Desde comienzos del 2000 Pablo Dacal comenzó a construir una carrera como cantautor en el circuito alternativo de Buenos Aires y del mundo. Su último álbum solista, Baila sobre Fuego, fue grabado en estudios móviles durante su viaje por Francia, Alemania, España, y también con un paso frustrado por Inglaterra, país del que fue rechazado por las autoridades del aeropuerto por viajar con una guitarra a mano.
El álbum transita por diferentes estilos y, según Dacal, no tiene la intención de englobar un concepto o una estrategia de producción. “Es una crónica del viaje en que fue grabado, durante el desarrollo de las rutas y los caminos. No lo pensé con intención de resolver una obra redonda y concisa, sino todo lo contrario. El disco tiene esa desmesura que también tuvo el viaje. Quería enfocar distintos aspectos de las cosas que quizás no podían ser abarcadas en menos canciones” describe.
¿Qué influencias encontraste en tu paso por Berlín?
La ciudad en sí es muy inspiradora, hay una gran circulación de artistas de diferentes lugares del mundo, muchos lenguajes… Berlín tiene una tradición de vanguardia sonora muy poderosa. Eso fue una influencia decisiva. Una cuestión de ritmo también, una especie de frialdad y sequedad en esa forma de comprender las rítmicas de todo lugar del mundo, que creo que tomé muy en cuenta a la hora de trabajar. Sobre todo conocí la obra de un músico de allá que me parece increíble, que se llama Stanley Brinks. Toda su obra me resultó fuertemente inspiradora. Ese borde entre lo desafinado, lo ruidista y lo tradicional creo que influyó mucho en el sonido. No casualmente lo que trabajé en Berlín fueron las bases. Creo que influyó mucho en el beat.
¿Por qué decidiste relatar lo que pasó en el aeropuerto de Heathrow en forma de hip hop?
Es una confluencia de estilos. Está escrito en cuartetas de octosílabos, emulando un poco la poesía gauchesca. A la vez, está sobre el ritmo del hip hop, que me parece el ritmo mundial por excelencia. Cada ciudad tiene su movida de hip hop y el rapero freestyle es algo muy creativo y muy verdadero. Es la voz del presente. Es algo con lo que coqueteo desde hace tiempo y con lo que juego en casa. Me parece que hay un cruce entre la payada y el hip hop, entre la aldea y el mundo, y es algo que me interesa.
Además, que se llame Britain Blues es hasta irónico…
El tema es bastante cínico. Supongo que solo con cinismo podés atravesar ese tipo de experiencia de frontera, que son difíciles. Con un poco de gracia se transforma en música.
¿En Exile on BA hay un juego con los Rolling Stones?
Total. Mi fuente de inspiración antes de salir de Buenos Aires fueron ellos. Obviamente, los conozco desde chico, sin embargo, los estuve escuchando este último tiempo e investigando bastante las afinaciones de Keith Richards. La forma de encarar la composición que tuvieron en los años 70, mucho más asentados en el ritmo y en las secuencias circulares, en el mood del tema, el sonido que les genera eso que tienen para cantar. Más allá de la construcción más europea y Beatle, que es la tradición que yo venía manejando. También salí desde acá con mucho Stones en la cabeza. De hecho, no tenía terminadas las canciones, sino fragmentos y, en muchos casos, simplemente riffs o alguna secuencia de cuatro acordes. La idea era componer los temas andando. Después me enteré que los Stones durante los 70 grabaron sus discos en otros países, fuera de Inglaterra, entonces la inspiración Stone cobró un nuevo sentido. En un momento el disco se iba a llamar Exile on BA.
También hay una canción de cuna dedicada a tu hija.
El disco es una chorrera, no tiene mucha edición. Quizás si hubiese trabajado con un productor, pensando en una obra redonda, hubiese cortado en algunas aristas. Pero sentí que yo soy eso y que todo salió del viaje. Fue escrita hace tres o cuatro años, no para ser grabada, sino con mi hija en brazos. De alguna forma es un regalo para ella. Fue una forma de evocarla y conectarme con ella estando tan lejos cuando la grabé. El disco no sólo es el vértigo de la ruta sino también es mi niña, es el amor y el terruño.
¿Que el disco sea tan ecléctico tiene que ver con la facilidad que hay actualmente para encontrar nuevas influencias?
Es posible. Creo que hay discos más íntimos, que quizás desde un lugar interior pueden hablar al mundo, y hay otros que son una mirada más atravesada y confusa, como es el mundo. Desde ese lugar entran en la experiencia interior. Este es un disco viajero que denota el punto en el que un viaje empieza a ser un viaje interior y que un simple recorrido por las rutas se puede transformar en una experiencia patafísica, delirante y creativa. Seguramente, si hubiese evocado una experiencia determinada –como quizás fue mi disco anterior, El Corazón es el Lugar, que tiene que ver más con una experiencia de trabajo– sería algo más definido. Pero Baila sobre Fuego tiene más que ver con andar por el mundo, con las redes sociales. Intentar definirlo era cerrarlo, y no tenía ganas. Si bien es ecléctico, paradójicamente es el disco en que trabajé con un equipo más pequeño. Tocaron muchos menos músicos que en los anteriores. A la vez fue el más ordenado en cuanto a etapas. En Berlín grabé las bases, en Croissy-sur-Seine, las armonías y los sintetizadores, y en Madrid, las melodías y los instrumentos más tradicionales. En la última etapa escribí los versos, que grabé en Buenos Aires. Estuvo iniciado y terminado en un mes. Si bien hubo un cierto caos en su desarrollo, cada etapa fue muy puntual. A veces grabás en una misma ciudad y recorrés muchísimos más estudios.
Foto: Luciana Aldegani