Rick Wakeman estalla en carcajadas cuando Billboard le pregunta por qué no es él, en lugar de los hermanos Gallagher, el hincha más famoso del Manchester City. “Porque vivo a siete horas de la cancha, así que voy solo dos o tres veces al año”, dice el pianista de 69 años, fan del fútbol y auténtico héroe del rock progresivo.
Primero como sesionista y luego como arquitecto del sonido de la segunda etapa de Yes y de la grandilocuencia sinfónica de los 70, Wakeman se inmoló por el rock: relegó sus estudios en el Royal College of Music y se alistó en la revolución pop. Tocó para Cat Stevens, T. Rex y David Bowie, entre muchos otros, y se mantuvo activo desde entonces, componiendo e interpretando música desde su catedral de teclados.
Ahora, más austero, está por lanzar Piano Odissey, continuación de la saga que inició Piano Portraits (2017), un trabajo de solo piano que es la plataforma de su gira actual, en la que toca junto a orquestas sinfónicas reducidas de los países que visita.
Fuiste uno de los primeros en advertir la ambición desmedida del rock progresivo, cuando dejaste Yes. ¿Cuál era para vos el problema?
– Siempre he creído que si trabajás con una banda es importante que tengas mucho que dar a la música del grupo. Uno de los problemas, para mí, era que la música de Yes en 1974 se estaba moviendo en una dirección en la que yo no me sentía confortable. Estaba siendo más influenciada por el jazz y las formas libres, y para mí esa no era la fortaleza de Yes. Para mí, su fortaleza era el rock clásico, con melodías y ritmos fuertes. Y se estaba alejando de eso. Entonces hubo una reunión y ahí dije que no tenía nada más que dar en el camino que la banda estaba tomando. Y eso fue todo. Ellos produjeron Relayer y cuando salió, en la BBC Radio me pidieron que diera mi opinión. Lo escuché y les dije que, de verdad, estaba muy satisfecho de que Relayer sonara como sonaba. Porque iba exactamente en la dirección musical en la que yo no tenía nada que aportar y en la que no acordaba. Si hubiera más canciones y fuera algo más clásico de rock, me hubiese enojado mucho, porque en eso hubiera podido contribuir. Al año recibí un llamado de Jon Anderson, que estaba en Suiza, para decirme que me iba a mandar unos casetes para que entendiese lo que estaban haciendo con Yes, y me envió unos demos bien rockeros de Going for the one y Wonderous stories. Cuando le devolví el llamado le dije ‘¡Esto es! ¡Ésta es la dirección que Yes debió haber tomado hace dos años!’ Y me dijo que sí, pero que a veces hay que tomar extrañas curvas para terminar en lo que sabés que está bien. Me invitó a Suiza y ahí volví a unirme al grupo.
Después del punk, el rock progresivo fue muy bastardeado. ¿Cómo te afectó eso?
– Fue muy interesante, en el mal sentido. Porque literalmente, de la noche a la mañana, el rock progresivo se volvió una mala palabra, algo totalmente pasado de moda. Y recuerdo haber pensado: ¿y ahora qué voy a hacer? Después llegué a la conclusión de que podía hacer otro tipo de música que me diera el sustento para pagar las facturas. Pero siempre supe que el rock progresivo encontraría su lugar en el mundo. Y pienso que no estaba tan errado; creí que iba a llevar diez años, y en realidad llevó veinte, pero el progresivo volvió a ganar popularidad. Y lo que sucede ahora, y es hermoso, es que hay un montón de músicos jóvenes que están muy influenciados por el prog-rock de los 70, porque lo que fue hecho en esa época les dio libertad a los músicos para tocar lo que fuera que hubiera en sus corazones y su cabeza. Hoy podemos escuchar cualquier tipo de música y eso se lo debemos en parte al prog-rock, que les dio a los músicos la posibilidad de decir ‘no voy a tocar lo que me digan que debo tocar, voy a tocar la música en la que creo’.
Fue muy duro para vos afrontar la muerte de David Bowie. ¿Qué es lo que más extrañás de él?
– Era grandioso hablar con David, de cualquier cosa. Siempre tenía fuertes opiniones y era un hombre muy inteligente. Pero quizás lo que más extrañe es que era tan inspirador, tan alentador para que hicieras lo que te indicaba tu interior… Te daba coraje para que hicieras lo que sentías, sin prestarle atención a lo que dijera la gente que no sabe lo que vos sentís. Y que si vas a fallar, lo hagas con lo que vos querías hacer y no con lo que otro quiere que vos hagas. Y aunque suene raro, creo que de todos modos está, si eso quiere decir algo.
Son conocidas tus colaboraciones con él. ¿Qué intentaste aportar a su música en Hunky Dory?
– David era muy ingenioso y tenía un cerebro musical increíble. Y su mente llegaba a ideas fenomenales. Lo que hizo fue usar a los músicos que le gustaban como si fueran colores. Por ejemplo, si tenía una idea para una pieza de música, él dibujaba los marcos y contornos, pero luego eran rellenados por los músicos que seleccionaba. Y te daba mucha libertad. Me daba la pieza y me decía que la tocara para él, pero haciéndolo como la sentía, como me surgiera. Era muy astuto para rodearse de la gente indicada para lograr lo que quería. Siempre traté de pintar un cuadro, prestando mucha atención a las melodías y dando mucha importancia a sus palabras. Y después trataba de tocar algo que fuera complementario a lo que él estaba haciendo. Nunca tocar algo que fuese más poderoso que lo que él escribía; siempre sentí que mi rol era crear algo que volara por debajo de eso.
También trabajaste con T. Rex y Lou Reed. Sos como un músico clave para el surgimiento del glam-rock.
– ¡Marc Bolan era hermoso! Lo conocí en 1968 e hice varias cosas con él. Luego él y David fueron amigos muy cercanos, y estábamos siempre en contacto. Fue un tiempo maravilloso. Simplemente nos encontrábamos en los pubs y los estudios y de lo único de lo que hablábamos era de música. Lo más valioso para mí es que pude entender lo que ellos querían hacer. Eso hizo que pudiera llevarme tan bien con ellos, porque comprendí qué era lo que querían crear musicalmente. Y lo que me pedían que hiciera, yo era capaz de dárselos, aún sin que ellos pudieran ponerlo en palabras. Amo esa época, fue fantástica.
Luego de años de estar rodeado de teclados eléctricos, hoy estás abocado al piano acústico. ¿Qué cambio de enfoque tuviste que hacer?
– Es una manera completamente distinta de pensar y de tocar. Pero lo que lo hace funcionar es que cada pieza que alguna vez compuse, terminara siendo tocada por una orquesta o una banda, empezaron como piezas de piano. Por lo que fue fantástico ir hacia atrás y tocarlas al piano de nuevo. Por dos motivos: porque pude ver cómo las tocaba y cómo se desarrollaron en piezas para banda, y porque pude ver qué bien funcionan como piezas de solo piano. Es como ver una pintura famosa, pero viéndola sin los colores; y luego ver cómo se los va agregando uno por uno.
En Piano Portraits interpretás canciones de compositores clásicos, así como de compositores pop. ¿La experiencia te hizo valorar más las obras de tus contemporáneos?
– Lo más interesante es que te das de cuenta que una buena melodía, haya sido escrita hace 500 años o 5 años, es una buena melodía. Y si la tocás solo al piano, o con una pequeña orquesta, podés decir que es de hace 500 años, cuando solo tiene 10 o 20. Es casi imposible que te des cuenta, a menos que las conozcas de antemano. Eso vence cualquier barrera en el mundo de la música. Porque no importa quién la compuso ni cuándo si es una buena pieza de música y la gente la disfruta. Si es así, durará para siempre.
Buena parte de tu discografía está inspirada en cuestiones místicas. ¿Te considerás un hombre espiritual?
– Sí, me considero una persona espiritual. Al ir envejeciendo, desarrollé una fuerte relación con el mundo que me rodea. La naturaleza y el espacio, específicamente, me fascinan. Las religiones también, de todo tipo. Pero realmente me he hecho mucho más consciente del poder que tiene la naturaleza en nuestras vidas. Y del hecho de que no siempre la apreciamos tanto como debiéramos. La naturaleza es mucho más fuerte que el hombre y creo que si no aceptamos eso en su totalidad vamos a tener muchos más desastres de los que ya tenemos.