Casi como una fotocopia de la primera jornada, el segundo día del Lollapalooza Argentina 2017 se desarrolló en un día soleado y con el caudal de 100.000 personas. Aunque si se hacía una visión panorámica, el público no sería el mismo.
Ante las enormes y furiosas pisadas que bandas como Rancid y Metallica habían dejado la noche anterior, se impuso la agenda generacional nueva. Por eso, cuando a la media tarde Duran Duran se subió al Main Stage 2, el cuarteto de Birmingham lo hizo con una desfachatez en conserva y un estado de salud (sonoro y físico) envidiable desde 1981. Entre hits obligados y canciones de Paper Gods, su último lanzamiento, se dio un cruce generacional único: padres e hijos moviéndose al beat de una banda que trascendió por su mirada al futuro. “No estamos interesados en vivir en el pasado”, había dicho John Taylor a Billboard.
Es extraño, porque si bien los liderados por Simon Lebon fueron -junto al genial Mad Professor- el único acto pasado pre-noventa, su presencia brindó un contexto lógico. Es imposible desestimar la idea de que las canadienses Tegan & Sara no hayan escuchado a Duran Duran cuando compusieron Hearthrob y Love You to Death. Las hermanas Quinn, en su primera visita a la Argentina, se valieron en gran parte de esos discos -y algún que otro reworking de viejos tracks- para atacar con una hora de electro-pop sin culpas.
El festival incluyó nuevos y viejos valores de la escena local. El Plan de la Mariposa con su folk bailable, sintetizó lo mejor de sus tres discos, y Turf explotó su regreso con un Joaquín Levinton desatado como siempre: “Quiero ver el pogo más grande del mundo acá”, dijo durante el hit Yo no me quiero casar, ¿y usted?
Catfish & The Bottlemen se enfundó de negro para representar su visión renovada de post-punk made in Britannia. Con una sorpresiva respuesta de la audiencia, Ryan McCann expandió sus ambiciones y se movió como si no hubiera mañana. “Volveremos cada vez que nos necesiten”, anunció antes de irse.
Es probable que muchos de los que vieron a C&TB no se hayan enterado que Jimmy Eat World tocaba en el escenario de en frente. De ser así, es una lástima porque Jim Adkins y compañía dieron una cátedra de cómo escapar a los géneros y ser una institución del rock moderno. De fundarse en Arizona como una banda de punk adolescente a la progresión natural de hoy, no hay canción que no haya pegado fuerte.
Y si el rastro bolichero de Duran Duran seguía en el aire, es porque también hubo algo en Two Door Cinema Club, que desde el indie-rock busca un efecto vibrante en los pies. Gameshow le permitió al trío bajar un cambio y buscar el groove desde otras herramientas. Con hits como Cigarettes in the Theatre, I Can Talk, Eat That Up, It’s Good For You, What You Know y Sun, no sería una sorpresa que en la próxima temporada de festivales su nombre aparezca algunos escalones más arriba.
De pasar a ser un protegido a precursor es un camino que pocos pueden construir de modo sano. Abel Tesfaye, aka The Weeknd, se paró al filo de las tablas para hablarle a la generación que apunta con el smartphone hacia el cielo. Y en esa conversación, animó a un mar de gente que esperaba los hits de Starboy, su último disco, como también de Beauty Behind The Madness. Tesfaye complació y se animó a incluir gemas más oscuras como el genial The Morning de House of Balloons, aquel EP que había enamorado al también canadiense Drake.
Finalizadas las notas de I Can’t Feel My Face y The Hills, mientras la danesa MØ explotaba sus hits asociados a Major Lazer, el rock volvería a ser el encargado de cerrar las festividades.
Subidos al caballo del festejo de los quince años de Is This It en 2016, The Strokes solo precisó una hora y media para adueñarse de todo. No necesitaron luces apuntándolos de frente porque fue la música la encargada de convencer a todos con la premisa de que el grupo sigue siendo relevante. Julian Casablancas, histriónico como siempre, jugó a ser ese dandy que derrocha arrogancia. Ante los cantos del público les respondió: “Sean buenos con Messi. ¡Estamos con vos Messi! Chicas, no se enojen si hablamos de fútbol”. A pesar de que tanto él como Albert Hammond Jr. visitaron anteriormente Lollapalooza Argentina en modo solista, en la combinación de ambos es donde se ve el triunfo. El encanto de las canciones de su primer álbum, ejecutado completo junto a otros hits de Room on a Fire y First Impressions of Earth, construyen la idea de que, a pesar de estar en un hipódromo minado de gente, el sonido sigue perteneciendo a un húmedo sótano neoyorquino. Por eso, sobre el final y con triple pausa para los bises, Casablancas lo admitió: “No nos queda muy cómodo esto del encore. Pero está bien”.
Y estuvo bien. En su cuarta edición, Lollapalooza se sigue erigiendo como la forma correcta en la que se tiene que hacer un festival de música.