Para describir exactamente lo que pasó anoche, John apela a la pulcra y reconfortante jerga de psicoanalista. Pero una palabra sigue brotando de su temor varonil: “problema”. Mayer la repite siete veces en 15 minutos, siempre en cursiva, como si al combar la palabra la acercara a la luz, le robara su temible y arcaico poder. “No estoy en problemas”, dice. Y: “Lo más importante es que no estoy en problemas, ¿entendés lo que quiero decir?”. Y: “Fue importante para mí no darle importancia a lo que dijo TMZ: ‘Uh, estás en problemas’”.
Pasaron unos años desde que Mayer, de 41 años, tuvo algún levante que amerite algún comentario extravagante. Y mientras su cita de un par de semanas atrás sobre el número de mujeres con las que se acostó (“casi 500”) desembocó en varios titulares, el que disparó TMZ a inicios de octubre es único en el submundo Mayer: “NECESITAMOS UN NUEVO ‘CONTRATO MASCULINO’… A la mierda con este alfa masculino”.
Anoche, al día siguiente de que Brett Kavanaugh jurara ante la Corte Suprema de los Estados Unidos, Mayer tocó un concierto a beneficio para enfermos de cáncer en Baltimore, y entre temas decidió hablar en nombre de su género. Sus conceptos iniciales, capturados en video, fueron algo confusos: “Lo que es una mierda es esta idea de que si sos hombre tenés que tener una erección con cualquier mujer que ves, y la verdad es que no podemos –hace una pausa larga–. Ese es el trauma”. Tras algunos silbidos, él continuó, aparentemente en un intento de clarificar su idea: “¡No quiero que sea el contrato masculino! Estoy diciendo, ese es el contrato, y tenemos que romperlo”. Eventualmente, después de que una mujer del público hiciera la pregunta sensible –“¿Cuál es exactamente el contrato masculino?”–, Mayer tuvo una ambigua, si bien obvia, salida: “Uno no tiene la habilidad universal de poseer a cualquier mujer que ve”.
Esta tarde lluviosa, relajado en un sillón de su suite en el piso 36 del Hotel Four Seasons en Manhattan, Mayer no luce como alguien que sufre una resaca emocional. Pero viste lo que parece el piyama más caro del mundo: una remera marrón suave, jogging gris tipo pantalones y zapatillas color crema que parecen una imitación de las Chuck Taylor, pero que cuestan más de 500 dólares y fueron hechas por la firma japonesa Visvim, la favorita de Mayer.
Y mientras trasluce una especie de cultivada serenidad, rumiando largas y profundas meditaciones sobre los temas que le importan –madurez, celebridad y el viralizado video del chico que canta a la tirolesa en Walmart (“Pienso en él un montón”, dice)–, la ansiedad se filtra en los pliegues de su discurso. John no está seguro de que el concierto benéfico haya sido el lugar indicado para dar su mensaje. Le preocupa haber introducido un elemento inestable en el espacio íntimo entre el cantautor y su audiencia, violando la sagrada regla de la performance en vivo. Pero en realidad lo que le preocupa es que cuando cree hacer las cosas correctas se está volviendo a meter en líos.
Hace ocho años, Mayer metió candorosamente la pata. Ya siendo una persona de interés por haber salido con chicas como Katy Perry y Taylor Swift, hizo una famosa declaración a Playboy al decir que tenía “la pija de David Duke”. Y también –aunque trascendió menos– le dijo a Rolling Stone que perseguía “el Joshua Tree de las vaginas”, una “en donde pudieras acampar y quedarte por una semana”.
“Algunas personas dirán ‘Este tipo es un boludo’ –reconoce Mayer–. Y yo les respondo ‘Bueno, algunos de los datos que manejan son realmente viejosʼ. Quiero decir, te aseguro que no he sido un boludo por varios años. Es una posición verdaderamente antigua”. La desintoxicación del “boludo” arrancó en 2012, cuando Mayer compró una vivienda en Montana y empezó a bajarse lentamente de su ego. Desde entonces ha editado dos álbumes, Paradise Valley y The Search for Everything, ambos con un debut en el segundo puesto del Billboard 200. También tocó ante más de 760.000 personas en su tour de 2017 por América y Europa, según Billboard Boxscore, lo cual es un ejemplo del progreso de su música en vivo, y le valió el premio Legend of Live Award en el Billboard Live Music Summit & Awards de 2018.
Curiosamente, Mayer concentró su energía creativa tocando con otros artistas. Se unió a Bob Weir, Mickey Hart, Bill Kreutzmann, Oteil Burbridge y Jeff Chimenti en el grupo Dead & Company, que tocó ante 500.000 personas este año en el tercer y más largo tour veraniego. También acompañó con su guitarra a Dave Chappelle durante sus shows de stand-up, y grabó y tocó con músicos como Frank Ocean, Ed Sheeran, Shawn Mendes y Travis Scott –a quien se unió en Saturday Night Live dos días antes de nuestro encuentro en el Four Seasons, tocando la guitarra cara a cara con Kevin Parker de Tame Impala–.
“Me encanta participar de otros proyectos –explica Mayer–. No estoy haciendo esto para chuparle la sangre a nadie. La experiencia más dinámica y creativa es la de la gente que hace su primer, segundo y tercer disco. Ahí está la lava ardiente y adoro estar allí”. (Scott le devuelve la buena onda: trabajar con Mayer “es loco, un verdadero viaje”, escribe por e-mail. “Él aporta una energía natural y psicodélica”, agrega).
Mientras permitió que su lava se enfriara, lejos de las revistas cazaparejas y separándose de Perry, su última novia famosa, Mayer empezó a sudar su fama, mayormente a través de historias de Instagram. Dejó pasar una oferta para ser mentor de The Voice –el plan dorado de vigencia para una celebridad– porque llegó al mismo tiempo que la oportunidad de unirse a Dead & Company, y además de preguntarse si ambas cosas podían “convivir simultáneamente en la biografía de mi carrera”, le preocupaba que agarrar viaje con las dos fuera “pedirle demasiado al universo”.
Ahora Mayer tiene un rudimentario pero entretenido live show en Instagram los domingos, Current Mood, con invitados como Charlie Puth y Cazzie David, la hija de Larry. De ahí David extrajo el comentario “casi 500” en un cuestionario sexual a Mayer –otra cosa que apenas trascendió fue el segundo aniversario desde que había abandonado el alcohol–. Pero Mayer no está satisfecho con haber cosechado algunas fortunas a mitad de carrera. De hecho, tiene una nueva ambición: restaurar el rol del cantautor como un predicador de verdades, un líder de pensamiento y guía moral. “Créeme cuando te digo –me cuenta– que va a haber un cambio masivo hacia contar la verdad de vuelta”. Saliendo de la boca de Mayer, suena un poco como un problema.
El año pasado, para su cumpleaños número 40, Mayer y unos amigos hicieron volar un Winnebago. El hecho ocurrió en Montana, un poco antes de su verdadero cumpleaños. Chad Franscoviak, el ingeniero de sonido de Mayer, organizó el asunto: una excursión y cena sorpresa en la que Mayer y otros “buenos muchachos” subieron a un vehículo cargado con pistolas de pintura y persiguieron a unos “malos muchachos” hasta su escondite –el Winnebago vintage, escondido en una cantera–. Mayer y Franscoviak lo cargaron de explosivos, Mayer le disparó con un rifle calibre 50 y… ¡bum! Después tiraron los dos autos por un despeñadero.
Tirar los autos le dio a Mayer el mismo sentimiento que tenía cuando tocaba de chico en un grupo, tras expulsar a un muchacho con el que no querían andar. El hecho no fue, en otras palabras, una forma madura de enfrentar la adultez. Mayer solo hizo las paces con su cuarta década tras unos meses de escándalos, pero lo sorprendente es que dejó absolutamente de hacer escándalos. “Probablemente hubo un período de mi vida en el que era inconsciente de que había cosas que no podía tener. Y eso me convirtió en un monstruo –dice Mayer, reflejando, conscientemente o no, sus comentarios sobre el contrato masculino–. Y hay algo liberador en que no puedas hacer todo. Y esa es la edad justa de tu vida donde podés decir ‘Sí, no podés’”.
¿Y por qué el joven Mayer no podía darse cuenta de que había cosas que no podía hacer? Era un muchacho que obsesivamente practicaba con su guitarra en su hogar de Fairfield, desafió la educación de sus padres al asistir al Berklee College of Music en Boston y, tres años más tarde, luego de abandonar sus estudios, firmaba para Columbia y oficialmente lanzaba Room for Squares, su álbum debut, que eventualmente llegaría al quíntuple platino.
Es fácil olvidar, en la era de Drake y Cardi B, que en la década pasada “Mayer” fue sinónimo de “mainstream”. Es una figura clave del tardío rock de estadios, con el récord de siete N° 1 en el chart Top Rock Albums y 25 entradas al chart Hot Rock Songs, el máximo para un artista solista. También es el rey de los charts Top 40 Adulto, Adulto Contemporáneo y Top 40 Mainstream.
Mayer llegó allí no por demostrar sus habilidades con la guitarra y el blues, sino por escribir letras memorables que suenan específicas y universales, por escribir emotivas melodías que llegan a todo el mundo y por cantarlas con un ronquido de recién despierto que hasta Drake debe envidiar. Piensen en “Daughters”, su hit que alcanzó el N° 19 del Hot 100 en 2005. Es un track acústico intimista, donde un hombre, esencialmente, hecha culpas a su padre ausente –y es un tema hermoso, casi épico–.
“Me encantaría hacer música para el club”, afirma Mayer del mismo modo en que dice muchas cosas: con paciencia, con un dejo de diversión hacia su propia complejidad. “Los domingos hago música en el club después del omelette, y tengo que estar tranquilo con eso. Y estoy tranquilo con eso”. Agrega: “Lo mismo que alguna vez encontré decepcionante acerca de no ser culturalmente hot es lo que me dio tracción para seguir empujando. Podés no ser EL tipo, pero EL tipo es el que tiene la mayor chance de ser derribado”. Esta primavera, Mayer casi consigue ser EL tipo: relegado de expectativas y armado con una nueva afluencia en la cultura de los memes, lanzó “New Light”, un suave, delicioso y casi bizarro tema que alcanzó el top 10 en los charts Hot Rock Songs y Adult Top 40, en parte gracias a un genial video musical muy similar a “Bound 2” (Kanye West) que tiene más de 21 millones de visitas en YouTube.
Pero mientras Mayer agradece que la canción haya trascendido, es consciente de que no va a ser invitado para aparecer en el escenario de los Grammy. Y como dejó de lado su “relevancia de chico hot blanco”, Mayer no necesariamente espera que su inminente nuevo single “I Guess I Just Feel Like” sea un hit. En vez de eso, es un primer paso para ser un cantautor de, digamos, semirrelevancia.
Hay, según Mayer, dos buenas razones por las que volveremos a necesitar a un buen cantautor. Una parece lógica: las redes sociales y la polarización política están generando bastante dolor y tristeza. “El documental de Mister Rogers fue un hito para la gente este año”, dice Mayer refiriéndose a Won’t You Be My Neighbor? “Fue una bola de demolición para la gente, que decía ‘¡Ese era yo! Tenía esperanza en el pecho. Había confianza de que el mundo iba a estar OK’. Y ahí es donde está la posta ahora: en decirles a las personas que todo va a estar bien”.
La segunda razón es donde flirtea con los problemas: es que la música se volvió “sonoramente superficial”, demasiado focalizada en hacer que la gente diga “¡Guau!”. Mayer, que trabajó junto a numerosos raperos a lo largo de los años (le pidió al superproductor de hip hop No I.D. que supervisara “New Light”) y lidia con su obsesión sobre técnicas de producción y plugins, está obsesionado con derribar al trap, del mismo modo que “cantautores californianos” como Joni Mitchell y Crosby, Stills & Nash desplazaron al rock psicodélico. “Estoy siendo muy presuntuoso al respecto, pero creo que es un buen caso la alegoría entre el trap y la psicodelia. Eso es lo que hacemos: damos vueltas y vueltas evitando la realidad y exponiéndola”.
“Estaba en el estudio junto a un gran artista, un artista enorme que zapó con Michael Bolton –continúa Mayer–. No estoy siendo irónico, porque hay algo ahí que uno quiere conseguir. Es el formato canción. Y es el motivo. Y es una artesanía. Eso es lo que te lleva a escuchar algo una y varias veces, en vez de esta escucha superficial en la que estamos metidos. Algunas de estas cosas solo necesitás escucharlas una sola vez, y después decís ‘¿Querés que te mande un aplauso por e-mail?’”.
Es un atolondrado chico el que se presenta una semana más tarde en los Henson Studios de Hollywood, para el cumpleaños número 41 de Mayer. El músico, despatarrado en una silla cerca de la consola, está junto a su banda, desperdigada por la sala de control, y Franscoviak, manejando la computadora, buscando cerrar las partes rítmicas de “I Guess I Just Feel Like”, que grabó aquí unos días antes. Cansinamente, Mayer muestra los pulgares, pide mover el relleno de batería de una canción a otra y dice cosas como “Bueno, mi día está hecho”. Viste unos jeans emparchados, botas de gamuza Visvim y un elegante reloj de oro, pero su remera a la moda y extra large le da un aspecto de muchacho.
Cuando la escucha termina y Mayer se pone a hablar, uno entiende por qué su amiga Stevie Nicks dice “Todos maduran a lo largo de los años, pero John tiene un adorable espíritu infantil que no cambia. Eso lo hace un gran escritor”.
Cuando traigo el caso de Tucker Carlson, que en su show de Fox News tocó el tema del “contrato masculino” de Mayer, él ignora el nombre y sigue adelante con una explicación sobre cómo deja que sus amigos filtren opiniones en la prensa. Pero luego decide ahondar en su propia “experiencia como usuario” de la fama, utilizando el ejemplo de Kanye West. Como Mayer lo ve, él falló en lo que West triunfó: en elevar su arte sobre todo lo demás y en absorber las “energías negativas” que resultan de acumular incansablemente la atención del público.
“Creo que él tomó una decisión muy consciente años atrás –esto es en defensa de Kanye West–, la de poner más sobre la mesa que cualquier otro músico conocido –explica Mayer–. Recuerdo estar con él en su casa, hace quizá dos o tres años. Esa noche me di cuenta de que había dedicado la mayor parte de su vida a la invención… Tengo el mayor de los respetos así como un montón de admiración y empatía hacia aquellos que entregan lo mejor de sí por su arte”.
Pero el Kanye West que visitó al presidente Trump en su Oficina Oval, dice Mayer, es como un luchador de la MMA “que no muestra compasión”, y lo preocupa una nación que funde su humanidad con las imágenes que proyecta en las redes sociales. Una cansina, más pesada vuelta de tuerca sobre “Waiting on the World to Change”, “I Guess I Just Feel Like” apunta a capturar la desesperación de la vida norteamericana alrededor de las elecciones de medio término de 2018. (“El mundo está cambiando cada cuatro semanas. Tres semanas, probablemente –dice Mayer–. Si no sacás una canción al mes de haberla escrito, es muy posible que llegues tarde para dar tu visión del mundo”. Esa es la razón por la que solo escribe singles y no hay planes para un próximo álbum).
Mayer culpa por la desesperación a la “marca personal”: “Es uno de los hechos sociológicos más desafortunados que ocurrieron en los últimos 15 años”, dice. Mayer conoce los peligros de la marca personal mejor que nadie. De lo que está seguro, lo que tiene en su cabeza al buscar la verdad, lo que le genera algunas risas y quizás algún problema, es esto: “No estás acabado cuando decís la cosa más shockeante. Estás acabado cuando decís la cosa más shockeante y lo único que conseguiste es un parpadeo”.