Cuando todavía era una nena de 11 años, Naomi Preizler ya sabía que quería ser modelo. Lo que no sabía aún era que el lujo es vulgaridad. Por aquel entonces, vivía con su padre y ya fantaseaba con la independencia. Como en las películas o en las fábulas, a los 15 años, un agente de modelos la frenó por la calle: “Tenés condiciones”, le dijo. Al tiempo, ya estaba viajando, posando y desfilando por el mundo. Vivió en pequeños departamentos de Londres, París, Nueva York y Tokio. En todos convivió con modelos. Con muchas. Todas juntas. “Fue duro, pero por lo menos no estaba sola”, reconoce. Cuando todavía era una nena de 11 años, Naomi Preizler deseaba vivir sola. Lo que no sabía aún era que el lujo es vulgaridad: el modelaje, ese universo, la desdibujó.
Todo era perfecto, hermoso, veloz, luminoso. En Londres, Naomi empezó a escuchar mucha música. “Comencé a tomarme en serio al arte”. Aquel fue su escape. ¡Clic! En París dibujó, conoció museos, fue a recitales y le ofrecieron trabajos de ilustradora. Los agarró y le fue muy bien. ¡Clic, clic! En Nueva York se puso frívola. ¡Clic, clic, clic! Y en Tokio se limpió: “Lo japonés influyó en mi manera de pensar”. Keep on walking, keep on rocking. Viajar como modelo le sirvió como parte de su educación informal. Y esa experiencia tripera le permitió ganar espalda tras desfilar para Chanel, Givenchy, Balenciaga, Jean Paul Gaultier, Marc Jacobs y otros tantos pesos pesados que manejan la industria de la moda.
Mientras tanto, el impulso inicial empezó a teñirse. Se armó un blog: The Jerut of Rosa Luxemburgo, donde contaba lo que le pasaba, lo que vivía entre bambalinas, el verdadero rostro de la moda después de esconderse socialmente pour la gallerie. Así las cosas, una incomodidad empezó a brotarle: la belleza también es exigencia. Que hay que ser más flaca, más linda, más perfecta, más simétrica, más todo. O menos todo. O vaya a saber qué mandato regía en ese instante. Mandato que sería jubilado al instante. Bienvenido, nuevo mandato. “En la moda estás in o estás out”, repite cada vez que puede Eglantina Zingg, la presentadora de Project Runaway. Del in al out sin escalas. Naomi se sentía out.
“No”. Ese peligro vivo llamado “no”. A los 22 años, después de aquel periplo internacional, Naomi volvió a la Argentina con la decisión tomada: ya no quería ser modelo, quería ser artista. “Me conecté mucho con el mundo del arte”, comenta. Descubrió que podía cantar rapeando encima de pistas que le disparaba un DJ amigo. De ese coqueteo salió I’m a Model, un descargo electro-testimonial, su exorcismo del pasado. El “no” es limpio, definitivo: Naomi Preizler ya no es modelo. Ni volverá a serlo.
Durante una tarde festivalera, el músico y productor Julián Aznar se le acercó y le propuso hacer algo juntos. Aznar tenía en mente el concepto de “electrónica en inglés”, y de esa junta salió The New Face, su última reflexión sobre la moda. Luego de eso, un viraje: “Estaba aburrida de mí misma y empecé a cambiar de estilo”. Ahí apareció La chica, con un nervio mucho más latino, una canción que pinta un lienzo sobre una mujer que sufre violencia de género de un tipo con dinero e impunidad.
¿Cómo te sentís en el mundo de la música?
Encontré un público mucho mejor. Como artista tenés que hacer obra para el público, para lo que la gente necesita. Antes de la música, me metí en el arte visual, donde me sentí señalada. Estoy en contra de ciertas imposiciones, de ciertas frivolidades. Las nuevas generaciones necesitan otro tipo de cosas. En la música podés decir lo que quieras y les llega a todos. Es un arte que no está contenido.
Por estos momentos, Naomi tiene una ambición: sacar un tema por mes hasta completar la idea de álbum. Lo llamativo es que cada tema tiene un productor diferente. Así se le presentó Diego Tuñón, tecladista de Babasónicos. Tuñón llegó después de escucharla en un remix que hizo el periodista Camilo García con los vocales de I’m a Model. De su boca: “Diego me sugirió que la música tiene que ser fresca, personal, propia”. También tuvo el apoyo de Ezequiel Araujo en Obsesión, la historia de una chica que mantiene una relación con un hombre de la noche. “Ezequiel es uno de los más talentosos que tenemos”, desliza. A su vez, Naomi sueña con ser producida por el músico chileno-norteamericano Nicolás Jaar. “Me encanta lo que hace”.
Después del show que dio en La Tangente, en el que se sacó la remera y quedó con los pechos al descubierto, Naomi se descargó en Facebook: “(…) Nunca me sentí tan libre y honesta conmigo como ahora. Es una sensación hermosa y espero contagiarteeeeee”. Preizler tiene una estirpe provocativa: maneja una iconografía religiosa, apoyándose en una idea de liberación femenina.
¿Cómo son tus shows?
Muy arengadores, muy arriba. Bailo muy mal y lo uso a mi favor. No me gusta la perfección, busco el contacto con el público. Me encantaría que no existiera el escenario y tocar en medio de la gente.
Asimismo, Naomi tuvo un buzz mediático con el tema Eva y Eva, una declaración de amor de mujer a mujer: “Te vi saliendo con mi exnovio / Sos tan divina / Te besaría”. ¿Cómo fue? Julián Aznar le sugirió componerle un tema a una mujer y, por eso, le mandó de inspiración una foto de la modelo británica Emily Ratajkowski. “Nos preguntamos quién sería la Emrata argentina: ¡Eva De Dominici!”. Eva es la actual pareja de su exnovio, el actor Joaquín Furriel. “Con ese tema me puse del lado de la mujer. Ella se lo tomó muy bien, es muy bomba. No me gusta cuando las chicas se separan de quienes eran sus novios y se enemistan con sus nuevas novias. Me pongo del lado de ellas”. El tema Eva y Eva encontró discusión en la esfera pública por esta cuestión extramusical, pero Naomi se lo tomó con calma: “Me parecía buen título, todo me cerraba”.
¿Cómo te definís como música?
Yo no soy música, soy artista. Encontré en la música una manera muy pop de expresarme, de llegarle a la gente y de entretener. Me encanta hacer bailar. La música me parece algo muy poderoso. Es casi una manera de hacer política. Quiero que me escuchen para hacerlos felices.