«Hacelo, pero hacelo en serio», la alentó Ezequiel Araujo en 2014. Ese fue el momento en el que Blancanieves Damevin decidió mudar de piel: se convirtió en Kobra Kei, un álter ego con voz dulce que inyecta rap sexual a melodías electro-pop noventosas, que se nutren de la pujanza del K-pop, el trap, el hip hop, el dubstep y el drum & bass. “Me dediqué al cine y al teatro hasta que sentí la necesidad de renovarme”, sostiene Kobra (27). El proceso de desprenderse de una capa de dermis no es sinónimo de desnudarse; todo lo contrario, es una precaución para evitar ser vulnerable. “Si bien mi nombre de pila pareciera ser de fantasía, llamar a mi proyecto artístico así implicaba mucha exposición”.
Sigilosa y bajo el ala de Araujo, la santafesina transformó su siseo poético en canciones, para irrumpir en la escena al grito del EP Romantik (2014). Este año, con su primer álbum de estudio, Inspired by the Producer, quiso honrar a su padrino musical. “El título del LP es una manera de regalarle la obra a Ezequiel, quien no solo la produjo y es el principal compositor, sino que además me mostró el camino”, explica. Kobra presenta un sonido que infecta a sus víctimas con rimas pegadizas, casi adictivas y que no respetan la métrica. Los músculos de sus presas no se contraen como lo harían bajo el efecto del veneno de una serpiente común, sino que se distienden hasta esclavizarse ante el baile. “Mis temas son rebeldes porque son un impulso, un concepto que se materializó sin haber sido pensado previamente. Mi actitud es más punk que pop”.
Si se habla de Kobra Kei, no se puede ignorar el universo que emerge junto a ella: un mundo rosa, con tintes de animé, al que se aferra con tanta fuerza como si estuviese clavándole los colmillos. Parece un cuento de hadas, pero eso no implica que necesariamente sea infantil. Es un cosmos lujurioso, cuya estética amalgama estilos retro y futuristas: “Eso evocamos los pelirrojos”.