Tal vez sea anecdótica la fecha exacta, pero hay pocos días más importantes para una banda que el de la salida de un disco. Es cierto: lo fundamental está en otro momento, tal vez en la cabeza del compositor, en la idea que lo cambia todo o en los arreglos en el estudio. Pero ese día en el que lo trabajado durante meses deja de ser secreto para hacerse público es determinante. “Es como parir”, dice Sebastián Teysera, “el Enano”. Es que La Vela Puerca está en esos días. En ese día: hoy, hace horas, se publicó Destilar, su nuevo trabajo de estudio.
“Una cerveza, por favor”, pide la primera frase de “Velamen”, el track que abre el álbum. Y el Enano hace lo propio: antes de hablar, un trago largo. Hay que celebrar: “El laburo de creación del disco fue medio caótico. Fue rápido. La idea nuestra había sido componerlo tranquilos, grabarlo en marzo para que saliera en junio o julio. Y en diciembre nos avivamos de que estaba el Mundial. Y editar un disco en medio de un Mundial es como no haberlo editado”, explica. Entonces el salto fue de la sala al estudio, sin tiempo de pensar demasiado ni preproducir. “Creo que eso terminó jugando a favor”, arriesga el cantante, y sigue: “El disco tiene la frescura de estar improvisando, la inocencia de ir buscando ahí mismo”.
Y en esa tónica, el álbum se parece más bien a los primeros discos, comenta Nicolas “Mandril” Lieutier, que no toma cerveza, como su compañero, ni tampoco mate, aunque abraza el termo durante todo el rato que dura la entrevista. “Sin ser un collage, todos los temas son bastante distintos entre sí”, aporta él, aunque dice algo aún más interesante: “Sí hay un hilo conductor en los tópicos de los que habla el disco: la vida moderna, vivir el presente, saber que hoy estás pero tal vez mañana no. Esos son temas que nos preocupan mucho”.
Para el oído atento, la historia es conocida: “Lo que buscamos es que el que ponga el disco reconozca a La Vela”, dice Teysera, y el resultado, sin dudas, es satisfactorio. Pero eso sí: “No queremos repetir fórmulas, porque para mí eso sería el principio del fin”, afirma. Entonces, su método de composición tiene que ver mucho más con lo intuitivo que con lo técnico. No escribe: su proceso es mental. “Yo considero que las melodías que se me quedan en la cabeza son las que vale la pena laburar. Las demás se van. No estoy con una red atrapando melodías y poniéndolas como mariposas adentro del frasco”.
Desde la lírica, sin embargo, no hay negociación posible. Porque las letras de La Vela Puerca –tanto las que salen de la pluma de Teysera como las de Sebastián “Cebolla” Cebreiro, la otra voz del grupo– siempre abordan la cuestión humana: “Nuestras letras siempre tratan de decir algo, sin creernos dueños de la verdad, sin ser panfletarios” comenta Teysera, y continúa: “Hay una búsqueda explícita por emocionar al oyente, por alentarlo a cuestionarse cosas. Buscar la profundidad y no lo banal, porque cosas banales sobran”. Y sus versos guardan más que frases para grabar en remeras: enseñan su forma de pensar la vida.
No hace falta ni preguntárselo para confirmar que es así: porque en la mesa de este bar se los nota tan auténticos y transparentes como arriba del escenario. Y, sobre todo, se percibe genuina su amistad: casi todos ellos se conocen desde la adolescencia. “Teníamos 15 años y el Enano, que todavía no sabía tocar ningún instrumento, ya dibujaba en un papel qué lugar del escenario iba a ocupar cada uno”, cuenta el Mandril. Y en la lógica del “Cuidado con lo que deseás, porque puede hacerse realidad”, la amistad estuvo lejos de ser una ayuda. Teysera: “Al principio fue difícil convertirnos en compañeros de laburo, además de amigos”. Ellos cantaron truco y la vida les pidió vale cuatro: después de la salida del primer disco, Deskarado (1988), ya nada volvió a ser igual. “Yo no quería dejar de ponerle nombre al asunto. Para mí hubiera sido una falta de respeto hacia el oyente. Estuvimos dos o tres años discutiendo con el Enano sobre si ir a fondo o no, hasta que me convenció”, comenta Lieutier.
Y desde aquel debut hasta este presente han pasado más de 20 años. Pero para ellos significan mucho más que siete discos de estudio editados –y otros tantos en vivo– o las recurrentes giras por toda América y Europa: el tiempo transcurrido significa la creación y el crecimiento de un vínculo indeleble con un público muy fiel. “La relación con el público es intensa. Y de compromiso mutuo. Hemos logrado algo muy lindo entre las dos partes. Es un compromiso de aportar cada uno lo máximo en su rol”, explica Teysera. Y las razones de esa conexión se esconden en motivos mucho más profundos que un par de canciones bonitas: “Crecimos con el público, ellos mismos también nos impulsaron a hacer cosas. Y crecer con ellos ayudó a tener esa empatía, que fuimos apoyando y fomentando”.
Ya se dijo: esa búsqueda explícita por la transparencia y la sencillez se nota. No solo en su forma de pararse frente a su gente, sin poses –“En Montevideo no podés ponerte en posición de rockstar porque te tiran con algo”, dice el Mandril–, sino en su forma de pensar. Y, como cualquiera, ellos tienen sus problemas, sus mambos, sus alegrías y tristezas. Y aunque parezca que no, la banda solo es una porción de vida de los músicos. Dice Teysera: “Por momentos la banda es todo para mí, y por otros, no. A veces, estoy enfocado con todo, y en otros momentos no quiero saber absolutamente nada: me enfoco en otra cosa, agarro la caña, me voy a pescar y chau”. Pero que no se malinterprete: “Es lo que yo hago desde hace 22 años, es lo que amo hacer y es lo que voy a cuidar”, cierra.
Es que después de más de dos décadas, quiérase o no, ya nada es lo que era. “Cuando cumplimos 20 años de carrera entendimos cómo fue que llegamos hasta este presente que vivimos”, sigue el cantante. Y tiene bien claras las cosas: “Al entender eso, valorás el presente, y al valorar el presente, tenés una esperanza mucho más grande para el futuro. Si hicimos todo esto durante 20 años y estamos conformes y orgullosos, entonces, imaginate, tenemos un futuro precioso”.
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