La ironía amorosa y ligera de Jorge Drexler cala profundo. Hay en la tapa de La sociedad del espectáculo, texto de repaso fundamental para estos tiempos, escrito por Guy Debord, una fotografía alusiva: se ve gente en el cine con los primeros anteojos 3D. Esos que te permiten ver en otra dimensión, una creada por alguien, para algo. Lo curioso es que en la imagen hay una persona que decide no ponérselos, está en la primera fla. Vayan a ver esa tapa porque es lo que justamente el cancionista uruguayo (radicado en Madrid) hace con su obra. Viene haciéndolo hace rato y no piensa parar.
“Me gusta que la gente piense que va a escuchar una cosa, una crítica más a la alienación de las telecomunicaciones y, sin embargo, hacer un elogio de las telecomunicaciones. Buscando su lado más humano y más emocional”, explica Drexler sobre Telefonía, primer simple de Salvavidas de hielo, su nuevo disco. Ahí está la elección de un artista que supo tejer su propia red de cables a partir de canciones inteligentes, entradoras, en esencia amorosas y, siempre, en plena experimentación. Jorge Drexler es un cantor nacido el día de la primavera, formado en la ciencia humana (es médico), ganador de un Óscar y vinculado fuertemente a Buenos Aires. Un bohemio prolijo, un beatnik de inicios candomberos pero forjado en la España contemporánea, un juglar en zapatillas, un intelectual experimentando con Facebook Live. De ahí podría salir una canción. Mejor dicho, de ahí salen sus nuevas canciones.
Despliega Drexler tres temas de arranque para poder desarrollarlos, “tenemos tiempo”, dice, y los refexiona en vivo. A Jorge le interesa el concepto de la intuición. “Yo me muevo por ahí”, asegura, e inevitablemente sale el tema de las telecomunicaciones. Al galope, explica la razón de esa nueva fjación: “Es jugar con lo inesperado, la gente tiene asociado a mi perfl una persona analógica, más campestre, bucólica, y yo tengo la idea, en general, de que el ser humano es uno, a través de todos los tiempos. Cambian el nombre, el atuendo, los amantes, pero la canción sigue siendo la misma. Seguimos buscando las mismas cosas. Es un mensaje de empatía transtemporal de alguna manera, decir que me siento parte de la misma especie de la persona que escribió el cantar de los cantares. Intento no tener esa cosa narcisista que tienen estos tiempos de ‘nosotros inventamos esto’, como pasa en Silicon Valley, que piensan que inventaron al ser humano. Y en realidad el ser humano es una especie gregaria, donde el acto es estar comunicados unos con otros, en ese momento. O a través de los tiempos, ya sea con una leyenda o con un cuento. Es algo que siempre nos ha interesado, pensar que somos parte de otro círculo más grande”.
“Las redes sociales son un refejo de lo mejor y de lo peor que tenemos como especie –asegura Drexler–. Lo que no podemos decir es que sean herramientas frías, que el teléfono es una cosa fría, una máquina fría y nosotros somos entidades biológicas. El teléfono debe ser uno de los objetos más calientes que tenemos en nuestras vidas. Está cargado de nuestros afectos, de sueños, de secretos, de amores, de nuestra pérdida de tiempo, de nuestros vicios. El teléfono es resumen de vida. Ya hice canciones sobre esto”, y cita la letra de Guitarra y vos (de Eco), a la que podría sumarse, por ejemplo, Disneylandia (de 12 segundos de oscuridad). Allí dice: “Multinacionales japonesas instalan / empresas en Hong Kong / y producen con materia prima brasilera / para competir…”. Ese es el ritmo de sus ideas. Un pensador con guitarra en tiempo real, un tiempo de Fórmula 1. De fórmulas. Drexler quiere decir algo más antes de meterse en otro tema: “Con un iPod podés hacer una obra de arte trascendente o podés manejar un misil tierra a tierra y matar a una aldea entera de personas”.
Hay mucho en el título de este nuevo disco. “Me gusta como imagen poética. La gente se sorprende con, por ejemplo, la palabra ‘hielo’, que denota algo frío. Es lógico, pero me gusta el concepto de ‘salvavidas de hielo’ como La balsa de piedra de Saramago [José, nobel de literatura]. Esos nombres donde hay una paradoja. Me gusta mucho el efecto paradojal. Buscando su lado más humano y más emocional. Me gusta que haya una canción que se llame Silencio y que en realidad el silencio esté mostrado por contraste. O sea que lo que vos ves o escuchás es una dosis alta de ruido”.
Silencio es el segundo single que Drexler decidió liberar a las redes a mediados de agosto. Ya todos lo pudieron escuchar. Ahí aparece una de las intenciones que hay en el trabajo con las guitarras: hacerlas sonar de maneras no convencionales. En esta ocasión, altamente percusivas. “Un disco grabado solo con la sonoridad de las guitarras y la voz”, aseguró el autor, y no mentía; pero indica, guía. Es una nueva experiencia. Como esta, la de Silencio, que dice “No encuentro nada más valioso que darte, / nada más elegante / que este instante… / de silencio”.
Parece que Drexler sigue hablando del título de su nuevo disco, pero no hay que confundirse. Drexler, generalmente, habla de su obra, una síntesis narrativa de su pensamiento expresado en una charla. Y en centenares de canciones. “Y este nombre es algo que genera una paradoja de por sí. Primero: agua fotando sobre agua. Y es una salvación efímera, lo cual es prácticamente un oxímoron, porque la gente espera la salvación como algo eterno. Siempre la salvación está asociada con algún tipo de eternidad. El paraíso. Y en la vida, en realidad, vamos de salvavidas de hielo en salvavidas de hielo, de pequeñas alegrías efímeras. Eso me parece maravilloso, saber lo que hay, saberse tomar las alegrías, aunque sean efímeras. No hay recetas para la redención absoluta. Podemos aspirar a pequeñas redenciones efímeras”.
Todo un camino con la guitarra. No en vano Drexler dice que siempre habla de las mismas cosas. Ya de pequeño estudió guitarra clásica en la escuela de Abel Carlevaro (heredero de la tradición española de Segovia). Luego, en sus años de formación cancionística, con la bohemia uruguaya a cuestas, sus primeras composiciones fueron a través de este instrumento predilecto. De aquella formación clásica de mucho estudio (fue a esa escuela casi diez años), conformó lo que para él sería un cuarteto de referencia inapelable: Eduardo Mateo, Atahualpa Yupanqui, Fernando Cabrera y Joao Gilberto. Es decir, un seleccionado de música de tradición popular con foco en el instrumento. Y luego llega esta nueva etapa: la guitarra en todas sus posibilidades, su arte trascendiendo las facilidades. Todo un camino con la guitarra. Ahí sus composiciones.
“No podría decirlo mejor, pero me gustaría sumar lo del grupo canadiense [se refiere a Arcade Fire] y su nuevo concepto: everything now. Qué maravilloso, y lo engancho con la refexión sobre el instrumento. Las guitarras como herramientas del disco también son una afrmación de que con poco se puede. Hacer un disco solo con guitarras en un mundo en el que el signo es la abundancia, es el everything now, en un mundo en el que ‘lo quiero todo’ manda, la restricción de los elementos, la austeridad voluntaria es un acto de valentía”.
En referencia a esa simpleza en el modo de grabación y en la síntesis de los elementos a la hora de pensar su nuevo disco, el cantor habla de la libertad: “Es fractal. La libertad no depende de la cantidad de elementos que tenés para elegir. De hecho, este disco es un ejercicio para demostrar que la libertad artísticamente ni se pierde ni se recupera, es una opción. La libertad es infnitamente densa. No importa que tengas una baldosa, en esa baldosa podés entrar hasta niveles microscópicos si querés verla. Eduardo Mateo pudo hacer con un bongó y una guitarra un disco como Mateo solo bien se lame [Ion, 1972]”.
El disco cuenta con tres invitadas fundamentales de la canción latinoamericana. En Asilo, Mon Laferte lleva a Drexler al límite. Las voces van hasta el borde en un tema con aires de vals y bolero. Una guitarra eléctrica sexual potencia la presencia de la chilena. Natalia Lafourcade entra en el tema que le da nombre al disco. Es una especie de serenata que por momentos se vuelve oscura cuando aparece un tono menor en el instrumento y el concepto de “mantenerse a fote”. La canción que comparte con Julieta Venegas se llama Abracadabras y es un candombe lumínico, aunque de fondo suene una guitarra eléctrica nocturna. Se preguntan por las canciones, como si fueran dos compositores.
¿Cómo fue tu experiencia con las tres invitadas del disco?
– Con Julieta nos conocemos desde hace muchos años, somos muy amigos. Y fue todo muy de casualidad. Las colaboraciones para mí siempre tienen un fundamento personal y anecdótico, circunstancial. Llegué a México DF un sábado sin estar completamente seguro de quiénes iban a grabar. Las tres estaban como en plena actividad. Natalia sacando disco, Mon en plena gira y Julieta empezando con la grabación de lo nuevo. Cuando llegué al DF estaban las tres en el extranjero. Circunstancialmente empezaron a caer y tuvimos la suerte de coincidir, por lo menos, dos o tres horas con cada una en el estudio. Y que se vinieran hasta ahí, porque quedaba lejos. Son tres artistas de altísimo nivel, por supuesto. Y las tres sesiones fueron muy intensas. Con Mon Laferte entro en territorios en los que no me había movido, por ejemplo. Natalia tiene una sofsticación melódica impresionante. Las sesiones de Mon y Natalia están grabadas en vivo. Dos micrófonos y una guitarra, nada más. Y Julieta tiene un sello y una manera de cantar completamente inconfundible. Ella abre la boca y ahí está.
En cuanto a la composición, hay una sola canción en la que compartís autoría, ¿cuál es tu referencia del músico David Aguilar?
– David Aguilar es uno de mis compositores favoritos de México, en la Argentina no es conocido y en México es de culto, pero me parece uno de los compositores en español más interesantes que hay. Una mezcla de Caetano Veloso con Agustín Lara. Es el único mexicano que conozco que asimiló a Chico Buarque.
El amor que existe por tu obra en Buenos Aires parece no tener límites, ¿cuáles son tus sensaciones frente a este tema?
– Es como una relación interpersonal. Como una persona con la que te relacionás, inclusive antes de hacer canciones. Buenos Aires, antes de eso, ya tenía un signifcado. Cuando era chico íbamos al teatro, al cine, a pasear por Corrientes, a caminar por Florida… Buenos Aires era un símbolo de sofsticación, de ciudad cosmopolita. De gente culta, caótica [se ríe], estridente, loca, noctámbula, pero al mismo tiempo siempre fue un símbolo de inteligencia. Y luego descubrí otra cosa más. Porque una cosa es mirarla desde afuera, con la ñata contra el vidrio y admirarla, pero cuando una ciudad que uno admira y quiere a la distancia le devuelve ese amor, es lo más parecido al amor correspondido entre dos personas. Y ese amor correspondido evoluciona a lo largo de los años, se va transformando. Tiene momentos de enorme pasión, de amistad, de distancia, de acercamiento, y encima ya contás con una historia en común.
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Una de las canciones de Salvavidas de hielo se llama Pongamos que hablo de Martínez. Es un homenaje al hombre que le dijo que fuera a vivir a Madrid, no hay que buscar mucho para enterarse del apellido de ese famoso artista español. Como la canción, aquí tampoco se nombrará su apellido real, pero es como la primera vez que Drexler cuenta, a través de una composición, una historia trascendental de su vida. Funciona como homenaje, y aunque todavía el artista esté entre nosotros, trae el recuerdo que Calamaro hizo con su canción Miguel.
“Cuando me voy de Montevideo a España en el 95, todavía no era muy conocido en Uruguay. Los primeros diez años que estuve en España me empezó a ir un poco bien, pero no mucho. Era un artista de pequeños circuitos de bares. Diez años. Hasta Ecos no había teatros en España. Mientras en Madrid mi carrera estaba en un sitio maravilloso pero muy modesto, en Buenos Aires empezó a crecer la opinión de mis canciones en la gente. Buenos Aires me hizo entender que yo tenía algo más para decir. Fue una gran sorpresa, un gran empujón. Estaré en deuda para siempre porque cambió la propia percepción que yo mismo tenía de las distancias y de las canciones. Me hizo entender algo que después me fue pasando en otros lados”, explica el compositor tejiendo la canción y su historia.
La profundidad de Jorge Drexler a veces late en sus refexiones. Pero hay ocasiones en las que dentro del contexto de su canción algo pasa, trasciende la metáfora, o la anticipa. Como en la décima, esa forma que viene con su música incorporada, que la lleva consigo. Hay dentro de Salvavidas de hielo varias capas para desarrollar, pero, en principio, hay que quedarse con el tema Despedir uno de los glaciares, una canción nueva que entra casi al fnal del disco. Y es eso, prepararse para entender el ciclo del agua y despedir uno de los sostenes de nuestros recursos fundamentales. El de la canción o el del mundo natural que sostiene al ser humano. En el mundo de Drexler, a fn de cuentas, es casi lo mismo.