Hace 50 años, el oscuro y olvidado productor británico terminaba con su vida. Revolucionó la manera de registrar canciones y logró introducir el primer hit en Estados Unidos previo a la Invasión Británica.

Al momento de su suicidio, Joe Meek se encontraba en decadencia y paranoico. Las técnicas que desarrolló y revolucionaron la industria británica hacia finales de los cincuenta e inicios de los sesenta habían sido imitadas y hasta superadas por The Beatles en Revolver. Aquel fatídico 3 de febrero de 1967 era a su vez la octava conmemoración del trágico accidente de su más grande ídolo: el guitarrista texano Buddy Holly, muerto en un accidente aéreo junto a Big Hopper y Ritchie Valens.
Joe Meek fue, probablemente, el productor discográfico más importante de Gran Bretaña durante los años previos a la Invasión Británica, cuando la música instrumental y los cantantes pop reinaban los charts.

Si bien sus inicios fueron con temas como Johnny Remember Me, para el actor John Leyton (acompañado por The Outlaws, un grupo de sesionistas que incluyó entre sus integrantes a un jovencísimo Ritchie Blackmore), su punto de inflexión fue con Telstar, de 1962, ideada para el grupo instrumental The Tornadoes (quienes a su vez tenían una carrera paralela como banda de apoyo del cantante Cliff Richard). La canción logró vender millones de ejemplares y ser el primer hit británico en colarse en los charts estadounidenses.

El compositor francés Jean Ledrut inició un juicio por plagio al sentir que la canción de Meek se asemejaba demasiado a la banda sonora que había compuesto para la película Austerlitz de 1960, dirigida por Abel Gance. Meek vio sus regalías congeladas del hit compuesto en colaboración con Geoff Goddard, su mano derecha.
El incio de Telstar, que replica el sonido de un transbordador espacial en pleno despegue, contó con todos los secretos del pequeño estudio casero que el productor tenía en el primer piso de 304 Holloway Road: desde grabar el sonido de burbujas de agua hechas al soplar por un sorbete, la interferencia de la señales de una radio, el registro superpuesto de varias canillas abiertas –sumándole eco e invirtiendo la cinta– a experimentar con dos canales y cambiar el tono de las voces.

Su fascinación por la carrera espacial lo llevó a registrar I Hear a new world: un intento de disco solista en el que experimentó con todas sus técnicas más exorbitantes, más cercana al space age pop de Juan García Esquivel con insomnio que al rock comercial de Billy Fury. Su otra obsesión era el ocultismo y el mundo de los muertos. Meek era ávido fan de la Ouija. La leyenda dice que llegó a advertirle a Buddy Holly sobre cómo y cuándo sería su muerte.

Meek también fue un triste caso de la discriminación estatal hacia los homosexuales, condenados como criminales. Paranoico, con problemas financieros por el juicio y su carrera en decadencia debido al brote de la psicodelia y a su fama de huraño, el 3 de febrero de 1967 asesinó a su casera a sangre fría y luego se suicidó.

Su final recuerda al de Walter Benjamin, quien acabó con su vida al llegar a la frontera francoespañola luego de que los nazis la cerraran, sin poder imaginar que sería abierta a la brevedad y hubiese podido escapar: Meek fue declarado inocente de plagio a las tres semanas de su muerte, sin poder aprovechar las ventajas del dinero de su inmortal composición y tornando así, su muerte, en una tragedia sin sentido.