La música instrumental está ganando terreno en la Argentina. Lo que antes estaba reservado para el jazz, la electrónica o el ambient, hoy desde distintos géneros surgen propuestas que se animan a prescindir de voz y letras, mientras que el público se muestra más abierto a recibirlas.
Si bien a lo largo de la historia del rock siempre existieron los tracks enteramente instrumentales, las bandas que se dedicaban de forma exclusiva a la música sin voz fueron pocas. En los 60 hubo un auge del surf rock instrumental con casos de éxito como The Ventures y Dick Dale. En Inglaterra, uno de los pioneros fue The Shadows, que dominó los charts británicos antes de la explosión beatle. En las décadas siguientes, estas propuestas fueron marginales, más allá de algunos casos particulares (el rock progresivo en los 70 y sus largos pasajes instrumentales, el krautrock en Alemania, el ambient de Brian Eno o el virtuosismo guitarrero de Joe Satriani o Steve Vai). A fines de siglo XX y principios del XXI, el desarrollo del llamado post-rock (ejemplos como Mogwai, Battles, Explosions in the Sky) y el jazz fusión (Snarky Puppy, Bad Bad Not Good) hizo que lo instrumental cobrara más vida, con el enfoque puesto en las texturas, el cruce de géneros y la experimentación.
En la Argentina se siguió esa tendencia, y en los últimos años se notó un crecimiento del formato, tanto en propuestas como en recepción del público. Uno de los casos notables es el de Morbo y Mambo. Formados en Mar del Plata, militantes del groove y desprejuiciados de los géneros (del afrobeat al rock, pasando por el jazz y el pop), se convirtieron en una de las bandas más destacadas del nuevo rock argentino. “Lo nuestro fue falta de prurito. No había necesidad de tener cantante para sentirnos una banda que puede salir a tocar –explica Mateo Aguilar, baterista y fundador de la banda–. No necesariamente debés contar con un frontman para sentir que la música está diciendo algo”.
Quizá ese sea el desafío más grande que poseen las bandas instrumentales: decir algo sin necesidad de usar palabras. En ese marco, los climas y las texturas sonoras cobran más relevancia para poder penetrar con fuerza en la imaginación del oyente. “La música instrumental es mucho más que música sin letra. Justamente, la ausencia de una voz o un mensaje relatado de forma oral te permite encender el imaginario y ser parte con la mente del evento musical que está sucediendo”, comenta Walter Broide, exbaterista de Los Natas y actual de Poseidótica, banda instrumental de la casta stoner que tuvo un crecimiento sostenido durante más de 15 años.
Nacidos en Zarate, Los Mutantes del Paraná son otra de las propuestas instrumentales que más han crecido, casi sin proponérselo. Sus texturas folklóricas y latinas interpretadas con pulso rockero lograron hacer mella en el público. Hace tres años subieron a YouTube su primer álbum, El entrerriano, y el boca en boca –o link en link– hizo que hoy llegue casi al millón de reproducciones. “Teníamos unos temas instrumentales que estaban buenos, pensamos en ponerles voz, pero decidimos probar en esa movida y gustó”, señala Santiago Dirrheimer, contrabajista de la banda, y destaca que su proceso compositivo no difiere de la música con letra: “Vos partís de una letra o de una melodía. En nuestro caso, partimos de una melodía. Hay muchos temas a los que podés ponerles una letra, tranquilamente. Pero una voz puede ser un instrumento y no necesariamente debe tener letra”.
Precisamente, la mayoría de los artistas sostienen que su música no carece de voz, sino que esta es reemplazada por un instrumento. “Todos los instrumentos tienen su momento de protagonismo en nuestras composiciones. Eso genera un dinamismo que reemplaza muy bien el hecho de que no tenga letra y haga que la canción sea discursiva”, comenta Manuel Acosta, guitarrista de Translúcido, otra banda que ha ganado fama por su particular propuesta instrumental, tan particular que se presenta con su propia etiqueta: electro-go. “Es una fusión entre las estructuras del rock progresivo con una sonoridad electrónica o moderna”, define.
“John Frusciante decía que antes de tocar los solos en la guitarra, hay que cantarlos. Fue una de las primeras lecciones de música que aprendí –dice el baterista de Morbo y Mambo–. En la banda siempre tiene un papel importante la voz, pese a que a priori se puede pensar que no: es la manera en que nos pasamos las cosas. La voz siempre está, quieras o no, para mediar las relaciones musicales”.
Por eso, tal vez no habría que describir a la música instrumental como carente de voz, sino como carente de palabras. Y eso tiene sus beneficios en varios sentidos: “No tenés ninguna barrera de idioma. Podés ir a tocar a cualquier lado y el mensaje lo van a entender de todas formas”, comenta Dirrheimer. “La música se vuelve más libre, los límites se disuelven y las posibilidades compositivas se expanden ampliamente”, dice Martín Rodríguez, bajista de Poseidótica.
La lista de bandas instrumentales que vienen de distintos palos fue aumentando en los últimos años: desde el reggae y ska, Dancing Mood ya se convirtió en un clásico; hay propuestas indie (La Venganza de Cheetara), pop (El Conventillo Espacial), folk (Nico Bereciartúa), surf (The Tormentos), progresivas (Persona), post-rock (NAVE) y psicodélicas (Hijos Amigos). Y si bien todavía mantiene el lugar de emergente (las más populares se mueven en el circuito Niceto-Vorterix-Konex), todos los músicos coinciden en que hay un crecimiento de la escena en la Argentina y que el público se muestra abierto a recibirlas. “En Buenos Aires cada vez hay más músicos que quieren tocar bien. Pibes que tienen un nivel de técnica y de entendimiento del instrumento que da perspectiva de desarrollo en muy poco tiempo. Hay más acceso a la información, está más democratizado y al mismo tiempo la gente está con un nivel de exigencia más alto. Con la música instrumental es más importante, porque cuando no estás otorgándole toda tu atención al cantante, hay que tener algo para decir con la música, que no sea una base a la que solo le falta el cantante”, señala Aguilar. “La gente está un poco cansada de ciertas fórmulas. Necesita escuchar cosas que desafíen los estándares. Se buscan sensaciones nuevas, y el hecho de que no haya voz te da un flash completamente nuevo”, dice Acosta.
¿Es posible que el estilo instrumental dé un salto a la masividad? Aguilar ensaya una respuesta: “Creo que sí, pero si se logra llevar a cabo un show aún más pirotécnico. Realizar una música más contemplativa nos puede llevar a hacer bandas de sonido de películas y ese tipo de cosas, pero podemos rozar el mainstream desde el lado del agite y del desenfreno. Ponemos quinta, y hacemos un show tipo The Chemical Brothers”.