La más que auspiciosa repercusión obtenida por Incandescente (2013) sumada a los unánimes comentarios elogiosos de público y crítica –además de varios premios recibidos– elevaron sin duda la vara de autoexigencia para un Richard Coleman que, de todos modos, ya venía edificando una carrera solista ascendente y plena de satisfacciones. Tras colocarse sobre sus hombros la organización del concierto homenaje a Gustavo Cerati en el Planetario y brindar una retrospectiva de su trayectoria a través de un CD y DVD en vivo titulado Actual (2016), Coleman no tenía certezas de cómo sería su próximo proyecto. Pero de algo estaba seguro: debía poseer una sonoridad y una proyección diferentes a sus álbumes anteriores.
Se introdujo, así, en una intensa búsqueda musical, con experimentación y mucha prueba y error, hasta que desembocó en una profunda motivación por revisitar algunas zonas de su trabajo que habían quedado inconclusas. Cuando los objetivos se hicieron más claros, sumó al productor Juan Blas Caballero (que trabajó con Abel Pintos y Axel, entre muchos otros artistas) y juntos dieron vida a las diez canciones que conforman F-A-C-I-L, una producción discográfica dueña de un atractivo y seductor pulso bailable que, con Andrés Calamaro, Gillespi, Leandro Fresco y Roly Ureta de invitados, transporta la música de Coleman hacia una renovada y bienvenida dimensión, además de estar dedicada a la memoria de David Bowie.
¿Cuál fue el concepto musical que buscaste en F-A-C-I-L?
– Me motivó la idea de recuperar el groove, el movimiento dentro de una misma canción, trabajando a partir de la repetición de un riff y del bajo. Me di cuenta de que estaba bueno retomar lo que había comenzado a transitar con Fricción hasta que todo se desbarató; esa cosa que tiene que ver con el postpunk, con el funk blanco, por decirlo de alguna manera, y con la influencia de artistas que siempre me gustaron como Gang of Four, entre otras bandas por el estilo.
A diferencia de tus álbumes anteriores, donde predominaban los tiempos medios, este no pierde su cuota roquera, pero resulta sumamente bailable y mucho más para arriba. ¿Eso fue adrede?
– Absolutamente. Quise retomar mi influencia postpunk y traerla al siglo 21. De ninguna manera quise hacer una revisión de los 80 ni un ejercicio de nostalgia. Al contrario, me relajé completamente con mis influencias, las dejé navegar y ahí apareció Juan Blas Caballero como productor, a quien convoqué precisamente porque no era de mi generación. Él no tiene el audio de los 80 ni está impregnado de todo aquello, ya que en esa época era un niño. Y eso estuvo muy bueno, porque logró traer aquel estilo a un sonido mucho más actual, forzando la máquina hacia el aquí y ahora, y quizás al mañana. Puede que algunos temas te recuerden cosas del pasado, pero en el audio no hay ninguna carga emotiva. Quería que fuera distinto a Incandescente, que fuera un disco que te haga mover la pata y no tan cerebral. Y la verdad es que estoy muy contento porque ese objetivo se cumplió.
¿Cómo llegaste a Juan Blas Caballero, un productor más vinculado al mainstream?
– Tuve la suerte de hacer con él un trabajo para otra banda y me gustó mucho su dinámica de laburo, y fundamentalmente su audio. Efectivamente, él tiene mucha experiencia con artistas mainstream, y eso me interesó porque yo tengo un costado, si se quiere, más indie; sé hacer canciones que están buenas, pero como me cuelgo mucho [se ríe], no llegan a ser cortes de difusión. En cambio, Juan tiene la destreza, la habilidad y el oficio de depurar una canción para que pueda ser corte y sonar en la radio. A partir de ahí, todo cerró muy bien porque, para mí, el audio es una herramienta expresiva, un instrumento más.
También parece haber un cambio a nivel lírico. Las letras de este disco no son tan crípticas y destilan una luminosidad, una sencillez y, por momentos, una carga positiva inéditas. ¿Estás de acuerdo?
– Mirá, mi mujer me dijo algo que es muy cierto: las letras de este disco son fáciles de aprender, pero eso no quiere decir que sean fáciles de entender. Las combinaciones de palabras son sencillas, pero después lo que pasa adentro es algo que dejo a criterio del oyente. Es verdad que todo está envuelto por algo muy brillante y que no es un disco oscuro, pero la oscuridad de siempre está implícita [sonríe].
¿Cómo se dieron las participaciones de Andrés Calamaro y de Gillespi como invitados?
– De pronto apareció la sonoridad de una trompeta en El ritmo cuando rima, y no dudamos en llamar a Gillespi. Vino al otro día e hizo un trabajo divino. Tuvimos que pararlo, porque si no, era un solo de trompeta [se ríe]. Y lo de Andrés fue una muy linda idea de Juan Blas. Había algo en la sonoridad de la letra de Días futuros que remitía a él, y lo invitamos a cantar. Yo hacía muchísimo que no trabajaba con Andrés. Lo último fue para Vida cruel, su segundo álbum solista, que es de 1985. Después, cada uno siguió su camino, pero nunca dejamos de tener un afecto y un cariño mutuos. Así que el reencuentro fue bárbaro y el tema quedó muy bien.
F-A-C-I-L está dedicado a la memoria de David Bowie, y precisamente la letra de Desechos cósmicos remite en parte a Space Oddity. ¿Fue compuesta a modo de tributo?
– No. La música es anterior a su muerte, y la letra, si bien la escribí el año pasado, no intentó ser un tributo ni nada parecido. De eso me di cuenta después. Las imágenes que a mí se me arman en la cabeza con esa canción me remiten más a Stanley Kubrick, a 2001: Odisea en el espacio, y eso obviamente te lleva al famoso tema de Bowie. Se trata de una relación válida, pero que no es directa. Es más bien una canción de amor tremenda. En cuanto a la dedicatoria del disco, eso surgió al final. Ya tenía todo terminado: las letras, la ficha técnica, los agradecimientos, y quería dedicárselo a alguien. Y ahí me decidí por él. Bowie es el único artista que me acompañó toda la vida desde los 14 años. Si no fuera por él, yo no estaría haciendo lo que hago. Es una influencia mayor para mí y para muchos artistas en todo el mundo. De eso no tengo ninguna duda.