No hay dudas: el grunge fue una de las movidas musicales más vigorizantes de la historia del rock. Y ahí, donde Nirvana creó el estereotipo del joven norteamericano de los 90, Pearl Jam apostó por un sonido más luminoso y abarcativo. Ahora, a más de 25 años de Ten, su primer trabajo de estudio, los de Eddie Vedder han madurado, pero, de todos modos, que valga la comparación: huelen a espíritu adolescente.
Porque desde ese 1991 editaron diez discos de estudio. Vendieron más de 60 millones de álbumes. Y hasta fueron incluidos en el Salón de la Fama del Rock and Roll durante 2017. Pero, aun así, no perdieron aquello que los caracterizó siempre: ese sonido electrificado que puede explotar como un trueno en el silencio o susurrar en la intimidad de una caricia. Porque en un contexto global que prefiere el beat electrónico y el sonido digital, ellos plantan la batería bien al frente y reivindican el rock de guitarras.
Por eso, hay dos cosas que son seguras en cualquier concierto de los de Seattle. Una: van a sonar los hits, van a obligar a moverse, a gritar y a cantar. Van a dejar todo. Dos: en algún momento, más pronto que tarde, Vedder levantará su copa de vino –o, por qué no, su botella– al público. Solo queda brindar con él y desearle salud. Porque si es cierto que el rock está muriendo, también es verdad que todavía vive en Pearl Jam.