La mujer de plata, esa canción de Air que viene inmediatamente a la memoria cuando se lee el nombre del proyecto pensado por Agustina Vivo. Un gesto delicado, pero también decidido. ¿Cómo no comparar la referencia obligada con esta música que ha osado tomar un nombre por asalto? Ese vínculo termina siendo apenas un punto de partida, una referencia lejana. Basta escuchar los dos primeros EP de La Femme D’Argent para comprender que quien está detrás de estas canciones no es solo una cantautora digital. Comandado por Agustina, pero enlazado con varios agentes claves, es un proyecto que se solidifica aún más en cada nuevo paso que da. Objetivos cercanos, visibles; crecimiento lento, pero seguro.
Esta idea se refuerza con una sensación: al escuchar aleatoriamente las canciones de La Femme D’Argent, es difícil distinguir si pertenecen al primer o al segundo EP. Tiene lógica, ambos fueron publicados en 2016, abriendo y cerrando el año respectivamente. No obstante, las diferencias están ahí para quien quiera apreciarlas. El primer trabajo fue producido junto a Juan Stewart y se destaca el nombre del percusionista Salvador Colombo, tecladista de Bandalos Chinos. El segundo (en rigor, un simple) ya cuenta con la presencia de Ernesto Romeo, gurú de los sintetizadores de culto. Entre ambos se dibuja una línea estética de continuidad, en la que el proyecto empieza marcando su costado pop más etéreo y termina dibujando texturas rítmica propias de Radiohead o Juana Molina.
Esa búsqueda escalonada se termina de condensar en las sesiones en vivo en el estudio La Siesta del Fauno, donde puede verse a La Femme D’Argent en su, hasta ahora, máxima expresión. Además, la banda formada por Agustina Vivo junto a Pablo Giménez (El Zar) y Lucas Grasso (Amalia Amapola) muestra una soltura ganada con ensayo y experiencia. No es casual que las tres canciones interpretadas sean las mismas del primer EP. En julio último, La Femme D’Argent editó una canción nueva, Ave, en la que Giménez se hace cargo de la producción. Fina y desafiante, la pieza da cuenta de un acercamiento más profundo al concepto rítmico y confirma la proximidad cada vez más natural entre la tradición cancionera británica y los folklores revisitados.