Siguiendo el mandato del rock guitarrero y provocador, Pilotos asomó la cabeza como un grupo desfachatado y vibrante. Su segundo disco confirmó que la banda no es solo una bocanada de humo, reviente y actitud. También hay grandes canciones esperando a ser descubiertas.
Pilotos surgió a principios de la década de 2010 como la respuesta roquera al patrón cada vez más universal del siempre inabarcable fenómeno indie. Lejos de melodías etéreas y una búsqueda tímbrica de vanguardia, el cuarteto se hizo fuerte a partir de canciones cargadas de nicotina y noche, con el fragor de la juventud como tema principal y con la huella de Ratones Paranoicos y Viejas Locas como guía espiritual y estética. Luego de seis años y dos discos (uno homónimo, editado en 2013, y Visor retro, de 2016), el plan parece ser casi el mismo. El propio Facundo Íñigo, cantante y guitarrista, se lo dijo al suplemento No en noviembre último: “Yo no quiero ser indie: quiero ser popular”.
No obstante, Visor retro tiene muchas aristas para ofrecer más allá de la inmortal tríada de sexo, drogas y rocanrol. Tres años después de su debut, deja en claro la progresión del grupo tanto a nivel compositivo como interpretativo. Si su primer disco hacía hincapié en la urgencia, este segundo álbum predica el trabajo de producción como principal fortaleza. De la mano de Nicolás Ottavianelli y Fernando Caloia (ambos en Turf), Visor retro incorpora una paleta sonora que mucho tiene de brit pop y de rock de estadios. Oasis, Blur y los Stone Roses revolotean permanentemente, sobre todo en el audio de las guitarras y en el tratamiento rítmico de las canciones.
Esta apuesta no hace más que poner en foco el poder innato que tienen tracks como La excitación, Visor retro, Estimulados y, sobre todo, Eterno resplandor, que podría ser un featuring perfecto entre Supergrass y Banda de Turistas. De hecho, Patricio Troncoso y Guido Colzani (tecladista y baterista de BDT, respectivamente) fueron los encargados de producir el debut de Pilotos. La ecuación es redonda y el círculo se cierra. Lo insinuado en el primer disco se completa con creces en este segundo capítulo y conecta al cuarteto con jóvenes artistas que todavía creen en el poder del rock: tal caso de Siberianos (La Pampa) o Los Monkys (Córdoba). Algo los une, y es la preocupación por sonar cada vez mejor. No bastan la actitud ni el personaje; para ser una banda roquera en 2017 hay que estar a la altura de la historia en cada show.