La compositora chilena que triunfa en México debutó en Argentina, en el marco de su gira Amárrame Tour. En un pulso de histrionismo y drama, hizo un recorrido por los once temas de su nuevo LP, La trenza. Lleno de folclore y lejos del rock de Desechable o Tornasol, su nuevo trabajo (con colaboraciones de Enrique Bunbury, Manuel García y Juanes) revive el culto al romanticismo, una premisa que hace lucir una de las voces más preciadas de la escena chilena y mexicana. Además, intercaló diez temas de sus otros tres álbumes de estudio, sin dejar afuera los éxitos más escuchados de su carrera como Amor completo y Tu falta de querer. ¿El resultado? Dos horas y media, veintiún temas y un derroche de dulzura y potencia en una mixtura latina.
Con aires de living, un par de veladores amarillentos y pequeñas cortinas rojas reposaban sobre el escenario de Groove. Íntima, la anfitriona de la velada se abrió paso con un vestido rojo, tacones y pelo azabache. Brotó como una flor gigante y abrió el juego con Tormento, una invitación sin retorno al despecho. En el primer hueco de silencio, un silbido y un ‘Te amo’ desesperado de un fan la hicieron sonrojar. “Me pongo nerviosa si me chiflan así”, dije. Y en seguida subió el ritmo con Si tú me quisieras, seguido de Salvador y Primaveral. Detrás, se podían ver proyecciones de viejas películas en blanco y negro.
Con innegable sensibilidad, sonaron El cristal y La trenza, tema que le dio nombre al nuevo disco y que, además de homenajear a su abuela -quien más la incentivó en su carrera-, es una verdadera apuesta: el entrelazado de ritmos latinos y la incorporación de instrumentos andinos que nunca había usado (charangos, quenas y zampoñas). Después, dio el pioe para Pa’ dónde se fue: un cocktail de boleros, música mexicana y una guitarra rockera sesentosa comandada por el gran Santiago Lara.
Mon es mucho menos femme fatale de lo que se la ve en pantalla, pero no por eso menos seductora. La cantante nacida en Viña del Mar está convencida de lo que hace y cierta dulzura fantasmagórica la vuelve magnética. Sus canciones hacen desfilar a chicos y chicas en una procesión hacia la nostalgia, para luego estallar en baile con ritmos latinos. Más allá del acertado bolero (Yo te qui), hubo lugar para la cumbia (Amárrame), el ska (El diablo) y el reggae (No te fumes mi marihuana), donde dejó fluir su costado más juguetón: pidió fuego al público para encender un gigante y falso porro y hasta se animó a tocar la batería. Acompañada de su banda 100% masculina, desplegó algunos balanceos corales a modo de coreo, dando lugar a un sinfín de cuadros súper kitsch.
Es sabido que Mon abandonó la escuela a los 14 años para dedicarse a la música. Veinte años después, la misma chica que sentía vergüenza de mostrar las canciones que escribía, desplegó sin titubear un repertorio de 21 temas para todos los gustos. Lo más intrigante de esta fiera escénica es la sensualidad que se desprende de ese estado de ánimo nostálgico. Es un culto a los ecos de la mente, a la memoria de algo que fue, puede ser o será. El público la ama y ella lo sabe: le tiran besos que atrapa en el aire y se los guarda.
Y llegó el día en que @monlaferte suena en las radios Argentinas