Un acto de reverencia y respeto. Cuando Mogwai se sube a un escenario, aquellos del otro lado de la línea -los que se ofrecen como voluntarios- no tienen otra chance más que observar y someterse. Eso ocurre dado que las canciones se desarrollan como explosiones contenidas donde en un microsegundo se aprieta un botón que baja automáticamente un martillazo limpio sobre la humanidad. No hay mucho tiempo para pensar: solo queda sentarse a ver cómo todo se cae alrededor y encima nuestro.
De todas formas se trata de una construcción paciente. Durante los primeros minutos en el Gran Rex, los escoceses empiezan a ascender con “Friend Of The Night”, pero es desde la trifecta pop incial de “Crossing the Road Material”, “Party in the Dark” y “Coolverine”, del nuevo Every Country’s Sun, donde se revelan las intenciones verdaderas. A lo largo de una hora y media, Mogwai va a reconocer su catálogo antiguo, pero optará mayormente por generar climas continuos. Su discografía más reciente muestra que en la paleta sonora existe algo más que explosiones de distorsión, y es esa la clave de esta tercera visita.
Stuart Braithwaite sigue modelando su guitarra a tres amplificadores en paralelo, capaz de ir del cielo al infierno, pero usa también su voz como un nuevo instrumento. Es una nueva dinámica que cobra mayor sentido con la partida del histórico guitarrista John Cummings. El resto de la banda parece asimilarlo también sin inconvenientes, en especial desde las capas de sintetizadores de Barry Burns y la rotación que Dominic Aitchison y Alex Mackay ofician entre guitarra, bajo y secuenciadores.
Pero hay algo de incomodidad en este contexto. Mientras suenan los familiares “I’m Jim Morrison, I’m Dead” y “Rano Pano”, aún en su visceralidad, el convoy de sonidos que trepa por las paredes del teatro es a veces errático. Sumado a eso, el lugar muestra un panorama claustrofóbico para una experiencia que debería ser más expansiva. Muchas de las cabezas de quienes permanecen sentados se mueven al unísono pero con una rigidez que en La Trastienda en 2012 y Mandarine Park en 2014 no hubo.
Los miembros de Mogwai lo perciben y apelan a la intensidad electrónica de “Remurdered”, esa ficha ganadora de Rave Tapes que fue central en su desembarco anterior. Aunque no es suficiente. Saliendo brevemente de las tablas, el grupo regresa a los bises con la canción que titula al disco más reciente y la sepulcral “We’re No Here”. Es con la última donde los tres guitarristas dejan las notas finales perdidas en un mar de delays y reverb, y después se retiran con una parsimonia natural. Mientras, el lobby del teatro sirve de refugio para encontrar los decibeles perdidos, pero no por mucho tiempo: la lluvia baña la avenida Corrientes. Hay otra tormenta que capear.