Hay una pista que dice mucho sobre el potencial de Nahuel Briones como intérprete y compositor, y puede rastrearse en su séquito de fans menores de diez años. “Antes de salir a tocar en el Centro Cultural Recoleta, vi que había siete u ocho nenes, y pensé: ‘Qué paja, me los voy a tener que fumar corriendo y haciendo ruidoʼ. Pero cuando empecé a tocar…”, explica él, sentado a una mesa de un bar de Almagro.
Diez días después, una noche de domingo invernal en Mar del Plata, dará un show en un pequeño bar del centro. En la mesa más larga, una niña de unos seis o siete años da vueltas con la mirada. Detrás de una columna, contra la pared opuesta, se alcanza a ver a Briones vestido de traje negro e inquieto, repasando la lista de temas. Apenas pone un pie detrás del micrófono, con su guitarra electroacústica calzada, la niña empieza a cantar. Y cantará todas las canciones. Se las sabe de memoria.
“Aunque en algún momento les deje de gustar lo que hago, cuando sean grandes se van a subir a un auto, van a escuchar mis canciones y la van a flashear”, imagina él. El anuncio de este hecho futuro es un gesto optimista que equilibra la balanza, porque Briones, con 28 años, es ante todo un escritor de canciones sobre amores derrotados por el contexto. Aunque su pulsión pesimista por momentos se licúa entre proclamas de esperanza: “Bailamos”, por ejemplo, propone imaginar la separación entre la Iglesia y el Estado mediante un estribillo que se impregna y que funciona como himno involuntario en épocas de discusión sobre la legalización del aborto. “Lo hice como un chiste, como decir ‘Vamos a abolir la propiedad privada’, algo que no iba a pasar nunca. Me pareció un chiste muy interno, no estaba tan seguro de si tenía que salir o no. Yo pensé: ʽ¿Realmente esto se adelantó tanto?ʼ”.
El nene minado es su cuarto LP después de Pera reflexiva (2010), El cruce de los unders (2015) y el conceptual Guerrera/soldado (2017). Y su lanzamiento es la síntesis del triunfo de Briones en la Bienal de Arte Joven 2017. Como premio le financiaron toda la producción. Como castigo, tener que terminarlo para febrero de 2018. “Me dolió todo haciéndolo: las muñecas, la espalda, todo. Tuve que ponerme a componer un montón. Fue muy estresante”. Aun así, el resultado es el álbum más logrado de su carrera, sobre todo gracias a piezas como “Bases y condiciones”, la propia “Bailamos”, “Los nuevos monitores” o “El abrazo eléctrico”. Briones coincide: “Quizás, el flash es tener menos control. Estar tres meses juntos en un estudio laburando a lo mejor termina siendo más creativo que pensar un disco durante dos años”. La proximidad entre su trabajo anterior y la grabación de El nene minado fue para Briones una oportunidad de pensarlo como sucesor conceptual: “En Guerrera/soldado quise representar a una pareja enferma típica. Cuando salió la posibilidad de hacer este, me pareció genial hacer que fuera su hijo”.
Durante la grabación (producida por Federico Nicolao), Briones y los músicos (Daiana Leonelli en voces, Javier Mareco en bajo y arreglos de cuerdas y vientos, Pablo González en batería y Sato Valiente en guitarra, piano y voces) contaron con tres discos de referencia en el estudio, para escuchar en caso de necesitar inspiración: Clandestino, de Manu Chao; Rock and roll yo, de Charly García; y Remain in Light, de Talking Heads. No es casual: la obra de Briones es una gran muñeca rusa que puede ser diseccionada hasta su mínima expresión. Separados, cada uno de los tejidos de sus canciones funcionan de manera independiente, como breves poemas urbanos y ansiolíticos. “En mi casa pongo música italiana, después Fantomas y después un disco de Miranda!, que me fascina. Tienen una capacidad de hacer siempre lo mismo y siempre es genial. Yo me doy cuenta de que mi capacidad es otra: la de hacer un poquito de todo. Y me gusta eso”. Apoyado sobre esta plataforma, puede moverse con facilidad entre estilos como el afrobeat, el cuarteto, el techno o el barroco, y expulsar frases como “El folklore acá no es aire y nylon / son pantallas / ceros y unos bailando” (“Cualquier lugar del mundo”) o “Hablamos en plural / hasta singularizarnos / nada hacemos solos / ni siquiera masturbarnos” (“El abrazo eléctrico”).
Este desparpajo a la hora de orientar su música es el mismo que lo empujó a concretar un capricho: tener a Chano como colaborador en “Bases y condiciones”. Consiguió su número de teléfono e insistió hasta dar con su respuesta. “Sí, pensé que era un flash y que no iba a pasar, pero soy un gede. Hasta que no conseguimos el contacto y lo llamé, no paré. La recepción de él fue resincera –cuenta Briones–. Me dijo ‘Mirá, no hago colaboraciones, me mandan muchas y no me copa. Vos mandame, pero no sé si me va a gustar’. Se lo mandé y me respondió al toque: ‘Me encantó, ¿cuándo lo grabamos?’. No vino para nada en actitud de estrella. He grabado con artistas under a los que tenés que sacarles otra toma con un cuchillo. Y Chano, en cambio, pidió hacerlas de nuevo”. La inclusión del ex Tan Biónica puede levantar sospechas: ¿Hay una búsqueda artística detrás? ¿O solamente un sentido comercial? La respuesta, más que en sus palabras (“Si te digo que no fue una idea comercial, no me vas a creer”), está en la naturaleza con que Briones enfrenta el prejuicio, al que siempre, en toda su obra, ninguneó.
Briones es verborrágico. Todo lo que no alcanza a decir en letras, lo expresa en redes sociales o en reflexiones que siempre tironean de lo existencial. “La poesía actual son los posteos”, le dijo una vez a Página/12. En una sola conversación, puede referir hasta tres veces a sus temores cotidianos: “Tengo mucho miedo de estar un día componiendo y decir ‘Esto es lo que quiero hacer, me quiero quedar acá’, llegar a la comodidad artística. Prefiero nunca encontrarla”, reconoce, algo que explica esa búsqueda tan horizontal. “No sé si manejo la ansiedad. Para hacer un disco de 12 temas compongo otros 40 que no me gustan. Entre las maquetas, por ejemplo, había un reggae que no estuvo bueno y no quedó. O una canción donde yo tocaba el piano, y después no quedó ningún piano mío, ¿entendés?”, explica.
Miércoles lluvioso en Palermo. Nahuel Briones sube al escenario de La Tangente para presentar canciones de El nene minado. Antes pasaron Agustín Donati y Gaby Améndola Trío, también ganadores de la Bienal junto a El Zar. “Vengan, acérquense, apriétense”, pide a su público. Días atrás, en aquella mesa de Almagro, explicaba: “Hay una diferencia de convocatoria muy grande entre la generación de Calamaro y la que viene después. La de Chano, la mía…. Es muy raro lo que pasó ahí. Somos todos de teatros o bares”. En estos espacios es donde Briones forjó su carácter intimista, su forma particular de ver la música. Sin vínculo, no hay fenómeno artístico. Briones lo entiende. Y lo practica.