“Es fácil para mí enamorarme de algo. Soy muy enamoradiza –dice la cantante chilena Mon Laferte–. Es peligroso”. Hablando por teléfono en español desde su hogar en México DF, Laferte es exuberante, ya sea para referirse a su baile con señores mayores en el octogenario Salón de los Ángeles o a su deseo de grabar un álbum de tradicionales cuecas chilenas. Hasta se extasía sobre su taza de café matinal. “Cuando voy a la cama de noche, pienso ‘Quisiera despertarme ahora así puedo encender la cafetera y hacerme un café’. ¡Qué rico! –dice Laferte, como confiándole algo a una amiga–. Porque disfruto de la vida”.
Últimamente, la cantante disfrutó más que nunca. En los premios Grammy Latino de 2017 fue nominada para cinco trofeos, y ganó en la categoría Mejor Canción Alternativa con su sofisticada cumbia “Amárrame”, junto a Juanse. El día que hablamos, se estaba preparando para viajar a Ecuador, donde dará inicio a una serie de conciertos en Sudamérica antes de unirse al colombiano para su gira por los Estados Unidos. “Voy a tocar en escenarios más grandes, con un público masivo, en ciudades que no conozco, y eso me excita un montón –confiesa Laferte–. Siento una gran ansiedad, pero de la buena”.
Para un tiempo en que los charts latinos están dominados por los tracks bailables y festivos del reggaetón y subgéneros de trap, Laferte es una estrella ascendente en un sistema solar totalmente distinto. Mientras demuestra tener habilidad para componer melodías pegadizas, su uso de ritmos latinos, bronces y estilos vocales otorga una cualidad laminada y nostálgica a su música, como en su ecléctico álbum La trenza, de 2017, que alcanzó el N° 13 en el chart de álbumes de pop latino de Billboard, en mayo del año pasado. Su encumbrada voz, que en los momentos más dramáticos recuerda a Björk, tiene más en común con los cantantes de bolero que con las estrellas pop actuales. Incluso su look es distinto, una mezcla de glamour vintage con rockera cool que refleja el estilo millennial de las calles de México.
Aunque ha vivido los últimos 11 años en el DF, Laferte, de 34, creció en Viña del Mar, Chile. Tras actuar en un festival musical a los nueve años, la experiencia de estar en un escenario la marcó, y al llegar a la secundaria ya actuaba profesionalmente en fiestas, bares y eventualmente en la televisión. En concierto, tiene la confianza (y la teatralidad) de una artista veterana, rasgueando su guitarra eléctrica, batiendo sus pestañas con una amplia sonrisa y quebrándose en lágrima en alguna balada, siempre con un elegante vestido vintage y penachos de rosas rojas en el pelo.
“Al final, ¿qué hacen las ropas por vos? Mandan un mensaje –afirma Laferte–. Me siento un poco como un personaje arriba del escenario, y un vestido colorido ayuda a proyectar esa imagen”. Su facilidad para conectarse con el público alcanzó estatus legendario en Latinoamérica el año pasado, cuando recibió una ovación en el célebre Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar. Allí, “el monstruo”, la notoria audiencia crítica del festival, detuvo su show dos veces, primero para demandar que recibiera la Gaviota de plata, y luego la de oro. En octubre, agotó tres shows del Auditorio Nacional, un espacio con 10.000 butacas que es considerado el equivalente mexicano del Radio City Music Hall neoyorquino.
Laferte conoció a Juanes en el hogar de este último en Miami, donde lo visitó para ver si podían “hacer algo juntos”, y el dúo inmediatamente pegó. “Tocamos, cantamos, incluso fumamos algo –dice riendo–. No sé si a él le gustaría que cuente esto, pero sí”. Aunque estuvo grabando en solitario durante casi 20 años, solo recientemente Juanes empezó a cantar en inglés, y Laferte aún no domina el idioma. “Creo que el futuro es un misterio, realmente –reflexiona–. En este momento, ni siquiera sé cómo hablar en inglés. Lo intenté, pero algo está bloqueado. Hoy siento que quiero cantar en un lenguaje que comprenda. Pero me encantaría poder cantar en inglés; hay mucho arte que no entiendo bien sin una traducción, y me estoy privando de eso”.
Por ahora, su implacable agenda de giras deja poco tiempo para un emprendimiento extra, menos aún durante las silenciosas y creativas noches en las que ella compone. No obstante, Laferte ha comenzado un nuevo proyecto, algo que, dice, es muy diferente para ella. “Cualquier cosa puede ser el disparador para una canción. Mi gato estuvo caminando sobre el teclado del piano, y su caminata produjo la melodía más hermosa –cuenta–. A menudo siento que las canciones están en el aire, y las agarro. Así es como surgen las más bellas”.