“Fue muy importante tocar el otro día con los nobeles de la paz presentes. Nunca me pasó una cosa así. No vi que nunca le sucediera a Sting, Peter Gabriel, Bruce Springsteen ni otros artistas comprometidos”. León viene de participar en Rosario junto a Rigoberta Menchú, Shirin Ebadi, Óscar Arias Sánchez, Lech Walesa y Adolfo Pérez Esquivel del encuentro #VoyXLaPaz, donde buscaron generar conciencia sobre trabajo digno, inclusión social, respeto e igualdad, banderas que el cantautor santafesino levanta desde hace cinco décadas. “Vamos a hacer un programa especial para Internet con Lito Vitale, porque no tuvo la difusión que merecía. Puede ser un evento muy reconocido el día de mañana”.
“Yo no soy político, soy artista”, asegura. La carrera musical de Raúl Alberto Antonio Gieco es tan relevante como su figura icónica en materia de derechos humanos. Los riesgos artísticos que sigue tomando, desde participar de la última edición del Lollapalooza hasta la manifestación permanente de su compromiso ideológico, describen a un hombre que en plena vigencia colabora con el revisionismo de sus propios colegas. “La paz no es para mencionar a las guerras. La paz es no al hambre, Ni Una Menos, educación para los chicos, pagarles a los educadores lo que merecen… Eso es paz. Lamentablemente, estamos más lejos de lograrla, pero la esperanza siempre va a estar inserta en mis canciones. Yo sigo creyendo en el ser humano”.
Se cumplieron 50 años de La balsa. ¿Coincidís en que así nació el rock argentino?
Sí, absolutamente. Desde el punto de vista de lo más profundo, inclusive. Me acuerdo en ese momento, a los 15 o 16 años, tenía un grupo con el que tocábamos temas de The Who, Hendrix, los Beatles y los Stones. Lo más comercial que hacíamos era Creedence. De vez en cuando, teníamos que hacer una canción de Bee Gees para salir a laburar. Cantábamos en inglés, pero todo por fonética. Antes de eso yo venía escuchando músicas cantadas en castellano que se aproximaban un poco al rock nacional. Ni hablar de Sandro, que se movía como Elvis Presley. Me acuerdo de que fui a ver a Los Iracundos a San Jorge, cerca de mi pueblo, porque se decía que ellos venían a tocar con guitarras y equipos Fender. Nos dimos cuenta de que eso ya sonaba de otra forma. Pero cuando salió La balsa, sentimos que tenía un espíritu diferente a todo lo anterior. La tocaba un grupo de rock cuyos integrantes estaban vestidos como los Beatles, con los pelos largos, una ideología hippie y una letra muy buena. Litto era esa combinación, ese misterio. Para mí, tenían un plus. Ese plus marcó el comienzo del rock nacional.
Hablando de Litto, vos siempre decís que El rey lloró es una de las canciones que más te inspiraron.
Sí, pero esa canción la escuché después. Yo me compré el disco de Los Gatos Salvajes y así empecé a experimentar las canciones compuestas por él, excepto La balsa, donde aparecía un tal Ramsés VII, que yo no sabía quién era hasta que me enteré de que era Tanguito. La letra de El rey lloró es increíble, porque con tres o cuatro frases el tipo describe la historia de la humanidad. Hace poco estuve en lo de Pepe Mujica y me contó que cuando el rey de España fue a la asunción de Tabaré [Vázquez], lo fue a ver a su rancho. El tipo le hizo unos planteos increíbles y el Pepe al final le dijo: “Jodete por ser rey”. Eso me hizo acordar a la letra de la canción, donde el pobre le dice al rico: “Yo no te puedo hacer feliz”. Son esos temas que resumen la problemática de la humanidad, con dos o tres estrofas. Lo mismo le pasa a La cigarra, de María Elena Walsh. En tres estrofas delata cómo somos los argentinos, y 50 años del país están relatados en esa canción. El rey lloró para mí es la mejor canción del mundo; bueno, La cigarra también.
Hablando de canciones, ¿es cierto que Solo le pido a Dios es la que más traducciones tiene en el planeta?
No sé si la que más, pero está traducida a casi todos los idiomas. Yo la he escuchado en ruso, en sueco, en hebreo y en inglés. Hay una versión que hizo el hijo de Marshall Meyer, un rabino muy comprometido con los derechos humanos en los 70, radicado en Nueva York. Gabriel Meyer, que vive en Israel, hizo una versión en cinco idiomas: persa, iraní, hebreo, árabe e inglés. Nadie corre una carrera con esas cosas. Es verdad que todo el tiempo estoy firmando autorizaciones para que se traduzca al idioma que sea. También está en los libros con los que enseñan español en el mundo. Es un misterio, como el de Litto creando La balsa. A él le cae el peso de ser el iniciador del rock nacional, y a mí, el de tener una canción que está traducida a casi todos los idiomas del mundo. Es así y estoy muy orgulloso de eso. En el momento en que componés la canción no pensás que va a pasar eso. Es más, Solo le pido a Dios no iba a entrar en el disco. A mí me parecía una canción monótona. Le metimos y la fuimos arreglando; apareció Charly un día en el estudio y después se ganó el primer lugar en el álbum.
¿Por qué crees que pasó? ¿Fue la letra?
No sé, son esas cosas que no se explican. Ahora estoy escuchando Abbey Road, nuevamente remasterizado, y cada vez que pongo el disco me da una adrenalina que no es igual que cualquier otro disco. Vos analizás un poquito las letras de ellos, lo que escribió George Harrison, y son muy infantiles, es un misterio. No se puede decir que los escucho porque las letras son buenísimas. No puedo explicar por qué la canción Solo le pido a Dios fue traducida a todos los idiomas. En un momento pensé que fue porque la cantó Mercedes Sosa, que es conocida en todo el mundo. No te olvides de que si hay algunos argentinos conocidos en el mundo por la música son Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanqui, Carlos Gardel y Astor Piazzolla. Que Mercedes Sosa elija una canción tuya para cantar es un honor. Yo me acuerdo de que estaba en mi pueblo y me llamó: “Leoncito, tomate un avión a Frankfurt”. Lo más lejos que había ido yo era Uruguay. La primera vez que la cantamos juntos fue cuando regresó en el 82, todavía con la dictadura militar. Hizo 12 teatros Ópera. Ahí supimos que Mercedes era una defensora de la democracia. Antes no le podías creer a nadie, porque los milicos eran unos asesinos, genocidas, y los políticos estaban de capa caída. Después vino la guerra de Malvinas y el bochorno. La canción se escuchó por todos lados. Yo te marco eventos lógicos que pudieron hacer popular a la canción. Cuando la tocamos en Alemania, toda le gente se paraba y hacía palmas con las manos. Yo miraba eso y era un misterio. En Australia vino una señora llorando al camarín y me preguntó qué significaba y qué decía la letra. Parece que su hijo había muerto en una guerra, lo sentía energéticamente. Hay una transmisión espiritual en la canción.
¿Cómo te llevas con tus logros? ¿Cuál creés que será tu legado?
A mí no me pesa nada. La carrera que hice en esta vida de músico fue para experimentar con un montón de corrientes. Me acuerdo en el 69 cuando llegaba a Buenos Aires y se separó Almendra. Vos fijate qué original: eran unos tipos raros, que usaban chalecos, medio desnudos, hacían fotos provocadoras con los pelos largos y a la vez tenían una música maravillosa como Muchacha. Hasta metieron un bandoneón en el primer disco. Empecé a masticar eso y a tolerarlo desde el comienzo. Después trabajé con Gustavo Santaolalla en mi primer disco porque él sabía mucho de folklore y yo, que venía a la capital atraído por el rock nacional, no quería abandonar todos mis conocimientos y mi adrenalina respecto al género. Adoraba a Atahualpa Yupanqui, tenía todos los discos de Cafrune, escuchaba Los Fronterizos, Los Chalchaleros, Zitarrosa… No solo los escuchaba, sino que también entendía lo que decían sus letras. Era muy impresionante lo que decía Atahualpa, y aunque Los Chalchaleros tenían una música más paisajista, de pronto hacían un mix con grupos más políticos. A los 15, me enteré de Víctor Heredia, y yo siempre relaciono todo. Por eso salieron temas como María y el campo, una especie de huayno. En mi cuarto disco metí bandoneón en Solo le pido a Dios y hay un chamamé que se llama Cachito campeón de Corrientes. Así me ligué el mote de que “León Gieco hace música para sirvientas”. Un garca de un diario de La Plata lo puso despectivamente. Igual, a mí me encantan las sirvientas. Son unos seres humanos increíbles que alimentan a los chicos de las familias, les hacen hacer los deberes, los llevan al colegio, lavan la ropa, hacen la comida y hasta, a veces, se bancan el acoso sexual del marido cuando llega borracho a la casa. Para colmo les pagan cero mangos. Si es música de sirvientas, encantado, habría que hacerles un monumento al lado del Obelisco. Tengo todo ese mote y la carga de haber pasado por el folklore, el rock, la canción o el heavy metal cuando grabé con D-Mente. Mismo ahora, que estoy tocando con un actitud bastante punk con estos pibes que tienen 25 y 30 años y son buenísimos. Eso me asimila a Neil Young, un tipo de 72 que sale a rocanrolear con esas Gibson negras al lado de músicos jóvenes. Yo me las banco todas, viste.
En tus discos, más allá de la carga ideológica y de la poesía, hay hits. Como compositor, ¿respetás los éxitos?
Yo respeto todo, no tengo nada en contra del tipo que hizo Despacito. La verdad que eso le conmemoró el éxito que tiene y ganará mucho dinero. Ojalá que sea feliz, aunque no es mi tipo de canción. No es que uno elabora un hit. Uno hace un disco y después la compañía elige una canción para darle promoción. Hay muchos discos que han salido y quizás el primer tema no pegó, y el segundo sí. Es un misterio ¿entendés? Me acuerdo cuando en el 92 hicimos Mensaje del alma, con Daniel Goldberg. Ese disco es bastante clásico y a la gente le gustó mucho. Cuando lo presentamos en la compañía, Pelo Aprile y Hugo Casas me dijeron: “Está muy bueno, es impresionante, tiene unas letras increíbles, pero nos falta el hit”. Lo entendí como tal. Si yo hubiese pecado de arrogante, los mandaba a cagar. Pero no. Sabía que esos tipos se dedicaban a vender y yo a componer, y preferí mediar la situación. Me fui a Uruguay y compuse Los salieris de Charly. Cuando volví, me dieron las gracias, y fue un hit. Es una combinación en donde cada uno aporta lo suyo.
¿Cuándo vas a sacar tu próximo álbum?
El último disco fue El desembarco, del que ya pasaron seis años y se dio así, ¿viste? A veces me pone contento cuando leo que ahora salió un disco nuevo de Roger Waters. Me deja tranquilo, porque bueno, si a Roger Waters no le salió ni un disco en 25 años, yo tengo el derecho de no sacar nada por cinco [risas].
¿Componés todo el tiempo?
Qué sé yo. Uno es un compositor. Hay una cantidad de 400 canciones. A veces uno se agota. El agotamiento viene cuando considerás que no podés llenarte de información. O sea, si vos considerás que podés llenarte nuevamente de información y tenés ganas de componer un disco nuevo, lo podés hacer perfectamente. Ahora estoy tratando de componer un disco nuevo. Supongo que recién lo estaré grabando el año que viene. Tengo compuestas unas pocas canciones y están buenas.
¿Qué le pedirías a Dios hoy?
No quiero caer en lo burdo, pero le pediría otro gobierno. Que la gente pueda tener las cosas necesarias al alcance de la mano. Simplemente, que tengan acceso a una casa y poder armar una familia. Pediría que los chicos puedan educarse en escuelas públicas y que los adultos puedan trabajar ocho horas diarias y alimentarse con eso, y vacacionar dos veces por año. Felicidad para la gente. La verdad es que cada uno tiene su historia para contar y estaría bueno que todos accedan a esas cosas. Acabo de componer una canción que se llama Dios naturaleza. Dicho sea de paso, es un Dios femenino e indígena en el que yo más creo. Tierra, sol, luna, lluvia, planta, alimento. Creo en dioses presentes y no ficticios. Tengo más relación con el Dios benévolo, el Dios bueno. El que nos da los alimentos.