El diccionario define “matriz” con más de diez acepciones posibles. Aunque algunas sean muy específicas, otras sirven para encajar, casi como en un molde a medida, lo tácito en el sonido de La Liga Matriz. Es una entidad principal, generadora de otras, dice el libro de las palabras. Es un molde de cualquier clase con el que se le da forma a algo, es un útero, dice también. Cualquiera de las opciones podría resultar acertada: en el sonido de esta banda naciente, todo suena como una propuesta de algo ya sugerido en algún otro momento, pero repensado y vuelto a forjar.
Es que La Liga Matriz y su único álbum funcionan como un automanual, un plano de construcción de la banda. Más superficialmente, más como cuestión cosmética que estructural, hay detalles del tempo brasilero, vientos de Medio Oriente y cierta Onda Vaga, para el que necesite una referencia más cercana.
Esos rasgos cosmopolitas se imponen por su propia coyuntura: La Liga Matriz tiene una clara base musical, cercana al pop etéreo, pero no una base terrestre. Ocurre que sus dos integrantes, Martín Amiendola y Miguel Reguera, no se juntan a componer. Ni a tocar. Ni a tomar un café. Porque uno vive en Buenos Aires y el otro en Santiago de Chile. A partir de allí, la construcción de su identidad estética se ha vuelto una tarea digital, una rutina constante de enviar y recibir ideas. Y en el medio, en esa nube invisible que es Internet, nada. O tal vez todo: su sonido no suena argentino ni chileno, sino más bien global. Y lo que pase en el aire, en medio de ese ping pong entre la costa atlántica y pacífica, tal vez y sin querer, tenga algo que ver.
Hace algún tiempo, poco después de la salida de Clamor infinito, su primer EP, editaron Dharma, el disco debut mencionado. Y entre tanta referencia vedada, surge otra característica: lo dicho, lo cantado, funciona como un instrumento más, una cuestión estética que puede decir “Las esfinges cedieron el paso / y los guardianes alunizados / abrieron el portal” sin temor al absurdo.
Todos los materiales de construcción están allí; y la capacidad para acomodarlos, ensamblarlos y formar con ellos algo nuevo, también. Ahora, resta darle play.