“Guitarras, lloren, guitarras”. Con su característico canto que transforma la “ll” en una “sh” arrastrada, Maxi Prietto anuncia el leitmotiv del tema compuesto por el mexicano Cuco Sánchez casi en el meridiano del notable “Boleros y canciones”. Este disco, firmado junto con Poli, es acaso la edición argentina que mejor sintonizó con la melancolía gris de este invierno que ya empieza a retirarse, y contiene esa canción/sentencia en la que además participan la voz y el decir de Andrés Calamaro. Mientras los rankings y las preferencias de los oyentes más jóvenes son hegemonizados por los sonidos urbanos, el rock de guitarras parece haber quedado muy atrás. Pero… ¿es tan así?
Por un momento, hagamos a un lado las discusiones sobre si es un género estancado en sus propios vicios, si es o no posible una vuelta de tuerca, si la originalidad está a tiempo de vencer a la repetición, si solo queda seguir raspando la olla hasta el final. Arriba y abajo, hay rock. Del taquillero: Andrés Ciro cerrará el año con su primer River al frente de Los Persas; La Beriso y su continua conquista de estadios llegará a Vélez en noviembre; Don Osvaldo volvió al ruedo con una larga gira por el interior del país a puro sold out; La Renga sigue generando enormes peregrinaciones por todo el país cuando la dejan tocar; Indio Solari agotó en pocos días la primera tirada de su nuevo álbum, El ruiseñor, el amor y la muerte; Divididos celebrará este mes sus 30 años de carrera con un show en el Hipódromo de Palermo y presentando la regrabación de su primer disco, 40 dibujos ahí en el piso, ahora titulado Haciendo cosas raras…
Más abajo, la tan mentada renovación de figuras (ya no de ídolos) con sus diferentes maneras de nutrir de distorsión al underground nuestro de cada día: la tracción sónica de Riel; el estridente y flamante álbum de Los Rusos Hijos de Puta editado por Sony; el estilo tan fino como directo y pesado que porta Baltasar Comotto; y los trabajos disímiles y excitantes que presentan Huevo, Tamesis, Las Bodas Químicas, Las Diferencias y Las Ligas Menores.
En el medio, oteando el panorama y reunidos para la ocasión, están Juanse y Fabricio Oberto, embajadores de Ford Mustang. Afuera llueve bastante, pero del lado de adentro del taller Herencia Custom Argentina, en San Isidro, las máquinas brillan. Una decena de modelos Mustang de todas las épocas rodean a ambos, aportando el paisaje motorizado ideal para este encuentro. Dispara Juanse: “El rocanrol sigue siendo una muy buena noticia, aunque, obviamente, esté sufriendo apagones. Pero como decía Chuck Berry: ‘Baby, cada diez años volvemos’. No sé cuántos vamos a vivir, pero nosotros vamos a estar. Lo otro se cae solo. La guitarra no va a dejar de existir”.
¿Por qué las guitarras nos siguen emocionando?
Juanse: Porque nos conectan de nuevo con ese árbol que fueron en algún momento, con esa resonancia que sentimos de chicos, con esa falta de interés por lo exclusivamente material, con la armonización, porque la armonización nunca estuvo mejor aplicada al hecho de la resonancia de un instrumento afinado. A algunos les gusta, a otros no, pero lo que es incuestionable es la actitud.
¿Qué les pasa con la música que más suena hoy?
– Fabricio Oberto: De la música urbana me copa la combinación que hay entre músicos, las colaboraciones para un lado y para el otro, sin prejuicios. Pero la viola siempre va a estar.
– J: Nunca cambió el aspecto y la profundidad de lo que el mundo busca. Pero se fueron gestando determinados acontecimientos que hicieron que la juventud entrara en una frecuencia de ansiedad de insatisfacción. Y eso distorsionó todo, transformó los ritmos, saturó los sonidos. Hay un achicamiento y una obvia simplificación de los contenidos: prendés la radio y escuchás el mismo ritmo, la misma voz, que hablan de lo mismo… todo igual. Los que tienen menos de 20 años, los reconocen entre sí. Para mí es como ver un balde lleno de cápsulas: no sé cuál es el Aseptobron o el éxtasis [risas]. Yo voy con el auto y de golpe escucho un bajo que casi me rompe la ventanilla: “Buuuuuum, buuuuum”. Y es un tipo que va al lado, que no se entiende lo que hay adentro. Pero cuando estoy por decir algo, freno y pienso: “Vos en una época ibas con un auto con el techo agujereado y los Stones al palo”… Entonces imagino el horror que produciría en la gente que pasaba por ahí.
JUANSE
Después de haber rearmado la formación original de Ratones Paranoicos para un puñado de shows multitudinarios + un CD/DVD del vivo en el Hipódromo de Palermo, Juanse Gutiérrez vuelve a su forma solista. Junto a la banda que lo acompaña en sus presentaciones (Gori y Hernie Salas en guitarras, Pablo Poncharelo en el bajo y Juan Colonna en batería) y con Max Scenna como coproductor, trabajó durante dos años sobre unas 30 canciones hasta llegar a las 12 de Stéreoma, título del álbum editado a mediados de agosto, que será presentado el 15 de septiembre en Museum.
“Es una palabra griega del Antiguo Testamento que significa ‘firmamento’”, explica. “Un firmamento está compuesto por un montón de elementos. Es muy variado el estilo del disco, y no es exactamente lo que llamamos long play: es toda una selección de hits, voy al single directamente”, se planta. El primero fue el sugestivo “Estoy de vuelta”, que superó rápidamente los tres millones de vistas en YouTube, llevándolo a reflexionar al vuelo sobre esta era compulsiva del single: “Mi juzgado es muy pequeño y está muy corrompido [risas], pero creo que no hay mucho amor por el trabajo, hay una ansiedad muy grande por el éxito inmediato. Para mí, el éxito es trabajar para no defraudar a las 7, 8, 40 o 100.000 personas que esperan algo de uno. En este disco no están a prueba ni la vigencia ni la espectacularidad de algún premio: es la exhibición de lo que sé hacer”.
O sea, como volviste a cantar hace poco, ya no podés dejar de tocar rocanrol.
– Yo creo que lo más simple es lo más complejo de mantener en el recorrido del fervor. Lo más básico, para mí, es subir al escenario y tocar el “Rock del pedazo” o “Rock del gato”, y nunca va a dejar de gustarme hacerlo. Eso sí, en mi casa ya no escucho más ni rock ni blues, salvo para elegir temas para mi programa de radio (La Nave del Rock, jueves de 20 a 22 en Nacional Rock). Me inclino hacia los cantos gregorianos y esas cosas que a mí me generan paz y armonía.
Más allá de la omnipresencia de su experimentada guitarra, en Stéreoma se destaca un minucioso y ecléctico trabajo de filtros sobre las voces de Juanse, ampliando aún más su paleta como cantante: en “Ana y el sol” lo hace como si David Bowie protagonizara un spaghetti western y, aunque Charly haya sugerido prohibirlo, en “Perdoname” se vuelca hacia el Auto-Tune: “Dije: ‘¿Por qué lo usan solamente cuando cantan desafinado? Usémoslo como un efecto para hacer una balada’. Aunque el tema no pida Auto-Tune, me encantó cómo quedó. Yo creo que se usó tanto que ya es como un aparato viejo. Es un elemento que en algún futuro habría que usarlo en las bocinas de los autos, va a ser mucho más útil ahí [se ríe]”.
Otro destacado del álbum es “Mismo camino”, un rock-pop dinámico y circular, fuerte al medio, Juanse marca registrada, que se volvió “circunstancialmente coyuntural” por ser la última grabación de Pity Álvarez antes de quedar detenido por el homicidio de Cristian Díaz: “Cuando nos presentamos fuimos millonarios sin un denario. Y al instante entendimos que más que buenos amigos, somos hermanos”, recita Pity en un hilo de voz algo curado después de todo. Desemboca en un estribillo a dúo (“Yo te miro y te sigo, porque vos sos el camino. Y ahí nos encontramos todos, una vez más”) y se diluye en un “una vez más, una vez más” que repite Pity como yéndose, con la misma resignación que ya había declarado con Viejas Locas en “Especial”, pero sin la misma energía.
¿Cómo fue la grabación con Pity?
– Muy buena. Llegó muy tranquilo, trabajó, colaboró, les dio bola a todos, charló… El padre César (también invitado en voz y autoría del tema que cierra el disco, el pícaro “Pastillas”) es una pieza fundamental en nuestra conexión permanente. Él estuvo cerca de Pity en los últimos años, tratando de que esto desembocara en otra cosa y no en este acontecimiento trágico que, a la vez, creo que de alguna manera era evitable en la medida en que hubiera habido una contención real. Nosotros nos tenemos que dejar contener, también. Cuando estás muy metido en el “yo, yo, yo”, tu entorno afectivo entra en tu frecuencia, imponés una realidad que no es tal y todos terminan convencidos de que es así. Y lamentablemente, de tanto acompañar, podés llegar a ser testigo de lo que pensabas que podía llegar a ocurrir. En este caso, no estamos hablando de una patología criminal, es algo que se puede resolver. Con la ayuda de Dios y con la voluntad de él, todo puede solucionarse… menos, lamentablemente, la recuperación de una vida.
FABRICIO OBERTO
Jugar para tocar
Al tiempo en que se imprimen estas líneas, se están cumpliendo 14 años de la histórica medalla dorada conseguida por el básquetbol argentino en los Juegos Olímpicos de Atenas. De aquel recordado equipo, nutrido por el talento de los jugadores de la llamada “Generación Dorada”, formó parte Fabricio Oberto, quien hoy ya no luce la musculosa con el siete en la espalda, pero sí un look marcadamente grunge: jeans, camisa leñadora, remera de The Who y una gorrita cazadora tan propia de Kurt Cobain como de Ignatius Reilly o el Chavo del Ocho. “Sí, soy muy grunge: el primer riff que saqué con la viola fue el de ‘Smells Like Teen Spirit’”, justifica y tira más credenciales de fan: “Tengo una guitarra de Nirvana, firmada y certificada por todos. Siempre quise una de las rotas por Cobain: sé que alguien tiene la del 92 cuando tocaron acá, en Buenos Aires, pero nunca pude saber quién como para comprársela [risas]. Y en 2009, antes de operarme del corazón, Jeff Ament [Pearl Jam] me regaló su bajo”.
Hiciste una buena amistad con los PJ.
– Sí, el deporte me ha dado la posibilidad de conocer a mis ídolos. Con Jeff nos une una gran pasión por el básquet, y una vez me invitó a una gira de PJ por Australia. En todo momento me hicieron sentir parte de la banda, compartiendo cenas, conversaciones, momentos: tenían un aro de básquet en el camarín y nos poníamos a jugar antes de que salieran a tocar. Creció mi admiración por ellos al saberlos humanos, viendo de cerca la gran capacidad que tienen para poder conectar con multitudes.
Tras el retiro de las canchas, Oberto entró de lleno en el rock. “Empecé a tocar recién a los 29 años. Con la viola aprendí a expresar toda la energía que me generaba la música. Y después me pasé al canto, tratando de domar esta voz que tengo”, dice y se ríe con ese tono ronco, cavernoso que primero oímos en la FM Vorterix en Córdoba y, luego, en Uneven, su primer grupo. Pero desde hace dos años encabeza New Indians, un grupo de rock “que está en la búsqueda profunda de las raíces, de ahí viene su nombre”, explica Fabricio. En las plataformas digitales puede encontrarse su EP homónimo y bilingüe (inglés/español), del que se destaca “Indio”, un track veloz que cuenta con la colaboración de Raly Barrionuevo: “Es nuestra última adquisición y viene de otro palo, pero con un rock muy arriba”.
¿Sentís la misma adrenalina en el escenario que cuando jugabas?
– Sí, y lo que tienen de parecido ambas experiencias es que lo más duro es la previa, el momento antes de salir. Pero es muy diferente el básquet al rocanrol en cuanto a cómo se manejan los sentimientos: si vos me chocás o tengo una lesión, yo no te voy a demostrar mi dolor o mi debilidad. Pero escribir canciones y hablar de historias es conectar y hacer catarsis.
¿De qué manera “entrenás” tu música?
– Me la paso escribiendo letras para encontrar mi voz, tocando la guitarra, prestando atención a bandas actuales como Royal Blood o Nothing But Thieves. Y todo el tiempo quiero aprender más: cuando me cruzo con músicos les pregunto cuál es su acorde favorito, y según lo que me dicen, empiezo a probar desde ahí.
¿Y cuál es el tuyo?
– Creo que el fa menor. Arranco por ahí cada vez que quiero hacer una nueva canción.
Andarán bien: Juanse y Oberto diseccionan al Mustang
Desde su creación a mediados de los 60, el Ford Mustang supo conjugarse con el espíritu desenfadado y rebelde del rock. Y no fueron pocos los rockeros que lo notaron: desde Jim Morrison conduciendo su “Blue Lady” a través del desierto para ponerle imagen a “L.A. Woman” hasta Slash arrojando al vacío un GT 500 blanco con franjas doradas en el clímax del videoclip de “Don’t Cry”. También hay gran cantidad de canciones explícitamente dedicadas, entre las que podemos contar el rockito iniciático “My Mustang Ford”, de Chuck Berry; la protoglam “Mustang Ford” firmada por T-Rex; la chanson dramática “Ford Mustang” de Serge Gainsbourg; o un ejemplo bien reciente y local: la paranoica “Mustang Roll” incluida en Stéreoma, flamante disco de Juanse. “Porque brilla en la oscuridad, brilla en la oscuridad, te puede envolver”, describe misterioso sobre la máquina, en el estribillo. Y define: “Ser embajador de Mustang es una situación muy especial, desde chico que tengo esa expectativa. Uno de los primeros regalos que recibí de niño fue un casco blanco que tenía un logo de Ford. Mi viejo se compró un Fiat 600, después lo cambió por un Gordini y luego por un Citroën. Y yo, por el casco, siempre estuve convencido de que tenía un Ford. Uno siempre imagina formar parte de algo que lleva en el subconsciente, como instalado”.
Oberto: Cuando decís “Mustang”, te responden “ahhh”: quieren escuchar ese sonido, la música que tiene y sentir la adrenalina que te genera manejarlo.
Juanse: A mí la gente me saluda por la calle desde hace muchos años, pero cuando salgo con el caño, mucho más. Tengo otros autos y voy siempre a la misma estación de servicio, pero cuando caigo con el Mustang, me tengo que quedar como media hora más [risas].
O: Cuando pisás el acelerador, sentís su poder, la fuerza, y cuando parás en un semáforo la gente está esperando que lo pises todavía más y que suene.
J: Claro, aparte viste que tiene los tres niveles de ruido: de calle, de autovía y el de carrera.
O: ¡Siempre en el de carrera!
J: ¡El de carrera es tremendo! La gente se vuelve loca antes de verlo, porque ya lo está escuchando: el otro día se subió un tipo al nivel mío del garaje porque se dio cuenta de que había algo raro arriba, que todo temblaba.
O: Si le buscamos adjetivos, el que le pongamos le queda bien. Es un auto sexy, con energía: si lo ves pasar, si vas de copiloto, si lo manejás ni te cuento. Y creo que si un Mustang pasa por al lado de un hincha de la otra marca, igual se vuelve loco y se da vuelta para admirarlo.
J: Para mí, es el auto más lujoso que hay, pero es austero, es reo, es de calle: lo podría tener un capo mafia, el presidente de un club… o nosotros.
O: ¿Cuál viola le calza mejor al asiento de atrás?
J: Una Fender Telecaster Custom, sin dudas. Para hoy me traje una de Nashville, que ya vas a ver lo que es…