Por más que uno se esfuerce, no va a encontrar una explicación racional detrás de las inquietudes artísticas de Fito Páez. El icono de la canción popular argentina cree que la música es simplemente la música. Esta visión, tal vez nihilista, mata a las interpretaciones y puede decepcionar a quienes buscan en él un prototipo de roquero moldeado a la medida de lo argentino. Pero también tiene una ventaja, y es que Fito, en su afán de vivir cada instante como si fuera el definitivo, abre enla conversación un espacio para pensar, con su prolífica obra oficiando de mediadora.
Cabezazos espasmódicos para acompañar sus afirmaciones; el brazo izquierdo arqueado, formando un ángulo agudo, y esa mano inclinada, acariciando el aire como si debajo hubiera una mascota imaginaria. No es una pose, es el leitmotiv de Fito Páez, un gesto corporal que invita al prejuicio. Pero apenas el músico responde, los preconceptos se evaporan.
Estamos en un restaurante de Palermo Chico un viernes a la tarde. Fito Páez toma un té mientras de reojo mira la ventana que da hacia la calle Cavia. Señala al afuera para responder la pregunta “¿Es La ciudad liberada, su nuevo álbum, un trabajo conceptual?”. “Así es la vida. Parate en la esquina, agarrá el diario. O poné la cámara en la Villa 31 y después en Recoleta: están a 30 cuadras de distancia. No es ninguna revelación –dice–. Es un momento muy estimulante para escribir, ¿no? Un momento extremadamente caótico, donde no hay una percepción única de la realidad”.
Su 23º álbum de estudio (si contamos los tres que hizo en colaboración con Luis Alberto Spinetta, Joaquín Sabina y Paulinho Moska) no es un deseo pasajero. Son 18 canciones que Fito trabajó durante el último año y medio, y cuyo resultado final agrega un nuevo eslabón a una cadena de trabajos bisagra para su carrera, como lo fueron Del 63, Giros, El amor después del amor o Naturaleza sangre.
El disco tiene un puñado de canciones con potencial de radio y otro pasaje más narrativo, que va desde lo oscuro, lo pesimista [Navidad negra, Nuevo mundo], hasta la iluminación, la sensación de esperanza [Soltá, Otra vez el sol]. ¿Pensaste en hacer dos álbumes dentro de uno?
Generalmente, cuando comienzo el trayecto de una obra, nunca sé si van a ser micropiezas o canciones de más de diez minutos, como fue La casa desaparecida [de su álbum Abre (1999)]. Una obra pasa por muchas instancias. En este caso, hubo listas de nueve temas, de trece o de ocho. Por supuesto que, dentro del álbum, el oyente más avezado va a encontrar líneasinternas que se tocan en los textos o en situaciones musicales. Todo lo que está allí tiene un por qué y un para qué, por eso la decisión de que sea un álbum caprichosamente largo.
¿Son todas canciones nuevas? ¿Las escribiste pensando en el disco?
La más vieja tendrá un año y medio. No hago las cosas para un álbum. No sé adónde voy; lo hago y me da placer. Es como una telaraña: empiezo a construir y en un momento me siento cómodo, transmitiendo lo que yo quería.
Hay muchas referencias religiosas, ¿por qué?
Son palabras, algunas con significados poderosos para muchas culturas diferentes. Yo soy pisciano: pongo la cámara y no tengo ninguna necesidad de definirme. Es un momento acuático para mí, poder ver el mundo desde ópticas distintas y poner la cámara donde quiera. ¿Qué pasa si lo hago acá? Hey, estamos en el mundo, otra vez el sol dando vueltas con la cámara de Google arriba, viendo el mundo ardiendo. Y de repente, la cámara de Google se te mete adentro y te vas a la triple frontera entre Paraguay, Brasil y Argentina, donde hay una pelea de guapos entre dos tipos. Hay un montón de espacios temporales y poéticos que se atraviesan, y que me hicieron muy divertido el álbum.
Hace mucho tiempo que no dabas entrevistas a medios gráficos. ¿Cómo te estás relacionando con la comunicación con tu público?
Lo primero que pienso, y que va a seguir siendo siempre mi norte, es cómo me vinculo con el lenguaje y con mis sensaciones dentro de la habitación en la que estoy. Todo lo demás puede ser coyuntural, escaparse de tu mano. Podés tomar decisiones erradas o acertadas. Cada vez más, lo que hice fue radicalizarme en el momento de soledad, porque ahí está el corazón de cualquier cosa que quieras transmitir o poner en escena. Incluso esconder, o decidir no mostrar. Ese es el momento. Yo no pienso en ninguna otra instancia. Para mí, el momento central es cuando estoy en soledad, cuando todos se fueron a dormir y yo me quedo solo con el piano, con la computadora o con la máquina de escribir. Ahí es donde hago el foco. Si no tenés eso, no tenés nada. No me puedo pasar elaborando teorías sobre la comunicación, tema que no conozco. Lo que sí puedo decirte es que cada vez me concentro más en la comunicación con mis hijos, en el vínculo con el lenguaje musical, con las palabras. Lo otro no lo conozco.
¿Te interesa explicar tus canciones, o la interpretación que se haga de ellas?
Soy un artista que te pone el escenario abierto. Después, con eso, vos podés hacer lo que quieras. Lo que sí es sugerente es que el material te pincha. De eso se trata lo que hacemos. Es como si cualquier artista del mundo te dijera: “Mirá, es por acá”. El Guernica es el Guernica. Son cuerpos aplastados en blanco y negro sobre una proporción plana. Podríamos pensar que es una cámara aérea, o lo que sea. ¿A dónde te lleva el Guernica? Eso es un proceso de cada espectador. El artista no tiene una disciplina por fuera de su arte. Los que intentan hacer eso terminan en una situación pobre.
¿El artista es un observador?
Sí, y también opinás, pero en tu terreno. Sos el amo de tu territorio. Ahora sí, cuidado, porque es un terreno minado de cuestiones estéticas, y no es solamente lo que me pasa como oyente, sino que hay una cantidad de organizaciones internas y de cosas del lenguaje. Yo prefiero sentarme y disfrutarlas que ponerme a analizar qué pasa allí adentro.
En El ataque de los gorilas decís que la gente está perdiendo la ilusión de vivir.
Son formas genéricas que te permite la canción. En realidad, no me gusta decir “la gente”, pero en ese momento es una linda frase. El álbum se trata de eso: del polvo, del beso, del abrazo, del error, de la mugre, del swing que se genera en la vida y en la música.
¿Cómo encaraste la producción?
La decisión central fue encontrar una sala donde pudiéramos tocar todos juntos. Con el bajo, la batería, la guitarra, el piano, los teclados. Es horrible adjetivar, pero es un álbum salvaje, porque está tocado en primeras tomas, y a la vez es muy refinado, porque tiene el swing propio de las primeras tomas. Después agregamos voces y algún overdub de teclado. Pero tiene la respiración del vivo, que en este momento infame del protooleo, es una nota de color y cálida. El álbum pasó por un proceso de tecnificación que fue rebotado: hubo un conflicto con uno de los técnicos. El tipo había protooleado todo, y la decisión política fue plantarse frente a eso.
La aparición de errores también nutre a las obras de algo positivo. ¿Encontraste muchos?
– ¡Está lleno! Por eso me gusta. Esto de que suene así, tan sencillo, es una lucha hombro a hombro con todos. Protools is not professional, me dijo una vez Joe Blaney. Tiene razón. Hay una tendencia a la corrección, a aparentar que algo está bien. Pareciera que estamos hablando de otros temas. Pero el Protools es una buena marca para mirar la política y la vida en general. “Tengamos esta máquina que nos va a hacer creer que todo está en orden”. Es una pelea contra el discurso de la época.
La técnica de grabación que describiste se parece a la de épocas como El amor después del amor y de Circo Beat.
– Eso justamente se charló con Diego Olivero, Mariano Otero y otros colegas. Mirá, los álbumes se grabaron de esa forma, pero siempre hubo alguien (el productor de turno) que los emprolijó. Por eso digo que este álbum me representa absolutamente, porque así es como yo hubiera querido que quedaran Circo beat y El amor después del amor.
En esos discos uno encuentra parte del cancionero argentino. De hecho, El amor después del amor es el más vendido de la historia de este país. ¿Hay una relación en el largo plazo entre los discos más vendidos y el talento?
– Definitivamente no. Con esa lógica podés decir que si Sgt. Pepper’s no fue el disco más vendido de los Beatles, entonces no está tan bueno. Esa analogía directa entre venta y calidad es una entelequia absoluta. Es un discurso muy policíaco, porque pareciera que el sentido de la obra aparece cuando surge la venta popular. Entonces, todo lo que no esté dentro de la máquina de pasteurización coyuntural debería ser eliminado. Hay que activar un poco la cabeza, si no, la cadena sería: vende, recibo; vende, está bien. No sería una buena mirada de la industria. En ese sentido, la industria falla desde hace muchos años. Me acuerdo de charlas interminables con gente de aquí y de allá, y yo diciéndoles “Muchachos, graben a Liliana Herrero, grábenla. Porque no van a vender 100.000 discos, pero van a vender 10.000”.
¿Primero se debe generar el fenómeno cultural, el intercambio, y después el negocio?
– No hay que olvidar que los fenómenos culturales ocurren siempre en los márgenes. Ahí arranca todo. Por suerte, en materia artística no hay forma de etiquetar. Es muy complejo. Sería hermoso que apareciera una crítica inteligente, como fue la gente ligada a la revista Cahiers du Cinéma, en el cine francés.
¿Qué pensás que ocurrió para que El amor después del amor tuviera tanto éxito comercial?
Fue una coyuntura. Se vendían discos en ese momento. A los pocos años, se desarmó la industria de la venta de CD. No hay mucho truco ahí, eh. Le podría haber tocado a cualquiera.
¿Y por qué te tocó a vos?
Porque mi papá y mi mamá me hicieron aquella noche en Rosario, no sé [risas]. En todo caso, me considero un hombre muy afortunado, siempre. Tener el espíritu de la curiosidad, ¿no? De no estar preocupado por aquello. Estoy más preocupado por el hoy, el mañana. Ya estoy laburando otras cosas. Ahí me parece que radica un poco todo. Yo he tenido más momentos de llanura que de picos, eh. Por supuesto que hago que esa llanura se mueva muchísimo, la hago temblar. Pero los picos son excepcionales y, en general, te aturden. Te desconcentran.
A esta altura de tu vida, ¿qué cuestiones priorizás a la hora de hacer arreglos o de modificar la estructura de una canción?
Según a dónde me lleve mi propia inteligencia. Por ejemplo: cuando estaba escribiendo una de las 20 versiones que tuvo Otra vez el sol, en un momento encontré que en la mitad del tema podía hacer que se dislocara. Entonces puse a parir un montón de ideas. “¿Qué dejo? ¿Me fijo en la tonalidad? ¿O mejor en el color de la cuerda, así la rompo con un solo metal y aprovecho para modular un semitono para abajo y cambiar toda la canción?”. Son como actores en una pieza de teatro: todos tienen sus egos, todos tienen su fuerza y todos tienen sus debilidades.
¿Y tu propio ego? ¿Cómo lo dominás?
No hay un ego. Cada uno es un montón de personas al mismo tiempo, y muchas de ellas son horribles. Estamos en el siglo 21, y es bueno que nos vayamos enterando. Hay que empezar a vivir con menos corrección política y con más verdad. Eso me está conduciendo a una manera más linda de vivir, más relajada y más en contacto. Sobre todo cuando llegan los hijos, que cambian completamente la manera de vivir, en el mejor de los sentidos. Los chicos traen mucha incorrección. Traen lo peor de vos, eso es muy alucinante. Para un artista, estar en conexión con un hijo es todo. Te enseña todo de vuelta. Yo no hablo mucho de mí, ¿viste? Si lo hago, es a través de las letras.
Eso se percibe porque escribís naturalmente, como si estuvieras hablando. En ese sentido, llama la atención dentro del disco La mujer torso y el hombre de la cola de ameba, una canción más spinetteana.
No sabés la cantidad de conexiones que tiene eso con lo que siento o cómo veo a la raza hoy. Pienso que, en un futuro, esa mujer sin brazos y ese hombre sin ojos se van a conectar a través de un cable de una antenita, a algo que les va a transmitir el amor. Es un sentimiento prohibido. Está la figura de los mutantes, a lo Mad Max, pero es una canción de amor muy declarado, dentro de un mundo que rechaza eso.
¿Creés que el single Aleluya al sol podría convertirse en un himno del movimiento Ni Una Menos?
Estamos en una época en la que hay tanta estrategia, tanta mezquindad en los artistas… mi naturaleza no tiene que ver con eso. Lo que sí ves es cómo todo el tiempo alguien está sospechando que tenés una estrategia. Relajen un poco. ¿Te cuento cuál es la mía? Me emborraché el domingo: ¿cuándo es la próxima? ¿Qué día libre tengo? El próximo domingo, OK. Esa es una estrategia real, que existe en mi vida permanentemente.
Wo wo wo es la única canción en la que compartís los créditos, y es con Pity Álvarez. ¿Cómo nació esa colaboración?
Es un estribillo que me canta Pity en un sueño. Yo me levanté porque era hermosa [la tararea]. Era tan linda, y Pity la estaba tocando con la viola. Me levanté corriendo, fui al piano y la toqué. Entonces la firmé con él, por supuesto.
¿Él no participó nunca?
No, él dictó en sueños. Después le conté: “Boludo, cantaste un tema en sueños”.
¿Y qué te dijo?
Le encantó. Me parece totalmente legítimo porque el sueño también es una realidad.
De tus viejas colaboraciones, ¿cuál es la que mejores recuerdos te trae?
Las colaboraciones se encuentran dentro del trabajo de la obra, como parte del laboratorio. La de Luis [La la la (1985)] fue la máxima experiencia trabajando a dúo con alguien. Eso fue serio. Éramos personalidades muy parecidas. El mismo humor, el mismo salvajismo, los mismos silencios. Diferentes edades, pero complementarias a la vez. Además, nos hicimos hermanos para toda la vida. Existen esas cosas, como cuando Charly me largó con los teclados en ION. Habíamos grabado Piano bar, ¿viste? Entonces me dice “Quedate vos con los teclados”. ¡No había nadie! “¿Qué toco?”, le pregunté. “Lo que quieras”. Estábamos el portugués Da Silva y yo [tararea Tuve tu amor]. Y a Charly le encantó. Esas también son colaboraciones muy hermosas. Momentos de gran libertad.
¿De qué manera fue madurando tu vínculo con el espectador? Siempre fuiste muy enfático en la importancia del encuentro con el público.
Los conciertos, en principio, y en el fondo, son rituales atávicos. Son gente yendo a un lugar a encontrarse, a celebrar, a disfrutar. Si aquello no sucede, no sucede nada. La idea del espectáculo no alcanza para pensar el fenómeno cultural. Nos interesa el espectáculo, pero también el fenómeno antropológico de la tribu yendo a un lugar a salir diferente de como entró. Yo tengo la intuición de que la mayoría de las personas que van a un concierto mío salen diferentes de como entraron. Creo en el poder maravilloso y místico de la música, cuando hay esos silencios o esas oleadas de salvajismo.
En el disco también trabajás sobre el concepto de la libertad, que tiene tantas acepciones como contradicciones. ¿Para vos qué significa?
Es una tarea que lleva toda la vida. Pensá en lo que dijo Charly una vez: “Prejuicios que no puedo sacar”. ¿Quién te puede decir “Yo soy totalmente libre y totalmente desprejuiciado”? La libertad mete mucho miedo. ¿Caos total? OK, te suelto, a ver qué pasa. Te volvés a tu casa [risas]. Creo que jugamos a la libertad, y está bueno, pero hay que encontrar los significados profundos dentro de cada uno, de esa palabra tan hermosa. La libertad es ser como uno quiere; decir y hacer lo que uno quiere. Por supuesto, no vas a matar a nadie en nombre de la libertad, pero en nombre de ella también se han cometido atrocidades, guerras. Es una palabra muy peligrosa y nueva a la vez.
¿Está gastada?
En algunos ámbitos. Es una palabra inyectable también. Si estás muy viejo choto, inyectate un poco de libertad, boludo. Despertate. “Papá, ¿por qué creés en Dios, si Dios no existe?”, eso es un chute de libertad.
En el track La ciudad liberada instás a “pelear contra los nazis y los fachos de mierda”. ¿Somos responsables de que haya expresiones de fascismo actualmente?
En principio creo que hay que buscar en uno la parte facha. Es muy fácil señalar. Pero en otros momentos sí tenés que pelear contra el facho de verdad. Porque los hay. Entonces, allí aparece lo mejor de uno. ¿Sabés lo que te libera en ese sentido? Aprender el lenguaje. Contaminarte con el estudio, porque eso te va a hacer más libre. No el dictamen de las cosas que no conocés y que vos creés ciertas e instaladas. La libertad es el conocimiento. No en ser solamente tolerante, ¿entendés? Es la idea más falsa que conozco.
¿Cómo es ‘La ciudad liberada’, el próximo álbum de @FitoPaezMusica? Un recorrido track por track: sexo, moda y política.https://t.co/wgnknwr8ia
— Billboard AR (@BillboardArg) 19 de noviembre de 2017