¿Qué tenés preparado para el show de hoy en el Konex?
− El escenario me permite mostrar la banda completa, como realmente es. Llevo a las bailarinas, la percusión y toda la puesta visual… en cuanto al repertorio voy a hacer una revisión del álbum anterior, Miau (2013), y agregaré temas previos que le gustan mucho a la gente. Voy a adelantar aproximadamente entre cuatro o cinco canciones de Pantera, que tiene fecha de lanzamiento para el 17 de febrero [solo se lanzó el primer corte de difusión, Cagón]. Estamos calentando el motor…
¿Hubo alguna situación en particular que te hizo empezar a militar en asuntos sociales?
− Viví momentos fuertes, me pegaron muchas bofetadas, metafóricamente hablando. Puedo nombrarte dos: el primero fue cuando tenía 16 años y me enteré que existía la dictadura militar en mi país, que había treinta mil desaparecidos, torturados y muertos. Yo estaba en New York, estudiando, y no había internet. Lo descubrí cuando fui a la biblioteca de Estados Unidos a buscar información de mi país para una clase especial. Fue un hecho que se me había ocultado en el ámbito doméstico y estudiantil. Cuando volví a Argentina en 1993, tomé un papel muy activo en la militancia y me empecé a instruir sobre esos años de silencio. Necesitaba restituir ese silencio con información. Estaba sedienta, y eso se puede escuchar en mis letras.
El segundo hecho que me marcó mucho fue haber trabajado en el caso Cromañón, en el reconocimiento de cadáveres de los chicos y asistencia de mamás y papás. Era muy novata, hacía poco me había recibido de psicóloga [también es licenciada en Letras]. Por suerte, y con mucha terapia de por medio, pude transformar toda esa mierda, todos esos palazos al corazón, en canciones.
Entonces, ¿tu música es una forma de hacer catarsis?
− Por un lado sí, pero por otro tienen una intensión documental. Hay una gran parte de la realidad que no se transmite en los medios de comunicación: hay una selección muy macabra. El micrófono y el escenario son herramientas que te otorgan mucho poder. Vos podés elegir si te lo quedás para alimentar tu propio ego o si lo cedés para que otras voces hablen, aquellas que son silenciadas. Yo trato de elegir el segundo camino, a veces me sale mejor y otras peor. Por eso mis letras no siempre son autobiográficas, sino que elijo poblar mi voz con otras voces.
¿Alguna vez pensaste en meterte en política?
− Me lo han propuesto muchas veces, pero no quiero; no le voy a ceder mi poder a ningún funcionario, sino a la gente. Todo acto es política. No me interesa la política partidaria, pero el arte también es política. Incluso es político el que dice que no es político. Entonces, por ahora elijo que mis canciones colaboren con ciertas militancias de forma trasversal, no partidaria, en luchas que son políticas. Le dejo el ejercicio de la política a la gente que sabe hacerlo y le genera placer. A mí no me genera placer. Yo lo hago a mi manera o desde un tuit.
A pesar de que Tomate el palo es del 2013, suena actualmente en la radio y en los boliches. ¿Te gusta este resurgimiento o tenés miedo de quedarte pegada al hit?
− Es muy loco, porque esa canción salió muy espontáneamente. Es muy autobiográfica. Pude canalizar así mi tristeza en otro registro. Generó mucha repercusión porque la gente se sintió identificado: todos, de alguna forma, estuvimos metidos en una situación de infidelidad. Le agradezco mucho a esa canción, me dio mucho laburo, y la considero la punta del iceberg que reveló el resto del álbum. La quiero, y me gusta cantarla, pero se roba todo el protagonismo. La quise matar un montón de veces y no puedo. No puedo ir a un concierto y no cantarla porque me tirarían algo [risas]. No quisiera quedar pegada, quiero que se sepa que hago otro tipo de música, si bien la cumbia es siempre la medula de mis canciones.
¿Sentís que sos una moda?
− En algún momento me pareció que sí… Yo espero no serlo, porque así como la moda sube, también cae. Mi laburo es de hormiga. Yo ahora cumplo diez años Miss Bolivia y todo lo que sucede es por decantación, por laburo, por ensayo y error. Quizás ahora el estilo de cumbia está de moda, pero eso no tiene que ver conmigo, sino con la tendencia de consumo. La moda existe y es una forma de comunicar.
¿La cumbia carga con cierto prejuicio?
− Antes la cumbia era cosas de negros. Es más, ahora va a salir una película que se llama así. Siempre estuvo relegada a estratos sociales bajos. Se la relaciona, injustamente, a la apología del delito, a las drogas, a la cosificación de la mujer e incitaciones a la misoginia. En la última década el oído popular se lubricó un poco y permitió la escucha. Hay que analizar la genealogía de la cumbia: Toto La Momposina, Los Palmeras… todos los monstruos de la cumbia que están hace décadas y no hablan de eso. Me interesa apropiarme del género para contar otras cosas, por ejemplo para gritar “Paren de matarnos”; uso un estilo estigmatizado por cosificar a la mujer para luchar contra eso.
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