“Me levanto todas las mañanas a las siete, acá toco el piano y compongo”, responde Litto Nebbia; no a una pregunta, sino a un gesto, resultado de una mezcla de impacto, admiración y algo de envidia: la sala de estar en su casa de Tigre –de 130 años de antigüedad– es un garaje restaurado donde en lugar de escombros, Litto ostenta 14 bibliotecas que recopilan un aproximado de 22.000 discos, según sus cálculos, y que escoltan al piano Steinway, la vedette del salón. “Me lo autorregalé cuando cumplí 50 años”, explica.
La misma cantidad de años alcanzó el 19 de junio pasado la canción embrionaria del rock argentino que Nebbia compuso junto a Tanguito en el baño del bar La Perla, de Once. La balsa, de Los Gatos, es mítica por donde se la escuche. No solo por ser el primer éxito de rock autoral en castellano (vendió 250.000 copias), sino también por el riesgo artístico que asumió la banda en una época en la que, para romper moldes, había que estar dispuesto a pasar hambre.
Litto Nebbia está resfriado. Acaba de volver de una gira por Chaco y Santa Fe, y el frío que tomó le pasa factura. “Qué fea que es la gripe, la concha de su madre”. Pide un té y ofrece café. Tiene que cuidarse. Está en plena actividad y, además, en octubre de este año será una de las caras principales del regreso del festival B.A. Rock, en consonancia con los festejos por los 50 años del rock argentino.
Se cumplió medio siglo de la publicación de La balsa. ¿Lo vivís de manera especial o es una fecha más?
Que se cumpla medio siglo de algo que me tuvo como protagonista, y todavía seguir tocando… la puta, es una emoción. Va más allá de si el tema es bueno, feo o cuántos discos vendió. Esos son aditamentos de la historia. Es toda una fecha, ¿no?
Siempre te ocupaste de desmitificar las historias que se cuentan sobre aquella época alrededor de La Cueva y La Perla de Once. ¿Por qué creés que se generó esa suerte de leyenda?
Porque está relacionado con venta. ¿Por qué hay chismes en los programas televisivos y la gente quiere saber con qué persona se acostó tal otra? No es exactamente lo mismo, pero me ha llamado gente para consultarme qué pienso sobre el cierre de La Perla. ¿Qué voy a pensar? ¡Nada! Si en La Perla no nos dejaban ni tomar un café. Teníamos que salir corriendo si estábamos ahí. Nunca se tocó música. Yo sabía que en cualquier momento se iba a vender e iban a poner una pizzería. No es que tengo un cariño por el lugar, ¿entendés? Y los lindos recuerdos sobre La Cueva tienen que ver con las reuniones que hacíamos fuera de ella. Cabían 20 personas si estaba lleno. No te puedo explicar lo que era el tratamiento con el dueño del lugar. El tipo estaba todo el día con cara de culo. En ese momento no existía música grabada para escuchar, nosotros teníamos que tocar una zapada o lo que fuere. Cuando una pareja terminaba de tomarse un whiskey y se iba, el dueño hacía sonar una campana grande, y ahí dejábamos de tocar. Eso era La Cueva. No me quejo del laburo, ojo. Me salvó. Pero tocábamos de lunes a lunes, sin parar, de ocho a cuatro de la mañana. Nos pagaban una plata que nos alcanzaba para una pieza de una pensión donde vivíamos siete, tomar un café con leche y comprar un atado de cigarrillos.
En definitiva, esto que contás termina por construir su propio mito…
Ah, sí, bueno, pero después está el aditamento de que todas las noches venía Sandro y qué se yo. El otro día, un amigo me dijo que fue a ver una suerte de musical sobre Sandro, y que en un momento aparece un tipo medio melenudo y le canta La balsa. Se supone que soy yo, que le fui a mostrar La balsa para que me diga qué le parece. ¿Vos creés que yo puedo hacer eso? El que produce eso cree que va a meter 50 personas más, creo yo. Qué locura…
La balsa tiene un riff de órgano Farfisa muy avanzado para la época en que lo compusieron. En los Estados Unidos se escuchaba en bandas como Question Mark & The Mysterians. ¿Tenían acceso a esos discos?
La mayoría de esas bandas underground y psicodélicas se conocieron hace cinco o seis años por la moda de las reediciones. Nosotros conocíamos los Beatles, los Rolling Stones y las bandas centrales inglesas: los Kinks, los Zombies, los Animals, los Yardbirds, Manfred Mann… Después, de Estados Unidos, los que salieron después, como los Byrds o los Lovin’ Spoonful, más todo lo de Dylan y Frank Zappa. Luego aparecieron pilas de grupos, pero era imposible que tuviéramos esos discos. Ni siquiera los que te mencioné salían acá. Todos esos tipos grababan en sellos multinacionales, pero la decisión de editarlos era local.
Algunos de tu generación, como Claudio Gabis, tenían la posibilidad de viajar al exterior y traer esos discos que acá no se editaban.
Esas cosas se hicieron acá desde siempre. Quizás, en ese momento más, porque era una locura encargarlo. Había un par de disquerías que te traían el disco de afuera, pero no te imaginás el precio que le ponían. La historia de siempre con las cosas importadas. Siempre había un rebusque, igualmente.
¿Tu primer contacto cercano con los discos fue cuando llegaste a Buenos Aires?
No, en Rosario conseguíamos cosas porque estaba abierto el puerto. De pronto, llegaba un barco desde Liverpool, ponele, y los tipos traían discos de 45 pulgadas que ellos ya habían escuchado, y te los vendían o te los regalaban. Venían desde todos los lados, pero los ingleses bajaban y te daban el último de los Kinks, por ejemplo, que había salido hace tres días.
Siempre tuviste un vínculo más fluido con las bandas inglesas en relación a las de Estados Unidos. ¿Por qué?
De parte de los ingleses siempre han aparecido cosas más originales, hasta hoy en día. Hay otro corte. Tienen una impronta creativa que les falta a otros grupos norteamericanos, aunque son buenos, pero están fuertemente enraizados en el blues. Los ingleses rescataron algo a lo que los norteamericanos no le daban bola. Muchos negros bluseros y del jazz no habrían tenido dónde tocar si no hubieran ido a Europa. No les daban bola en ningún lado, increíble.
Jimi Hendrix es un caso…
El invento de Jimi Hendrix lo produjo el bajista de los Animals, Chas Chandler, que es inglés. Al tipo se le ocurrió llevarlo seis meses a Inglaterra, ponerle un vestuario y dos músicos extraordinarios al lado como Mitch Mitchell y Noel Redding.
A comienzos de los 70 grabaste un álbum con Domingo Cura y fuiste uno de los responsables de fusionar el rock con el folklore nacional. ¿Está soslayada esa etapa de tu carrera?
No, yo creo que está valorada. Lo que sucede es que al meterme en algunos géneros y fusionarlos, no me quedé en la fusión que obtuve. En esa época, también fui pianista de Dino Saluzzi y toqué con Manolo Juárez y el Chango Farías Gómez, todos del folklore, y no me quedé sujeto a que desde entonces iba a ser folklorista. Pispeé cosas y no volví a componer música con esa tímbrica. Al tipo que conoce más o menos lo que hago le gusta cualquier etapa de mi carrera. Las canciones se encapsulan en un género según la impresión que te dan. En mi caso, si toco un tema con el piano medio melancólico, cualquiera dice “Uh, es música ciudadana”. Si después me pongo a improvisar con un trío, dicen que es jazz… son maneras. Me gusta usar todos esos elementos. El caso de León [Gieco] es muy distinto: él es cantor, compositor, y desde que comenzó haciendo folk, su música está basada en eso.
Al igual que les pasó a muchos colegas de tu generación, ser prohibidos y perseguidos fue un motor creativo importante. ¿Qué pensás que moviliza a las nuevas camadas?
Esa hostilidad era inspiradora para salir adelante si uno estaba convencido de lo que hacía. Cuando me fui a México era porque directamente me iban a matar, o no sé qué iba a pasar. Muchas cosas del comienzo del rock tuvieron que ver con el rechazo que había. En nuestros inicios no era solamente que la policía te llevara detenido 20 horas al pedo porque tenías el pelo largo. Los civiles también estaban en contra. La gente no estaba acostumbrada. Yo no sé cuál es el alimento hoy en día, porque no existe una militancia apolítica. No hablo de una militancia estricta y partidaria.
¿A qué te referís?
Te puedo dar ejemplos mínimos. En muchísimos boliches de Buenos Aires, a los pibes les cobran por tocar. Eso está mal. Ahora, ¿quién dice que sí? El que va a tocar. Bueno, está mal. Si no empieza por ahí… nadie va a venir a tu casa a golpearte la puerta y decirte “Te queremos pagar”. También hay mucho boludeo de querer ser famoso y rico. Un montón de cosas que distraen a la película.
¿En qué situación está el conflicto con Sony Music Argentina? [A principios de este año, Litto Nebbia decidió reeditar a través de su sello, Melopea, toda la discografía de Los Gatos, lo que provocó el reclamo de la compañía a través de una carta documento].
En nada, en lo que los tipos argumentan mediante una carta documento, donde dicen que yo soy un criminal y no sé qué carajo. Y en otra carta documento que los tipos mandaron a algunas disquerías, lo cual es una barbaridad, porque medio que los amenazaron si venden los discos de Los Gatos o los míos. Algunas disquerías se cagaron en las patas y cumplieron, porque ¿cuál es la presión que les hacen los tipos? Si llegan a vender esos discos, después no les venden el disco hit del momento, con el que los tipos salvan el mes. Por eso digo que es muy guacho, porque es mezclar a las disquerías en un conflicto en el que no tienen nada que ver. El conflicto es conmigo. Estamos de cinco meses. Nosotros seguimos vendiendo los discos por todos los lugares, menos algunas disquerías que mermaron. Sony Music pidió una mediación, a la que fue uno de nuestros abogados, pidiendo lo mismo de siempre: que muestren el contrato que tienen. Los tipos dicen “Bueno, no es el momento”. ¿Y cuándo es el momento? Si vos tenés un contrato, me lo mostrás y se terminó el conflicto y les tengo que pedir disculpas. Para mí no tienen nada, si no, ya lo hubieran mostrado. La semana que viene vamos a sacar los mismos seis discos en vinilo, así que vamos a seguir con nuestra celebración.
¿Por qué decidiste reeditarlos ahora?
Estos discos fueron publicados por última vez hace 25 años. Nunca se me ocurrió ni putearlos, ni ir a quejarme ni hacerles una carta documento por el daño y perjuicio que me hace eso por derecho autoral… pero el año pasado dije “Puta, se cumplen 50 años”. ¿Con qué derecho? Yo quiero ver los discos que tengo. Ahí me agarró el ataque, netamente emocional. Además, hablé con algunos abogados nuestros fanáticos de la música. Gente que entendía mi léxico. Les dije: “Yo los voy a mandar a hacer”. Debería ocurrir que los tipos se presenten con algo que yo haya firmado 51 años atrás y que diga que le pertenece a Sony. Por eso no aparece nada…
¿Lo perdieron?
No, ¡nunca existió! Yo no podría haberlo firmado nunca. Lo mismo que los discos que están en Spotify: está La balsa y figura 456.000 tocadas. Yo no cobro un mango de eso. ¿A vos te parece que hace 51 años yo podría haber firmado un papel donde digo que mis canciones se pueden escuchar en la web? Ahora me enteré que van a publicar el primer disco de Los Gatos y el primero solista. Igual, el mío suena mejor, está mejor hecho y vale más barato. Con eso dan otra prueba más de que no saben qué carajo hacer. Porque ellos no quieren quedar mal en el ambiente. Son lo más poderoso que hay, ok, pero no pueden atropellar a cualquiera. Creo que tienen mucho miedo con esto, porque imaginate que si a diez tipitos se les ocurre hacer esto que hice yo, se les arma un lío. Pero yo no lo hago para que nadie me copie, sino porque me hinché las bolas. Son muy sonsos, porque a la usanza de lo que es la industria en este país, nadie habla con nadie. Todo el mundo es artista. No se puede hablar con nadie acá, están todos ocupados.
¿Vos estás dispuesto a conversar?
Lógicamente. Escuchame, de origen, con la compañía con la que grabamos, que era RCA, vendimos siete millones de discos. ¿No te tomás un café con un tipo que te vendió siete millones de discos? No, lo tratás como una mierda, un criminal. No se entiende. Pero bueno, ellos sabrán.