Si uno de los integrantes de una banda se dedica simplemente a bailar arriba del escenario, significa que desde el vamos la intención es que cada fecha sea una fiesta. Rey Hindú se trata de un proyecto de carácter revivalista que desempolva la movida baggy de Mánchester de fines de los 80. Es imposible escucharlos y no encontrar en ellos una sintonía directa con Happy Mondays, pero lejos de que el paralelismo sea una desventaja, utilizan esa proyección del homenaje a su favor.
Claramente, el fuerte del grupo es el vivo, pero eso no hizo que descuidaran su trabajo en estudio, al dejar registro de una obra con una calidad desbordante que logra transmitir su energía. La obra fue producida por Fico Piskorz, de Massacre, en diversos estudios como El Pie y La Siesta del Fauno, y editada por el sello Geiser.
Luciano López solo se dedica a bailar, pero eso no significa que no sea un integrante legítimo del grupo, que está constituido por Manuela Ortega Diker y Cristóbal Zanelli en teclado y voz, Pablo Miguez en bajo, Manuel Ayerza en guitarra, Manuel Colman en batería y Lautaro Passadore en percusión.
Es cierto que en el sonido de Rey Hindú hay rastros indudables de Stone Roses, Primal Scream o alguna banda oscura de la compilación C86, pero también, sin escarbar demasiado, uno se encuentra con la nostalgia de la movida sónica local, en melodías vocales pseudorapeadas que podrían pertenecer a outtakes de Los Brujos o de los primeros Babasónicos.
Lo interesante del septeto es que permite, al menos, dos posibles escuchas muy bien diferenciadas: una más pasiva, destinada simplemente al baile y a la fiesta, y otra más precisa, destinada al trabajo instrumental. Rey Hindú parece haber estudiado de manera milimétrica los yeites, timbres y ritmos de aquel legado noventero para replicarlo con una capacidad orgánica. Sin embargo, esa mímesis no los estanca simplemente en el homenaje, como podría entenderse en un grupo de surf rock o rockabilly, que solo intenta reproducir un sonido. Su propuesta va un paso más allá, al recuperar el último gran sonido festivo que dio el rock británico y su contraparte local.