Hablemos de feminisimo. ¿Te acordás en qué momento te diste cuenta que eras feminista?
-Ninguno en particular. Lentamente, me fui dando cuenta de que las cosas no eran iguales para las mujeres. Mi perspectiva feminista continúa creciendo, y mientras aprendo, sigo shockeándome por las desigualdades de género. Incluso, hace muy poquito empecé a entender que el feminisimo tiene que ver con las mujeres trans, con las mujeres negras, con las mestizas, con las musulmanas, con todas las mujeres. No se trata solo del feminisimo blanco. Es un acontecimiento global que nos incluye a todas.
Mi feminisimo, entonces, surge de experiencias y observaciones. No lo pienso como un sistema de creencias específico. Ser feminista es ser simplemente quién soy. No me interesa agitar mi puño y gritar a los cuatro vientos, pero lucharé hasta la muerte para proteger mis derechos y los de mis compañeras. No sé si eso tiene sentido.
Reconozco que soy una mujer muy afortunada: he tenido mucha suerte de no haber sido víctima de una agresión sexual severa. Tampoco fui víctima de violencia doméstica. Soy una mujer blanca, así que eso incluye mucho privilegio, además de una buena educación y de padres que me amaron. Siento que tengo el deber de luchar por las mujeres que no tienen la misma suerte que yo. A las mujeres nos enseñaron a competir entre nosotras; y ahora, es un momento de unión, disidencia y protesta: tenemos mujeres alrededor del mundo cuidándonos las espaldas. Las personas que no están a favor de la igualdad de derechos para las mujeres deben tener cuidado: tarde o temprano las cosas cambiarán y recordaremos quiénes fueron nuestros aliados. En las redes sociales queda todo archivado.
Como tu “Fuck you” en respuesta al tuit de Morrissey sobre Harvey Weinstein y Kevin Spacey.
-Lo peculiar fue cuán rápido las personas se pronunciaron en contra del movimiento Me Too. Fue cuestión de que pasara una semana más o menos para que digan “Bueno, tenemos que tener cuidado de a quién se acusa”. Me gustaría preguntarles a todos esos cuántas mujeres tienen que pagar las consecuencias para que se levanten y peleen por ellas. Porque se ponen en guardia rápidamente cuando ven una injusticia hacia un hombre, pero no hablan tan alto cuando hay una injusticia para con una mujer. Eso me molesta. Por supuesto que habrá unos pocos hombres buenos que caerán en la revolución, pero estoy harta de que siempre sean las mujeres las que se lleven la bala.
¿Cómo cambió el feminismo desde principios de los 90, cuando tu voz recién se empezaba a escuchar, hasta ahora?
-El problema es que, actualmente, estamos viviendo una regresión en los derechos de las mujeres. Es algo temporal, pero cada vez que hay un avance en los derechos humanos, hay un pequeño retroceso. Estamos en un momento mundial en el que tenemos hombres de extrema derecha en el poder; hombres blancos, en general, que desean imponer su poder a las mujeres. No creo que dure para siempre. Mi vida es más fácil que la de mi madre, la de mis abuelas y la de todos mis antepasados. Entonces, la evolución continúa, nos guste o no. La diferencia radica en que en los años 90, el mundo era muy permisivo. Había dificultades para las mujeres de color y para ciertos grupos religiosos, por ejemplo. Las mujeres musulmanas o las africanas aún estaban luchando. Pero para la especie blanca occidental de los 90, las cosas estaban bastante bien, porque el estado de ánimo global era permisivo. Ahora el estado de ánimo global es muy restrictivo. Y es por eso que las mujeres contraatacan: se siente como si lo que está en juego ahora es mucho más valioso que en los 90. Parece que tenemos más por lo que luchar. Y no estamos equivocadas.