Julio está contento y de buen humor. Hablar con él es nadar en un mar de experiencias, anécdotas e historias de un testigo de los cambios más disruptivos del mundo del entretenimiento. Hoy vive momentos donde la paz familiar y el amor del público se convirtieron en los principales tesoros de su incalculable fortuna. Con más de 300 millones de discos vendidos, goza de una popularidad que ingresó en etapa de mito. En exclusiva con Billboard y con cierta nostalgia, disfruta del diálogo musical y confiesa modestamente sus miedos a la modernidad y su entendimiento por los sonidos latinos que hoy conquistan los charts.
Después de tu primer álbum dedicado a México, decidiste agregar amigos y artistas de toda talla. Imagino que estás contento con el resultado.
Estoy contento porque participó gente muy querida mía. Son figuras grandes, muy generosas, que han aportado mucho valor. Hemos hecho un álbum de duetos sobre la música mexicana que se convirtió en clásico inmediatamente al tener a Plácido [Domingo], Joaquín Sabina, [Pablo] Alborán o Thalía cantando una música histórica de los años 50 y 60. Me ha gustado el disco sobre todo porque le ha gustado a la gente y le fue muy bien en España. Imagino que a los latinos les gusta recordar las canciones que cantaban sus papás y sus abuelos.
En vez de incorporar sonidos nuevos, te orientaste a lo clásico, a las orquestas y a tu voz de siempre con reverb. ¿Tuviste la tentación de tomar otros rumbos?
Te voy a contar pequeñas historias que son buenas para ustedes, cuya especialidad es la música. Yo viví muchos momentos con Frank Sinatra, porque Eliot Weisman era su mánager y con gran generosidad me lo presentó. Así cantamos juntos en muchos conciertos, hicimos duetos y lo conocí muy bien. En aquel entonces recuerdo que hizo un disco con Quincy Jones que se llama L.A. is my Lady (1984), que no es muy bueno porque salió de su género. Quincy acababa de producir a Michael Jackson, que estaba muy de moda y era un genio. Así, a Frank se le ocurrió hacer un álbum con él, pero no consiguió lo que buscaba. Entonces, lo que hago yo es no cambiar las asonancias de la música ni de mi vida. De esa forma hice Tango (1996), sin el bandoneón ni el piano, que ya lo tiene naturalmente el pueblo argentino. Hice el tango a mi manera y es un álbum que vendió 14 millones de copias en todo el mundo. Fue histórico. Con este último no medimos las ventas porque no son lo que eran antes, pero quedará para siempre, y de hecho hace casi diez años que no tenía un álbum en el top cinco durante dos meses ya. Eso es significativo para mí.
¿Quién eligió los colaboradores?
Nadie elige a nadie. Uno canta cuando le gusta cantar. Estos artistas tan grandes cantan cuando tienen cojones, no cuando los eliges [risas]. Con el caso de Diego [Torres], hablé con él y le dije: “Tengo un tema para ti”, y me contestó encantado. Al día siguiente ya la tenía hecha.
A esta altura, ¿quién se atrevería a decirle que no a un dueto con vos?
¡Mi mujer me dice que no todo el día! [risas] Ella no quiere cantar conmigo.
Si tuvieras que hacer esta selección con artistas del mundo anglo, ¿a quiénes elegirías?
Tuve una propuesta de Ken Ehrlich, el productor de los Grammy durante 30 años, que es un muy querido amigo mío. Se le ocurrió la gran idea de hacer un disco con Timberlake, Bruno Mars, John Legend y la gente joven americana. Él vino a mi casa de Miami, a Punta Cana, a mi casa en España y viajó conmigo siete u ocho veces, y al final no me atreví. Lo hice hace 33 años con Diana Ross, los Beach Boys, Willie Nelson y toda esa gente maravillosa que eran artistas número uno en aquella época. Esta vez no me atreví meterme un año en el estudio a grabar con gente joven y ponerme en la disyuntiva de tener que aprender una música más contemporánea. No tuve los cojones de hacerlo y lo digo públicamente en Billboard, así que Ken lo va a leer. Es la verdad, él dio vueltas y vueltas, y al final desistió porque vio que iba a ser muy difícil que yo me pasara un año repitiendo lo que hice hace mucho tiempo, pero con canciones que eran para mí más sencillas que las ideas increíbles de Timberlake, los beats de Mars o la propuesta de cantar con John Legend. Me costó mucho definirme y terminé diciendo que no. Lo puedo jurar por la vida de mis hijos. No lo había dicho nunca esto.
¿Te gusta la música que está surgiendo hoy?
Mira, el problema lo tengo yo, que estoy escuchando música continuamente, y excepto dos o tres baladas que salen de vez en cuando, todo lo que se canta hoy me remite a la música beat, pero muy fuerte. Incluso, la música de los artistas latinos está muy relacionada con la parte rítmica de la canción.
¿Estás hablando del boom latino, donde en países que no son de habla hispana se escuchan canciones en español?
¡Sí! Cogen cosas de Enrique o del chiquillo de Despacito, que logró una combinación de circunstancias, de momentos, de magia y de canción. Las canciones que vienen de Cuba, Puerto Rico o el Caribe están armando una revolución, porque incorporan una línea melódica bella con una rítmica maravillosa y con videos muy bonitos. Eso no existe en Noruega, China o Japón, entonces están acaparando mercados que estaban esperando historias que son interesantísimas porque tienen esa combinación de la melodía bonita, con arreglos modernos y un ritmo muy marcado
¿Cuál fue el cambio más relevante que viste en estas generaciones que fueron apareciendo a lo largo de tu carrera?
Spotify es lo máximo para mí. Es increíble el acceso a tantas canciones de una manera tan fácil y sobre todo que puedas acumular en un pequeño volumen, en un aparatito tan chiquitito. ¡Con el trabajo que cuesta hacer un disco de 12 canciones! No voy a profundizar en la incongruencia de la fase material de lo que es la autoría, los derechos de propiedad intelectual, que tanto frustra a la gente joven. A mí ya no. Con tal de que me vengan a ver cantar… Pero para los jóvenes a veces es frustrante. Y después mirar The Voice y tantos concursos, y ver qué pasa con la gente que se vuelve conocida y después se vuelve nadie. Antes, como éramos menos, nos valoraban más las radios, competíamos, pero nos cuidábamos entre nosotros. Ahora es mucho peor. Son miles de concursos por todos lados, ves que pasa uno, que pasa el otro y que en verdad no pasa nada con ninguno.
No puedo evitar preguntarte por el crecimiento de Enrique. ¿Qué me podés decir de él?
Enrique es sumamente inteligente y está alerta a lo que debe hacer. Con Bailamos (1999) empezó a tener ese ritmo y los videos con gente guapa. Ahí empezaron a hablar de cifras multimillonarias. Enrique es muy capaz de muchas cosas porque empezó con 18 años y su primer disco tuvo un éxito extraordinario. Posee un mérito increíble. La inteligencia está muy cercana al éxito en la música.
Gustavo Santaolalla dice que detrás de las cifras está el aval popular y que cuando una canción toca la fibra interior de tantas personas hay que disfrutarla más que analizarla. ¿Coincidís?
¡Exactamente! Tú puedes analizar a un chaval joven nuevo. Pero a un hombre que lleva 50 años cantando, con 80 discos y que no se separa de su estilo, supongamos que no te gusta, pero que encima le incorporas gente como Juan Luis [Guerra] o Andrés Calamaro, que es un genio, que puede cantar cualquier cosa y que se atreve a todo; o Diego Torres haciendo Usted, que la lleva en el alma por su madre; o pones a cantar La media vuelta a Eros Ramazzotti, ¡me parece algo de la puta madre! La música siempre ha sido parte de las generaciones y nunca ha fallado. Es una maravilla, cambia los ritmos de la gente y los cambia siempre para bien. La música es imprescindible.
Según las estadísticas, sos uno de los artistas más exitosos de todos los tiempos [superó los 300 millones de álbumes vendidos]. ¿Hay algo que no te reconozcan? ¿Qué te gustaría que te ocurriera?
Acuérdate de que soy vulnerable. A veces simpático, a veces antipático; que soy de todos y de ninguno; que voy de aquí para allá y que ahora voy pegando la vuelta al viento. Ahora no hago nada en contra de lo que físicamente no puedo hacer. Antes hacía los imposibles, ahora nada más que los posibles, porque ya me falta la fuerza que necesitan los imposibles. La obra máxima mía es la de poder bancar a mi familia con la música y que mis hijos tengan la música como prioridad en su alma. Quiero que mi respiración siga siendo larga, que mis pulmones tengan la capacidad suficiente para que el aire salga y que la gente no me olvide nunca.