En el cierre de la segunda edición del Lollapalooza, el pop, la electrónica y el reggae desplazaron al rock alternativo. El artista principal, Pharrell Williams, desplegó su artillería de hits, que sirvieron de escudo para una actuación por momentos despareja. El fuerte de Williams es la producción y se notó en escena: por momentos sus clásicos falsetos se perdían entre los beats que marcaba su banda. Pero fue inevitable bailar con Happy, Get Lucky y Blurred Lines, tema por el que acaba de perder un juicio millonario por plagio. “El dinero va y viene, lo que importa son las experiencias”, dijo Williams luego de cantar el hit que compuso con Robin Thicke.
En su primera visita a la Argentina, Pharrell recorrió todo su catálogo: She wants to move y Lapdance, de N.E.R.D, su primera banda, y Beautiful, el éxito que produjo para Snoop Doog con The Neptunes, la pareja de productores que formó con Chad Hugo a fines de los noventas.
Lejos de la imagen del típico rapero, Williams se permitió por momentos emocionarse y se presentó en escena vestido de campera y pantalón de jean (con un enorme logo de Adidas en el culo), en vez de atiborrarse el cuello con cadenas de oro y lucir como un gánster. Estuvo acompañado por un grupo de bailarinas, quienes protagonizaron una coreografía que podría ser mejor apreciada en una discoteca o en un recinto cerrado, no en un lugar abierto como el hipódromo. El director de cámara de las dos pantallas laterales al escenario se mareó ante tanto perreo y se perdió algunas partes del baile, privando a la mayoría del público de las virtudes de las G.I.R.L.S.
Y llegó el final feliz, la canción que posicionó a Williams como estrella global. El momento que estaban esperando todos lo que aguantaron el inesperado frío que invadió el fin de semana. Estallaron papelitos y Happy coronó un festival que llegó para quedarse.
Pero hubo un bonus track: Skrillex despidió con su ruido hiperquinético a la multitud que se perdía por las salidas del Hipódromo de San Isidro. Que un DJ cierre el Lollapalooza pone en evidencia el fanatismo por la música electrónica de Perry Farrell, creador del festival. En definitiva, es su fiesta y tiene derecho a hacer lo que quiera.
FOTOS: gigriders