Pasaron cuatro años desde que Loli Molina publicó su segundo disco, Sí o No. Pero la chica de la voz aniñada acaba de lanzar Rubí, en el que se refleja una madurez desde varios aspectos. El progreso en su música se relaciona estrechamente con su búsqueda como artista independiente. La desilusión que le provocó de joven su experiencia con compañías discográficas ahora se traduce en un álbum sincero, en el que Loli Molina escribe canciones como si estuviera contándolas.
¿Por qué publicaste el álbum sólo en formato digital?
Estoy tratando de hacer las cosas de manera distinta en este mercado de la música que está viciado y lleno de telas de araña y reptiloides. Entonces hice unas tarjetas de descarga muy lindas a través de las cuales uno podía entrar a la web y ver todo el material: el disco, fotos, un book, etc. Pero la Afip me retuvo las tarjetas porque las mandé a hacer en Estados Unidos. Mi idea era venderlas, pero ahora no están. Me encanta el disco, pero hacerlos es muy caro.
Te escuché decir que para vos Rubí se mueve en la paleta de los azules. ¿Qué significa?
Lo relaciono con algo emocional. Yo soy así. Estoy todo el tiempo atravesada con una cosa muy intensa. El disco es muy crudo en ese sentido, porque son canciones escritas en ese estado. Pero no es triste, ni en pedo. Es lo mismo que le pasa a una persona cuando habla conmigo. Se encuentra con algo.
En casi todas las letras le hablás a alguien directamente. ¿Te sentís cómoda en ese registro?
Hace unos años cambié un poco la forma de escribir. En general, cuando uno escribe flashea poesía, una cosa medio Cervantes, que tiene que ser elevado y serio. Cuando empecé a escribir estaba en esa frecuencia, y después fui cambiando. Este disco está escrito desde otro lugar. Escribo igual que como hablaría.
A veces eso es más difícil…
La búsqueda en mi vida tiene mucho que ver con estar en un lugar honesto, con bancármela. Tengo esto para decir, esto es lo que pasa, lo que siento. A mí la música me salvó la vida. Es mi trabajo pero también mi guardiana, mi medicina.
¿El intervalo de cuatro años entre tu anterior álbum y éste tiene que ver con tu alejamiento de la industria?
Hice el camino inverso al de todo el mundo. Me gusta la música, tengo una banda, me junto a ensayar con los pibes, la remo en el indie durante mucho tiempo y después pego un contrato y grabo un disco… esto no me pasó. Por conexiones que me sucedieron en ese momento terminé en las oficinas de Sony con una guitarra encima cuando tenía 20 años. Es algo que no sucede.
¿Cómo llegaste a Sony?
Un amigo me consiguió una reunión y pintó grabar un disco. Me encontré con gente muy linda y aprendí mucho de ese esquema. Y también me encontré con gente muy fea que desilusionó. Pasan cosas muy locas, y yo soy bastante permeable a la gente que tiene más experiencia.
¿Cómo evaluás ahora tus trabajos anteriores ahora que estás más madura?
El segundo disco lo grabé con Tweety González, y aprendí mucho durante el proceso, pero la compañía quería que estuviera más orientado al pop y a lo comercial, esta cosa de que las canciones tienen que durar tres minutos. Tweety me hizo escribir 50 temas, así que fue un ejercicio compositivo interesante. El resultado hoy en día no me gusta, pero era un tránsito que yo necesitaba.
¿Hacer un cover de Luis Alberto Spinetta [Ludmila] implica un riesgo?
Transpiramos porque es una canción súper difícil. Musicalmente está en un lugar muy extraño. Mientras estábamos grabando, no sabíamos cómo encararla. Cuando lo tocábamos en vivo, si se equivocaba uno, se caían todos. Es una especie de jenga de la música. Fue un desafío grabarla, porque hacer un cover del Flaco en este país implica exponerse a un montón de posibles críticas. Es una canción maravillosa. Aprendo mucho pasando mis dedos por la música de otros, y la música de Luis es como comerte quince tomos de la enciclopedia británica.