Paula Maffía se prepara para dar un mini show acústico esa misma noche en el Patio del Liceo, y quiere asegurarse de que sus invitados tengan un vino para tomar. Su novia le ofrece ir a comprarlos al chino de la vuelta de su casa, en Villa Crespo. Ella acepta el favor y le agradece. En una hora la pasan a buscar y no tiene tiempo. Pone a calentar la pava para el mate y habla de los gatos con los que convive. “Esos dos andan siempre juntos, son pareja”, dice desde la cocina, señalando a su cuarto. El agua hierve, Maffía carga el termo y ofrece la terraza para hacer la entrevista.
En 2010, Paula Maffía fundó junto a Lucy Patané y otras colegas una orquesta femenina que desde su génesis planteó una propuesta original: interpretar canciones poco reconocidas de los años 40 y 50. Navegando por estilos tan diversos como el swing, el bolero o la cumbia colombiana, Las Taradas encontraron un rápido reconocimiento entre el público argentino. Paralelamente, Maffía trabajó en otros proyectos, como La Cosa Mostra. Pero ahora está por dar a luz al primer álbum solista, que grabó junto una banda de acompañamiento que ella misma bautizó como La Orgía.
En Ojos que Ladran, la compositora, cantante y multiinstrumentista plasma una selección de canciones que compuso en los últimos años, en las que explota su carácter de música degenerada, como ella misma se define. Pero si algo parece haber aprovechado Maffía en el disco, es la libertad de incrustar el acordeón en canciones más rockeras, dotándolas de identidad y transparencia.
Una característica destacada de Ojos que Ladran es su versatilidad. ¿Es algo que buscás de manera consciente?
Nunca compongo pensando en un género. Me asfixiaría. Es difícil tener que moverse dentro de esa lógica. Entiendo que hay gente que los aborda desde un lugar relajado y que a veces los géneros mutan o evolucionan, pero a mí las canciones me piden. Tengo un vínculo muy amoroso con ellas porque son mis criaturas, no siento una autoridad sobre ellas.
¿No tenés el control de tus propias canciones?
Las hago crecer y las mantengo. Es muy misterioso cómo la semilla prende en el terreno de mi cabeza. Todavía no me doy cuenta. Compongo cuando estoy conflictuada, cuando estoy dilucidando cosas en la cabeza, cosas del aquí y del ahora y del entender procesos. Desde que armé las canciones de La Orgía y empecé con el disco, me dediqué a producir, a ensayar y a mejorar. No creé mucho. De hecho casi no estoy leyendo, algo muy extraño. Y casi no veo pelis.
¿Por qué?
Se lo tengo que robar a otra cosa. Tengo amigos que se pasan el finde viendo películas, pero tampoco siento que haya un culto al ocio inteligente. Durante muchos años pensé que la gente con tiempo libre era gente inútil, y ahora me estoy dando cuenta de que son personas que tienen una capacidad superior de vincularse con la vida. Atiborrarse de actividades es una debilidad muy grande. El tiempo libre me da un poco de terror. Todo lo que puedo hacer en ese tiempo libre son solo veinte minutos, ¿qué hago? Bueno, voy a jugar Angry Birds hasta cansarme [risas].
¿Por qué decidiste sacar ahora el disco?
Al principio quería tener una banda para tocar las canciones que no entraban en La Cosa Mostra ni en Las Taradas. Mi proyecto solista siempre existió, es lo que me unió de manera coherente a mis inicios en la música o con la actualidad. Siempre me gustó trabajar en banda, a pesar de que por comodidad agarro la guitarra y me voy sola a algún lugar. Me gusta esa libertad, pero disfruto mucho más trabajar en conjunto.
¿El intercambio te nutre más?
Exacto. Siento que soy buena autora y me defiendo como cantante, pero nunca voy a poder pensar mejores cosas que los bateristas, bajistas o guitarristas que trabajan conmigo. La baterista de La Orgía, Carla Nicastro, escuchaba mis canciones de descarte y me insistía con grabarlas. Me arengó un montón, hicimos una fecha juntas y fue muy bueno darles una oportunidad. Permitirme eso me abrió la cabeza a componer cosas. En un momento La Cosa Mostra dejó de existir y me quedé huérfana de banda. De pronto, todo ese material empezó a ir a La Orgía.
Es la primera vez que trabajás con un productor. ¿Cómo resultó la experiencia?
Muchos amigos me insistieron que buscara alguien que me ayudara a pulir el sonido. Yo creía que nadie podría llegar a entender mis canciones y mejorarlas. No me imaginaba confrontando con otros por mi música. De pronto, conocí a Juanito el Cantor trabajando en su estudio, y me encantó el viaje del tipo. Me gusta toda su versatilidad acústica. Es muy rockero, muy psicodélico y tiene mucho juego con las voces. Le escribí y se subió de una.
¿Por qué nunca lo habías hecho?
Incorporar algo nuevo me parecía extraño, como tener una pareja, que esté todo bien y de pronto llamar a un coach.
¿Qué prejuicios te sacaste al trabajar con él?
Las pocas veces que trabajé con alguien, se posicionaba desde un lugar de verticalidad en relación a mí. En cambio, Juanito escuchaba la historia detrás de cada canción y proponía cosas muy atinadas. Y cuando me parecía que no era atinado, no había problema. Hay mucha gente obtusa en la música, y como no hay masters ni Ph.D. ni reconocimientos mensurables, se imponen a través de la experiencia. Esto es un error muy grande, porque podemos aprender mucho de la gente que está empezando. Yo con las clases aprendo. No puedo creer que me entreno como maestra, aprendo y, además, cobro.
¿Te interesa el recibimiento que vaya a tener el disco de parte de tus colegas?
Recién me dijiste que el disco es muy versátil. Me interesa saber qué opina la gente, no por una cuestión de estar buscando halagos. Con eso no hago mucho. Pero que alguien me dé una devolución sobre la obra, ya sea buena o mala, para mí es enorme. Muchos procesos de creación toman sentido cuando alguien viene y me dice ‘che, no te casás con ningún género, te movés de acá para allá’. De pronto se autorizan un montón de cosas que quizás yo no llevé a un plano de la razón. Me muevo intuitivamente, entonces, una devolución de ese tipo está afirmando algo que yo de una manera intuía.
¿Te parece difícil escuchar discos nuevos que no tengan ideas preconcebidas?
Me parece importante mantener la coherencia artística, ser creativo y sorprenderse a uno mismo. Tengo colegas que trabajan siempre en una misma línea y con sonidos homogéneos. Hay gente que le sale bien eso, y hay gente que simplemente es soporífera. Lo importante es si te sale natural o no. Cuesta escuchar a un artista tratando de hacer algo que no le sale bien.
¿Dejás descansar las canciones durante el proceso de composición?
Me gusta mucho escuchar los ensayos. Saber qué cosita se agregó cada día a la canción. Después hay un período en el que empiezo a grabar y en el que todo está muy caótico. Como un cuadro en el que lo primero que aparece son las bases. En la mezcla el disco se vuelve a cocinar y se puede llegar a poner más rico.
Foto: Natacha Ebers
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Posted by David Gilmour on Jueves, 3 de septiembre de 2015