El ambiente estaba bien fermentado en el teatro cuando empezó el primer beat de No, el tema de su último álbum con más reproducciones de Spotify. A las 21.30 en punto había calor, excitación, mucho estupefaciente sin efervescer, tragos cayéndose encima de la gente y la necesidad de que todo explotara.
Jaar venía de tocar en Colombia y en su Chile natal, pero era sabido que le había quedado un buen recuerdo de Buenos Aires. “La última vez que estuve fue en un club, muy de noche, y otra en un festival, muy manija”, le dijo a Billboard hace unos meses, refiriéndose a aquel esperado Crobar de 2014 y una sutil presencia en el Ultra Buenos Aires. Ninguna de las fechas estuvo cerca de ser suficiente para saciar el hambre de los porteños por ver un show concentrado del productor americano-chileno de 27 años.
La buena predisposición era unánime, a pesar de que ni los propios fanáticos podían terminar de procesar lo compartido de su viaje. Pura hipnotización, introducciones de cuatro minutos, warm-ups de suaves latidos de bpms y largas porciones de tracks con el foco puesto en que el trance fluyera sin predicciones. Estribillos que explotaban de cero a cien, beats prolongados que pasaban del deep house al techno en un segundo. Vocales fiesteras, bajos contundentes y sonidos que envolvían. History Lesson, Time For Us, Mi Mujer, Swim, Bandido... fue una mezcla de los hits de sus EPs (Nymphs II, Nymphs III), singles y dos LPs, Space Is Only Noise y Sirens.
Tocó para quienes querían su costado más experimental y para quienes ansiaban sus joyas anónimas escondidas en sus DJ sets, una fina selección de sus temas más conocidos mermados en una improvisación controlada. Todos tienen algo en común: existen en estados intangibles, etéreos. No empiezan donde tienen que empezar, no explotan donde suelen explotar. A pesar de su naturaleza fugaz, Jaar deja suficientes espacios y lugares en blanco para que uno los vaya llenando. Es uno de los pocos músicos o productores que puede darse el lujo de bajar el tempo de 110 bpm a 50-60 y seguir manteniendo a la gente enganchada. No es un mero DJ, está claro, porque parte desde lo humano para intervenir en los sonidos.
Utilizó su voz como una textura, al igual que el piano, el saxo y cada perilla; modular gear y el MIDI controller. IDM, slo-mo, jazz, hip-hop: ningún género le queda ambicioso. Y su habilidad para escalar progresivamente hace que sus canciones deambulen entre el silencio y la tensión, y que cualquier riff o tamboreo nunca te hagan quedar quieto. A las dos horas, casi clavadas, dio un saludo tímido y el adiós, muy fiel a su estilo.