Si necesita reggaetón, dale. La primera frase de Ginza, uno de los hits de José “J” Balvin, viene a dar cuenta de un estado actual de la música colombiana y –por qué no– del pop mundial. El reggaetón se ha convertido no solo en el género mainstream de la tierra cafetera, sino que, además, es el ritmo latino de mayor crecimiento e influencia mundial del último tiempo. Y no parece casual que esto suceda cuando el estilo nacido en Panamá trasladó su sede universal de Puerto Rico a Colombia. Además de J Balvin, podemos hablar de Maluma como el segundo mayor exponente actual. Pero la cosa no termina ahí, porque el sonido que mezcla hip hop, dancehall y latido dembow se esparció por algunos de los músicos más relevantes de la nación de Pablo Escobar: Shakira no se puso tímida e incluyó cuatro reggaetones en su disco El dorado; Carlos Vives y su reinvención mezclaron en sus vallenatos grooves de boliches para millennials; y Bomba Estéreo le puso a su cumbia y champeta alternativos dosis de rítmica moderna.
El 2016 empezó a dar impulso y el 2017 terminó de confirmarlo. Cuando se editó Energía, el último álbum de Balvin, todo se escuchó distinto. El reggaetón del medellinense dio un salto cualitativo. Y la calidad se hizo cantidad: Ginza se convirtió en récord Guinness al ser el tema que más tiempo permaneció en el Nº 1 en los listados latinos de los Estados Unidos. El dueto entre Carlos Vives y Shakira –dos figuras de antaño, cuando el pop latino era el sonido de la región– puso a bailar a las radios y la tevé con La bicicleta, y cruzó el tiempo hasta convertirse en el tema del verano. Maluma creció exponencialmente con música que se editó del otro lado del río Bravo. Sus canciones se volvieron una pandemia que alcanzó a figuras como Ricky Martín y la misma Shak, que fueron en su búsqueda para sincronizar con el sonido de época.
No resulta extraño que sea Colombia el país de América Latina que se apropió del reggaetón. Es el lugar de la cumbia, la bachata, el vallenato y la champeta. Es ritmo. Por ende, sus artistas parecen lo más aptos para lavarle la cara al estilo tropical de la nueva era: nuestro dancehall. Tampoco resulta ajeno quiénes son aquellos artistas que hoy hicieron del reggaetón el sonido actual del país. Tanto Balvin como Maluma nacieron de la explosión del género, si bien J le saca casi una década de recorrido al Pretty Boy, ambos fueron influenciados por Daddy Yankee, Don Omar y todos los que vinieron detrás a comienzos de siglo. En el caso de Vives y Bomba Estéreo, tienen raíces tropicales en sus identidades: uno más cercano con el vallenato, otro con la cumbia. Y Shakira siempre ha sido un anfibio capaz de adaptarse a lo que el mercado le ha demandado. Ella no es Juanes, un músico que siempre mantuvo una línea estética definida y personal, y que a pesar de las variantes de la industria conservó su forma, incluso a riesgo de quedar anticuado y de copiarse a sí mismo.
Cuando en 2016 J Balvin editó Energía, su cuarto disco, sabía que todo iba a cambiar. Lo ha dicho más de una vez: “La idea fue dar una declaración dentro de la música latina”. Bajo esos parámetros, el medellinense reconfiguró a su modo las reglas del reggaetón. Lo primero que hizo –algo que ya venía haciendo, en realidad– fue sacar a la mujer como objeto de sus letras. Balvin habla de aventuras, adrenalina, reggaetón, amores y redes sociales. Habla de mujeres, claro, pero las menciona como pares. Por otro lado, calibra las piezas de sus canciones en las medidas impuestas por un sonido de época. Se para entre el hip hop y el pop. Te hace bailar, te golpea, te deja cantando un estribillo que no sabés de dónde salió. No es solo Ginza: también Safari o Mi gente, la última canción en español en ser Nº 1 del ranking global de Spotify.
Maluma, casi al mismo tiempo que Ginza ocupaba todo el dial, comenzó un trip de colaboraciones que tuvieron un doble efecto. Mientras que reinsertaron a artistas como Ricky Martín y Shakira, agigantaron la figura del chico sexy del momento. Desde ahí se paró para diseminar sus canciones: composiciones que responden a una lógica tradicional del género con esa cuota pendenciera, de chico malo al que todas las mujeres desean. Sí, Maluma es una estrella pop a pesar de su misoginia. Él mismo lo ha dicho: “No soy reggaetonero, hago pop urbano”. Casi como renegando de sus orígenes, los que planea dejar atrás cuando lance su tercer disco, que incluirá canciones en inglés y planea que sea su crossover definitivo.
Luego del fenómeno de los colombianos que saltaron a la fama mundial con el reggaetón –y que podríamos decir que tuvo su momento consagratorio cuando ambos fueron número de cierre en el último festival de Viña del Mar–, figuras como Carlos Vives y Shakira siguieron el mismo camino: uno que, por ejemplo, llevó a Luis Fonsi y su Despacito a convertirse en un fenómeno musical de alcance mundial. Ellos lo hicieron con La bicicleta, una canción movida al son de un ritmo tradicional colombiano con un pulso in crescendo. Después, probaron por separado: Shakira se juntó con Maluma, con Nicky Jam y puso cuatro reggaetones en su último disco. Vives exprimió su hit con Shak y en su nuevo álbum su nuevo top 10 es Robarte un beso, otro reggaetón encubierto.
Finalmente, Ayo, el reciente disco de Bomba Estéreo, termina de definir una nueva identidad sonora colombiana. Raíces autóctonas, líricas particulares –sobre inquietudes universales– y conectores con un sonido de época. Y como remate, casi una burla, Li Saumet canta “Escucha esta canción, que no es un reggaetón y está hecha para mover el culo” en Flower power. No miente, pero se le parece mucho.
En la última edición de los Latin Grammy, tres momentos se destacaron. Luis Fonsi hizo en vivo Despacito y entre un conglomerado de invitados incluyó a Bomba Estéreo. Maluma reversionó con cuerdas su último hit, Felices los 4. Y J Bavin tocó Mi gente: el nuevo himno de una región que tiene sede en Colombia.