Hay pocos seres humanos capaces de reunir en grandes estadios a generaciones tan distintas. Anoche, Paul McCartney lo hizo de nuevo en el Estadio Único de La Plata. El arranque, apenas retrasado, fue con A Hard Day’s Night, la perla de esta gira porque es la primera vez que Macca la toca en vivo desde la época de los Beatles. Sonó un poco apagada. El frío no fue una barrera menor para el inglés, que necesitó un puñado de temas más para acomodar bien su voz. Fueron Save Us –de su último álbum, NEW– , Can’t Buy Me Love y Letting Go (de los Wings), una tríada que marcaría el pulso ecléctico de la noche.
Llamativamente, en un ejercicio de redescubrimiento sobre su propia obra, tocó Temporary Secretary, grabada en 1980 para su álbum McCartney II. El tema, con condimentos electrónicos que en su momento le valieron críticas negativas, estuvo acompañado de visuales de rayos láser verdes que concluyeron en una atmósfera psicodélica.
Una lástima lo de Let Me Roll It, una de las cartas siempre ganadoras de McCartney en vivo que esta vez sufrió algunas distracciones entre la banda, que todavía estaba entrando en calor. Pero enseguida vino I’ve Got a Feeling, primer guiño a los amantes de la última época de los Beatles y en la que Macca se calzó una pintoresca Gibson Les Paul diseñada especialmente para él por la tradicional firma.
Después llegó una catarata de clásicos de sus shows: My Valentine –dedicada a su esposa, Nancy Shevell–; Nineteen Hundred and Eight Five –tercera de los Wings y con un McCartney soberbio en el piano de cola Yamaha–; Here, There and Everywhere; Maybe I’m Amazed y We Can Work It Out, ya con la acústica encima.
A esta altura, no llama la atención la versatilidad instrumental de McCartney, pero sigue asombrando que atraviese todas las décadas de su carrera con semejante vitalidad. Ni siquiera se lo ve tomar agua entre canciones o transpirar su elegante camisa inglesa, aunque sí se permite agradecer cortésmente todos los aplausos, y dialogar sostenidamente con el público. “Esta es la primera canción que grabamos con los Beatles”, dijo antes de presentar In Spite Of All The Danger, que en realidad corresponde a los Quarrymen, el embrión de lo que después sería la banda más grande de todos los tiempos.
Fue la antesala de la recta Beatle más larga: You Won’t See Me (de Rubber Soul), Love Me Do, And I Love Her, y dos momentos cumbre: Blackbird y Here Today, dedicada, como siempre, a John Lennon. Y, así, vio la luz uno de los momentos más destacados: Olé, Olé, Olé, Lennon, Lennon, coreó el público y McCartney se sumó con su guitarra.
Queenie Eye y New, dos de las más nuevas, sonaron mientras de fondo las visuales seguían teniendo su protagonismo. Y después de Lady Madonna y The Fool on The Hill, llegó otra perla: FourFiveSeconds, el tema que McCartney compuso junto a Rihanna y Kanye West el año pasado y que lo devolvió a los primeros lugares del Billboard Hot 100 después de casi 30 años. La versión de McCartney –que no canta en la original– es otra muestra de su vigencia.
Así, el show entró en su mejor momento: Eleanor Rigby, que no necesita descripción; Being For The Benefit of Mr Kite, la única de Sgt. Pepper’s –sí, faltó A Day in the Life–; el tradicional homenaje a George Harrison en Something, con introducción de ukelele incluida; OB-La-Li-, Ob-La-Da, Band on the Run y Back in the USSR.
De los Beatles, solo faltaron temas de sus primeros tres discos, Please Please Me, With the Beatles y Beatles for Sale, y del menos importante Yellow Submarine. Pero quizás la gran deuda fue Helter Skelter, que en parte McCartney subsanó con la acostumbrada pero no menos explosiva versión de Live and Let Die, que se coló entre Let it Be y Hey Jude.
Get Back fue, igual que en Montevideo en 2014, el supuesto momento improvisado, que poco tuvo de eso a pesar de la frescura con que McCartney controla ese tipo de situaciones, como la de invitar al escenario a una chica de once años llamada Leila y tocar el bajo con ella. La pequeña bajista tendrá una misión difícil de ahora en más: encontrar en su vida estímulos superadores.
Para los bises entró la infaltable Yesterday, Hi Hi Hi –otra rareza de los Wings–, Birthday y el enganchado final de Abbey Road: Golden Slumbers/Carry That Weight/The End. La batería de Abe Laboriel, los teclados de Paul Wickens y las guitarras de Rusty Anderson y Brian Ray fueron la amalgama perfecta durante todo el recital para el lucimiento de un músico que enfrenta el paso del tiempo con una energía difícil de equiparar.
Fueron dos horas y media de show y una buena advertencia: el jueves, por qué no, podría ser el último concierto de un Beatle en Argentina, y todavía quedan entradas a la venta.