Esta voz se conjura en nuevos matices y riesgos para el amor. Y se protege del frío en busca de más noches de calor: Ligia Piro mira a la barra del bar en el teatro El Picadero (Pasaje Santos Discépolo 1845), a metros de Callao y Corrientes. Allí posa, con un vestido negro escotado y el rostro serio, en la tapa de su nuevo disco, Love. Su celebrado regreso a los estándares de jazz, y algo de soul. “Una noche sacamos todas las mesas de El Picadero e hicimos la escenografía de Love. Estoy harta de sonreír en los discos. Tenía ganas de no mostrar más la sonrisa”.
Y Piro se ríe, envuelta en la atmósfera del jazz de los años 30, 40 y 50, diez años después de su último disco integral en inglés. La hija de Susana Rinaldi y Osvaldo Piro, y una de las cantantes argentinas más dúctiles, sin barreras de géneros, se embelesa en las amplias sintonías del amor. “El concepto de arte de tapa es el de una fiesta. Por eso Nora Lezano me retrató apoyada en la barra junto a una copa vacía de un Martini. Es el trago que esta mujer se tomó esperando a aquel que no vino nunca”.
La artista se deja cautivar por la aguda voz de Gustavo Cerati en el bar de El Picadero y piensa en los invitados de Love, su séptimo disco: los duetos con Kevin Johansen y Déborah Dixon, Lito Vitale en piano, Ricardo Lew y Rano Sarbach en los juegos de guitarras, y la trompeta de Juan Cruz de Urquiza. “Es más conceptual, como lo fue Trece canciones de amor, el disco de jazz que hice con Lew hace diez años. Dos años después quedó plasmado Strange Fruit, con Juan Cruz de Urquiza, pero fue más un trabajo a dúo. Love fue mi forma de reinventarme”.
En eso reconecta con el repertorio que tramó como coproductora a la par del director musical Fernando “Fefe” Botti en los estudios ION, donde grabaron Love entre agosto y septiembre de 2017. Eligió, dentro de la vasta gama del american song book, las obras “I’m Beginning to See the Light”, “Fly Me to the Moon”, “They Can’t Take That Away from Me”, “The Thrill Is Gone”, “Love for Sale” y “My One And Only Love”, entre otras. Y más temas de pasión afín como “Shape of My Heart” (de Sting y Dominic Miller), “Love Is a Losing Game” (de Amy Winehouse), “Ain’t No Sunshine” (de Bill Withers). En todos, Piro se envuelve con hondura, sin afectación. “Cuando hacés un disco, querés grabar temas conocidos para el oído popular –confía–. Estoy contenta: lo presentamos en el Teatro Coliseo el sábado 16 de junio y tuvo una gran aceptación. Son momentos difíciles para el arte, pero vale la pena seguir. Hay que moverse”.
¿Love fue un paso seguro o arriesgado? “Mis discos son todos independientes. Y si no te vuelve el dinero invertido, es un paso jugado. Este es un motor que impulsó mi marido y productor general, David Libedinsky”. Su anterior disco había sido Las flores buenas, de 2011, con versiones de clásicos argentinos y latinoamericanos. “David me dijo: ‘Tenés que volver a grabar. Te estás quedando atrás’. Yo esperaba propuestas discográficas que no llegaban. Por eso decidimos hacerlo nosotros. Nos endeudamos y estamos saliendo a flote. Fue un riesgo, pero si no estás en el ruedo, no existís”.
Piro calma sus pulsaciones aún con Cerati en los oídos. “Una vez más, la gente está con ganas de venir a escucharme en vivo. Eso me emociona”. Y se reafirma rumbo a la masividad irrevocable. “Yo no me cierro a un solo género. Este es un país que te encasilla mucho. Necesitan ubicarte en un solo lugar”, dice. Y lo mismo sucede con los vaivenes económicos. “Si la gente lucha por llegar a fin de mes, ¿cómo va a tener interés en algo que es entretenimiento? Estamos muy angustiados por la guita y el dólar, pero la música le hace bien al alma”.
Al surcar este desafío, Piro divisó otras fronteras en su voz expuesta en Love. “A mí me gusta tomarme mis tiempos. Pero tuve que aprender a coproducir más rápido, sin volar tanto. Por eso entramos a ION muy ensayados. Fefe Botti realizó un gran trabajo como director de la banda. Hice acotaciones y, según el arreglo, fuimos armando cada tema. Y mi marido tuvo una gran injerencia en lo musical: como es baterista, sabe los toques y los riffs que a mí me seducen. Yo lo escucho mucho. David es un apasionado”.
Otro placer sumaron los invitados estratégicos. “Me encantó que aceptaran sin ningún miramiento. A Déborah Dixon no me la había cruzado en la vida y me daba pudor decirle, pero cuando recibió el llamado para cantar conmigo ‘The Thrill is Gone’, que habla de superar la angustia del amor, le encantó”. Y sabía que quería compartir el negro groove de ‘Ain’t No Sunshine’ con Kevin Johansen: no era lo mismo cualquier voz masculina. Quería el color de ambos –que contrastan con el mío– e hicimos dos buenas duplas”. Otro plano abre esta voz en “Shape of My Heart” junto a las teclas de Lito Vitale. En sutil conmoción. “Me encantó su aporte, así como el de Juan Cruz de Urquiza, Ricardo Lew y Rano Sarvach: soy una agradecida de tener a cada uno”.
Entre tantas perlas de jazz y soul atemporal hay un guiño argentino: “Sometime Ago”, de Sergio Mihanovich. “A ese tema lo canté muchos años. Era muy importante para mí incluir algo de él. Es un temazo que grabó Bill Evans y creo que lo cantó Ella Fitzgerald cuando Sergio vivía en los Estados Unidos. ¡Eso acá ni se sabe! O lo sabe un grupo muy selecto. Su obra cantable es maravillosa”, describe Piro. Y detiene sus oídos ante otras formas del amor. En El Picadero se oye a Whitney Houston cantando “I Will Always Love You” y Piro busca el interior de su canto. “Siento que pasé de una voz muy agudita, muy aniñada, a otro color. Hoy puedo manejar mi caudal de una manera más decidida. Hoy canto sin tanto temor”.
Allí ve dos razones definitivas. “Yo me formé con una maestra ya fallecida, África De Retes, que me hizo entender que una cantante trabaja con todo su cuerpo. Ella y Laura Liss, mi maestra actual, fueron claves en la búsqueda de Love”. Y, tras la piel, las vibraciones de esta voz se plegarán en otros íntimos pulsos del amor. “Mis tres embarazos me hicieron dar cuenta de cómo ser fuerte en escena. Todas esas experiencias de vida se reflejan en los matices de mi voz”.