Cuando se puso a proyectar lo que finalmente sería su nuevo álbum, Salón, lágrimas y deseo, Lila Downs se dejó llevar por una especie de fuerza involuntaria que la obligó a escoger y componer un cúmulo de canciones con un hilo en común: “Sin querer, escribí y elegí un montón de temas clásicos desde un punto de vista muy amoroso, pero también de desamor”, explica desde su casa en Oaxaca, México.
El espíritu del disco, que combina boleros tradicionales como Piensa en mí de Agustín Lara o Un mundo raro de José Alfredo Jiménez, con composiciones nuevas como Ser paloma o Peligrosa, oscila entre la tristeza por el estado actual del mundo y sus líderes, y la rabia consciente de que sin lucha no hay futuro.
“Elegí el repertorio con el corazón roto por las cosas terribles que pasan en mi alrededor y en otros países. Viendo las actitudes hacia las mujeres y tratando de encontrar la fuerza para componer canciones que son herramientas de dignidad”, define.
Aunque se rehúsa a llamarlo por su nombre, a Lila le preocupa que en el país vecino haya un presidente como Donald Trump. “Toda mi vida he trabajado en la música para reunir a estos mundos diferentes, para que haya más amor, y llega este y hace todo lo contrario –se lamenta–. Profesa un odio hacia los latinos lleno de incomprensión e ignorancia”.
Al igual que el resto del mundo, Lila siguió muy atenta las últimas elecciones presidenciales de los Estados Unidos. Y cuando se enteró de que iba ganando Trump, “no lo podía creer”. “Sé que hay racismo en ese país, como en todas partes del mundo –admite–. Hay indiferencia e ignorancia sobre quiénes somos. ¿Quién es el otro? ¿Quién es el que me lava los trastes? ¿Quién es el que cultiva mis fresas? Pues quién sabe, ha de ser alguien que existe por ahí, ¿no? Creo que esa es la ingratitud que hay en los seres humanos, de unos hacia otros. Muchas canciones que he compuesto tratan sobre esta dinámica”.
En su último disco, la cantante transforma en denuncia política la letra del clásico La mentira, un tema que le parece “muy pertinente en México por las mentiras que hay en los gobernantes”. Y también les manda un mensaje bien claro a los estadounidenses con Envidia, la canción que grabó junto con Andrés Calamaro. “Está dedicado a esta gente de allí arriba, porque creo que es el sentimiento que tienen por nosotros, ¿no?”.
“El disco es como una carta de desamor a las cosas difíciles que nos pasan y también al vecino del norte –insiste–. En un momento hubo miedo en los mexicanos, pero ahora hay rencor, y eso es terrible. Yo también lo sentí y lo sigo sintiendo de vez en cuando, pero afortunadamente me tomo mis botellas de mezcal y se me pasa”, declara, entre risas.
El título Salón, lágrimas y deseo combina tres elementos en los que Lila reflexionó durante todo el proceso de gestación del álbum: “Veo un salón de baile en donde ahora hay muchas lágrimas. Quizás este disco nos debería dar permiso de sentir tristeza y melancolía. Y deseo, que es nuestra mayor cualidad. Desde que te despiertas en la mañana en tu cuevita, o en donde te encuentres, aparece el deseo. Pero también implica cosas terribles como el sexo forzado o la violencia de género. El deseo también puede ser nuestra perdición, sobre eso he estado pensando desde un lugar melancólico y también lujurioso”, explica.
A sus 48 años, Lila siente que se encuentra en su momento más romántico, aunque no de la manera más tradicional. Así lo define: “Estoy más enamorada de la vida que nunca. Pero sigo enojada y creo que lo seguiré estando hasta el día que me muera, porque hay muchas cosas que me faltan decir para lograr la equidad y buscar la mejoría de las personas que son menos privilegiadas que yo”.