“Mañana es mentira, lo real es ya”, canta Emiliano Brancciari, desesperado, allá por el final de Suenan las alarmas, el noveno y más reciente trabajo de No Te Va Gustar. Y esa frase urgente se hace definición: en el encuentro íntimo se los nota en conexión con el presente, en constante ida y vuelta con aquello que los moviliza. Se agarran la cabeza pensando en cómo arreglar una lista de temas con demasiados hits para dos horas y media de show, se intercambian los sombreros entre risas, y Brancciari, conocido hincha de Boca, sonríe al leer en su teléfono las últimas noticias del clásico rival: “¡Siete dopings positivos!”, grita y se mofa. Más tarde, dibujará una sonrisa chicanera y dirá: “Igual, siempre hay un escritorio que los salva”. Todo es risa y celebración, ya no por el título xeneize (que solo el líder festeja), sino por un presente continuo, un presente perfecto: “Estamos en el mejor momento de la banda –dice Denis Ramos, trombón y motor del grupo–. En muchos sentidos. En lo humano, estamos muy bien. Viajamos por el mundo sabiendo cuál es el rol de cada uno, qué le tenemos que aportar a la banda. Musicalmente, con un disco increíble grabado en un momento muy armonioso”.
El año pasado, se reunieron en plan single con Héctor Castillo, que ya trabajó, entre otros, con David Bowie, Björk y Roger Waters. Grabarían tres temas, para descartar uno y publicar el resto como un tentempié y así engañar al oído después de una gira demasiado extensa. Pero las cosas se dieron mejor de lo esperado: “Quedamos muy conformes con el resultado y tuvimos muy buena onda con él. A partir de ahí, decidimos que iba a ser todo parte de lo mismo y nos pusimos a trabajar en conjunto”, comenta Francisco Nasser, tecladista del grupo. En dos meses “a puro asado y vino”, el cambio de pasado por presente fue radical. Lo que antes era pop canción pasó por un filtro de distorsión y aumentó sus revoluciones por minuto: “Si bien siempre queremos cambiar el concepto de disco a disco, esta vez estábamos seguros de que queríamos modificar nuestro sonido”, comenta Denis, y sigue: “A Héctor le gusta un sonido potente, urgente, y eso era lo que queríamos. Las letras del disco tenían esa urgencia y la idea era que todo acompañara. El resultado final quedó tal cual como lo queríamos transmitir”. Porque es lógico que la búsqueda artística no sea la misma que cuando todo comenzó. Y Ramos lo sabe: “Hemos tocado en 22 países hasta el momento y cada uno tiene una cultura distinta. Eso nos va influenciando. En este disco, eso se ve mucho: Villanos tiene arreglos de un grupo de mariachis mujeres que conocimos en una entrega de premios. A ellas les propusimos hacer un tema entre folk y punk, y terminó siendo una ranchera pop”.
Todo ese trabajo minucioso, en búsqueda constante del audio perfecto, por el pedal que le dé el diferencial a ese cencerro o a esos caños, puede verse en el video promocional que acompaña al disco. Pero lo obsesivo y lo profesional a veces debe darse un respiro: en Quería ser como él, la sección rítmica es acompañada por palmas en negras, sí, pero también por golpes en las nalgas desnudas. “Esa idea la tiramos como un bolazo, y en un momento, Castillo dijo ‘Bueno, ahora vamos a hacer la toma de las nalgas’”, comenta Nasser entre risas. Y, por una vez, puede decirse sin miedo a ofender que la canción suena como el traste.
Y lo que también puede decirse es aquello que se escucha: después de 18 años de la publicación de Solo de noche, el primer disco, y a varios más de la formación de la banda, todavía hay algo que une pasado con presente, un hilo invisible que ata la primera canción con la última y le pone el sello de No Te Va Gustar. Gonzalo “Japo” Castex, percusionista, arriesga una respuesta: “La búsqueda por cambiar todo el tiempo es nuestro hilo conductor. Lo que se repite constantemente en nuestro trabajo es el cambio. En nueve discos solo repetimos una vez un productor. Siempre buscamos cambiar para tratar de mejorar nuestro audio”. Y una escucha apurada de sus trabajos de parte de cualquier oído, desde el atento hasta el distraído, confirma la teoría: Solo de noche (1999) y Este fuerte viento que sopla (2002) proponían un sonido rioplatense y festivo, para desembocar en la dupla Aunque cueste ver el sol (2004) y Todo es tan inflamable (2006), donde la oscuridad le ganó a la pista de baile. El camino más largo (2008) fue el nexo electrónico-bailable entre lo que vendría: la búsqueda (y el encuentro) de la canción pop perfecta en Por lo menos hoy (2010), El calor del pleno invierno (2012) y El tiempo otra vez avanza (2014).
En la simpleza está la clave
Del breve repaso subyace una constante que se hace evidente en cualquier banda más o menos prolífica de la actualidad: el ciclo es repetitivo, corto y abrumador. Cada dos años, los números lo dicen, la banda editó un disco. En el medio, giró por el mundo, empezó a componer, preproducir y grabó, para hacer andar nuevamente la rueda. Y lo que tendría que ser intuitivo, irracional e impulsivo se vuelve rutinario, porque, en definitiva, además de arte, esto es un trabajo. En ese contexto, ¿cómo se mantiene el deseo? “Lo tenemos adentro, nos sale de manera natural. Está en el ADN del grupo intentar buscar motivación en lo artístico”, comenta Brancciari. Y cuando habla de “grupo” y no de “banda”, también está dando una definición: porque de tantas andanzas, después de más de dos décadas tocando, el grupo tiene vida propia, funciona como un organismo y es más grande que la suma de sus individualidades: “Así es en todo sentido, musicalmente y en lo humano también. Cuando uno se queda, el grupo lo agarra y lo levanta”, cierra el cantante.
No se dijo en su momento, pero se dirá ahora: para Castex, “Emiliano como compositor es otro de los hilos conductores de la banda: él no es un compositor de estilo, es diverso”. Y en esa diversidad hay una constante: la identificación con el público. Porque desde sus inicios llenos de timidez, en los que siendo líder y cara visible se paraba en un costado casi oculto del escenario, hasta la actualidad, en la que ganó el centro de la escena, él siempre tuvo una conexión íntima con su gente, de esas que son casi inexplicables. Desde adentro, desde sus adentros, a él le cuesta entender los motivos de esa identificación. Pero Martín Gil ve las cosas más claras: “Yo creo que sale de la simpleza del lenguaje, las canciones están escritas como se habla. Es muy fácil de digerir y sentirse tocado con la letra: eso te genera una intimidad y una complicidad con la canción”.
Porque ellos siempre vuelven ahí, a la canción. Es lo que los une, lo que los conecta, lo que los moviliza: “Lo más importante termina siendo la melodía: más allá de lo que te estén diciendo o el idioma en el que te estén cantando, lo que importa es lo que te haga sentir la canción”, dice Brancciari y termina: “La buena canción es la que te genera emoción, cualquier emoción”. A pesar de eso, lo que digan o no digan las letras no les da lo mismo: “Este disco habla de aquellas cosas que nos movilizan a nivel mundial. Suenan las alarmas en una cuestión ambiental, la violencia, las relaciones humanas. Hoy en día no nos sorprende casi nada, una semana tras otra estás esperando que ocurra algo horrible en alguna parte del mundo, y el disco surge en ese contexto”, comenta Denis Ramos. Y su cantante lo secunda: “En nuestras canciones siempre hubo opinión, siempre mostramos nuestra forma de ver el mundo. Es parte de lo que hacemos. Pero también entendemos que hay artistas que no lo hacen, y está perfecto. Nosotros decimos lo que sentimos porque nos sirve, nos gusta hacerlo”.
La conversación se desvía, mientras suenan cada vez más fuertes los repiqueteos de una obra en construcción que trabaja muy cerca del hotel de Palermo en el que se encuentra alojada la banda, esos golpes que molestan al oído y no dejan abrir las ventanas del desayunador ya tibio por el calor del pleno invierno porteño. Ahora se habla de La Vela Puerca. Pronto se van a cumplir los diez años de aquel show único y mítico que reunió a ambas bandas arriba del escenario un 11 de octubre del 2008 en el Estadio Charrúa de Montevideo. Brancciari toma la posta: “Estuvo buenísimo, sabíamos que estábamos haciendo algo histórico, porque éramos y somos las dos bandas más convocantes del país. Todo el proceso estuvo buenísimo: los ensayos, la búsqueda de hacer un show en conjunto en el mismo sentido musical y no dos shows por separado”. Y Gil encuentra aquello que marcó un antes y un después, porque “fue muy lindo mostrar que no todo es competencia, que no es La Vela contra No Te Va Gustar, no todo es fútbol. Esto es música y podemos compartir. Fue una linda señal para la gente, para demostrar que está todo bien entre las dos bandas, que sepan que no tienen que escuchar uno u el otro, que no se tienen que perder de una banda para disfrutar de la otra”.
Y hablar de shows históricos obligatoriamente remite a aquel que se avecina: el 9 de septiembre en el Hipódromo de Palermo será la presentación oficial de Suenan las alarmas. Y entre pregunta y pregunta, la charla sigue siendo la misma que la del principio: qué canción poner, qué canción sacar en un setlist que promete ser largo y aun así deberá dejar afuera más de un hit. “Pero estamos tranquilos porque sabemos que las canciones pueden volver en cualquier momento”, comenta Gil. Y Brancciari promete: “Va a ser un show largo en un lugar que está buenísimo con invitados sorpresa. Va tener una apuesta artística y visual bastante imponente y muy novedosa para nosotros”.
Cada palabra se dice feliz, todo se escucha natural, no solo en lo dicho, sino también en su nuevo trabajo. Porque, aunque parezca filosofía barata, mensaje de spam de WhatsApp, todo pasa por allí, por donde comenzó: mañana es mentira, lo real es ya. La metáfora se desactiva un minuto y Brancciari piensa por un instante en el futuro de la banda, un futuro en el que No Te Va Gustar sea solo un recuerdo: “Cuando pasen muchos años, lo que se va a poder decir de nosotros es que fuimos unos locos que tocamos veintipico de años y aportamos buenas canciones al repertorio popular”.