Aquí es donde empezó la odisea de Juan Carlos Ozuna Rosado –la estrella de reggaetón y latin trap conocida como Ozuna–: en un departamento modesto de tres habitaciones sobre una bodega de San Juan, Puerto Rico. Afuera, un trío de pollos hurga en la calle y la melodía de una salsa flota en el aire. La abuela de Ozuna, Eneida, se arrastra entre la entrada y la cocina. Ozuna, de 25 años, creció aquí, aunque la casa está mucho más llena de gente ahora. Alrededor de doce personas entran y salen constantemente, incluyendo a dos hombres de seguridad: su tío Félix –quien se convirtió en una figura paterna después de que Ozuna perdiera a su padre a los tres años– y Charlie, quien fue su vecino y ahora es su asistente personal, y lleva el logo de Ozuna, un oso Teddy, tatuado en la pantorrilla.
Vestido con pantalón y campera deportivos Gucci y zapatillas Balenciaga, Ozuna se sienta en el sillón de la sala mientras chequea su cuenta de Instagram. Su primer micrófono –un Samsung que Félix le regaló cuando tenía 12 años– descansa junto a él, como un recuerdo de aquellos días, antes de que llenara estadios tanto en Puerto Rico como en los Estados Unidos y atrajera a colaboradores como Cardi B, la figura del rap con quien recientemente lanzó el dueto dance La modelo. Le pregunto a Ozuna si, en algún momento durante esta semana, su equipo puede ponerme en contacto con ella para hablar sobre esta colaboración, y apenas cinco segundos después ya la tiene en FaceTime, sin importar que ella esté exhausta por los Grammy de la noche anterior.
“¡Ey, Carrr-deeeeee!”, dice Ozuna. Ella todavía se encuentra en la cama, pero una gran sonrisa le atraviesa la cara: “¡Eyy!”, responde. “Baby, llámame cuando te despiertes, ¿sí? Sigue durmiendo. Que Dios te bendiga”, contesta él.
Desde que se conocieron en diciembre de 2016, Ozuna y Cardi, ambos descendientes de dominicanos, formaron un vínculo de hermanos. “Cuando la conocí me vi a mí, pero como una mujer”, recuerda Ozuna. La admiración es mutua: en enero, durante el concierto que dieron en Calibash, en Los Ángeles, Cardi publicó en Instagram una imagen de ella cantando durante la presentación de El farsante diciendo que Ozuna era “como un hermano”.
Siendo un vocalista dulce y ágil, conocido por sus letras románticas y sensibles –toda una rareza dentro de la tradición machista del reggaetón–, Ozuna convenció a Cardi para que cantara en español. Y su instinto dio en el blanco: en enero, La modelo debutó en el puesto N° 3 de la lista de Billboard Hot Latin Songs y en el N° 52 del Billboard Hot 100, cerrando un año que posicionó a Ozuna como una completa novedad en los Estados Unidos. Su primer álbum, Odisea, hizo su aparición como N° 1 en el Top Latin Albums en septiembre y llegó al puesto N° 22 en el Billboard 200, convirtiéndose así en el título latino con mayor permanencia desde Destiny, de Gloria Estefan, en 1996. Como solista, Ozuna alcanzó dos veces el top 10 del Hot Latin Songs, y sin los beneficios de tener un single radial en inglés, ya lleva mil millones de descargas en los Estados Unidos, según datos de Nielsen Music.
Ya pasaron cuatro años desde que el artista subió por primera vez su música a YouTube. En ese entonces, compartía la habitación de su infancia con su esposa, Taina, y su primera hija, Sofía. Desde ese momento muchas cosas cambiaron –tanto para la tierra de Ozuna como para el pop latino–. En 2017, cuando en Puerto Rico Luis Fonsi y Daddy Yankee hicieron historia con el hit Despacito (y con el remix de Justin Bieber), fue como si la barrera entre el lenguaje del pop en español y en inglés se hubiese derrumbado. Luego le seguirían las más importantes nominaciones a los Grammy, incluyendo Canción y Disco del Año.
En ese momento, aún era difícil pensar en el éxito de Despacito sin recordar la terrible situación del territorio en el que nació el hit: el desastre provocado por el huracán María en septiembre hizo que 200.000 personas abandonaran la isla y dejó a sus habitantes sin electricidad, agua y otros recursos básicos, mientras el gobierno de Donald Trump se negaba a proveerles más ayuda. (En la actualidad, casi 400.000 hogares continúan sin energía eléctrica).
“Hacés historia o no la hacés –sentencia Ozuna–. Soy un tipo que apoya al equipo local, Daddy Yankee y Luis Fonsi son de los míos. En lo que a mí concierne, ganaron. Ellos ingresaron a todos los mercados con Despacito. Llevaron la música urbana y latina a los Grammy americanos”.
Su atención cambia rápidamente a su celular, y es capaz de ahondar en una discusión profunda mientras escrolea constantemente su cuenta de Instagram. Su pulgar se detiene en un video recientemente posteado por la radio WSKQ de Nueva York, la estación latina número uno de los Estados Unidos: es un video de Camila Cabello, la artista que fue el centro del escenario en la noche de los Grammy. “Soy una orgullosa inmigrante cubano-mexicana, nacida en el este de La Habana, que esta noche está parada frente a ustedes, en el escenario de los Grammy en Nueva York. Y solo sé que al igual que los sueños, los niños inmigrantes no pueden ser olvidados porque vale la pena luchar por ellos”. Aunque se siente más cómoda hablando en español, esto lo dice en inglés. Ozuna asiente con la cabeza diciendo “Bien… bien…”.
En la canción que lleva el título del disco, Odisea, Ozuna rapea su autobiografía en español a una velocidad vertiginosa: “Crecí en un círculo de pobreza. Todo era feliz, adaptarse era una destreza. Abuela me crió, papi murió, mami me crió, juro que no me faltó nada…”. Pero en el estribillo canta con cierto dolor: “Si mañana no me despierto y papá envía a Dios a buscarme, quisiera antes despedirme. Pero, ¿qué será de mí? ¿Quién me cuidará a la familia? En este mundo de traición, ha sido toda una odisea”.
Ozuna tenía tres años cuando a su padre lo mataron de un disparo. No posee verdaderos recuerdos del hombre que viajó por el mundo como parte del staff de bailarines de Vico C, músico pionero del rap y el reggaetón en español. “Él tuvo que irse a otro lugar –cuenta Ozuna–, pero sé que hubiese dado todo por alguien para levantar el nombre de la familia. Y ese alguien resulté ser yo”. Su madre fue y continúa siendo una presencia constante, pero nunca estuvo económicamente estable como para mantenerlo. Por eso, vivió con su abuela durante gran parte de su vida.
“Ella me enseñó a seguir el camino de Jesús, que nada se nos regala, que hay que trabajar duro para conseguir las cosas –relata Ozuna sobre su abuela Eneida–. Además, me enseñó el valor del dinero, de un par de zapatillas, algo que comprábamos con sacrificio. Y lo mismo con un lápiz, una goma, cosas simples. Teníamos que transpirar para conseguir cada cosa”.
En 2004, el mismo año en que Gasolina, de Daddy Yankee, expuso a una nueva y universal audiencia lo que alguna vez fue un género del underground llamado reggaetón, Félix le regaló a Ozuna el micrófono Samsung. “Yo ponía música y él sabía todas las canciones”, recuerda Félix, canciones de artistas como Daddy Yankee, Don Omar y De La Ghetto. “Yo siempre estaba diciéndole: ʽSacá esos ruidos, chicoʼ”, comenta de repente Eneida. Ozuna comenzó a escribir y a grabar descargando bases de YouTube y presentándose de manera ocasional en el bar El Corozal, donde trabajaba. Más tarde ese mismo día, me acerco al bar, donde el hijo del antiguo jefe de Ozuna, Héctor López, me muestra un video donde se ve a un Ozuna adolescente cantando arriba del escenario. “¿Lo ves?, lo llamo ʽAntes de la famaʼ –me dice entusiasta–. Yo le dije que era talentoso”.
A mediados de 2010 y durante cinco años, Ozuna probó vivir en Nueva York, donde se quedaba con familiares en Washington Heights, Manhattan, “buscando oportunidades en la industria musical”. Pero “la vida va muy rápido ahí, demasiado rápido, más rápido que yo –dice entre risas–. Y creo que nadie puede ir más rápido que yo”. Volvió a Puerto Rico, donde empezó a subir su música a YouTube, lo que lo llevó a colaborar con héroes de su infancia como Daddy Yankee y De La Ghetto. Mucho antes del lanzamiento de Odisea, logró construir una audiencia hispano-parlante muy fiel. “Soy de acá –afirma encogiéndose de hombros–. La música fluye, las letras cambian. Todo cambia cuando estás de regreso”.
Hoy, Ozuna considera a Puerto Rico como su hogar permanente (también tiene una casa en Miami), y a pesar de que vive a una hora de distancia de San Juan, claramente se mantiene presente en su viejo barrio.
Su abuela tuvo mucha suerte durante el huracán: aunque ingresó un poco de agua en la vivienda, la casa no sufrió daños. El edificio de al lado, hecho de madera, quedó destrozado. Según cuenta Ozuna, cuando llegó la tormenta, él estaba en casa “esperándola”. Antes de que golpeara la zona, pudo llevar a su esposa y sus dos hijos pequeños a Miami. “El huracán nos unió como comunidad –reflexiona hoy–. Conocimos mucha gente que antes no conocíamos”. Ozuna, además, inició una fundación sin fines de lucro llamada “Odisea Childrens”, con la que ha ayudado a los niños más carenciados de la isla a recuperarse de las secuelas tras el huracán.
Antes, durante nuestra charla, le pregunté a Ozuna su opinión sobre Donald Trump, asumiendo que seguramente tendría sentimientos negativos hacia un presidente al que todos le reclaman haber abandonado a Puerto Rico en su peor momento. “La verdad es que respeto las ideas de todas las personas. No tengo nada en contra de nadie –comenta con tranquilidad–. No miro las noticias y realmente no creo en la política. Solo creo en la gente. Y mi gente, aquellos que me siguen, son los latinos. Los seguiría hasta el fin del mundo”.