João Gilberto, el artista brasileño que murió el 6 de julio a los 88 años, pasó su última década de vida más solitario que nunca. Pero aún recluido en su departamento en Río de Janeiro, adverso a las visitas, y lejos de los escenarios y los estudios en los cuales brilló durante 50 años, no abandonó la música y aún así siguió buscando obsesivamente la canción y el ritmo perfectos.
En las notas de Chega de Saudade, el álbum debut de Gilberto lanzado en 1959, Antonio Carlos Jobim, otro genio de aquella época de transformación radical de la música brasilera, fue un visionario: «João Gilberto no subestima la sensibilidad de las personas. Él cree que siempre hay espacio para algo nuevo, diferente y puro que, aunque a primera vista no parece, puede convertirse, como dicen en el lenguaje especializado, en altamente comercial”.
Esa sutil ironía era un mensaje a muchos profesionales de la industria discográfica que no comprendían la fascinación que el oscuro cantante y el guitarrista despertaban en la elite de los músicos brasileros. Jobim, el arreglista del primer álbum y autor de tres canciones emblemáticas (“Chega de Saudade”, “Desafinado” y “Brigas Nunca Mais”), tenía razón. A pesar de la resistencia inicial de los programadores, tan pronto como el single “Chega de Saudade” llegó a la radio, se propagó como fuego. João Gilberto se volvió viral. Y su nueva y original forma de tocar y cantar samba, casi como un monje budista, se volvió un patrón a seguir en el bossa nova. Luego, esta estética que alguna vez fue tan sofisticada, conquistaría Brasil y a partir de 1960 se extendería en todo el mundo luego de ser adoptado por el jazz y por las estrellas de pop; desde Miles Davis hasta Frank Sinatra.
A principios de 1950, a los 20 años, João Gilberto cambió Bahía por Río de Janeiro e intentó encontrar un lugar con una escena musical efervescente y competitiva en la capital de Brasil en aquel entonces. Su talento comenzaba a ser reconocido, pero era opacado por su comportamiento inestable. Casi siempre llegaba tarde a las reuniones o simplemente ni siquiera aparecía. Hasta llegó a desaparecer por casi dos años, cuando pasó cierto tiempo deambulando por los campos de Brasil, hospedándose en casas de amigos o parientes. En 1957, un João Gilberto renovado y confiado regresó a Río. Con un ritmo único de guitarra y una voz suave, sin agitaciones, llevó a cabo su revolución delicada e instantánea. La música brasilera nunca volvió a ser la misma, y comenzó a mencionarse entre los mejores artistas de jazz y de pop en el mundo.
Después de ver al papa del bossa nova en noviembre de 1962 en un concierto en el Carnegie Hall que introdujo el estilo en los Estados Unidos, Miles Davis comentó que Gilberto “sonaría bien leyendo una guía telefónica”. Y João Gilberto sonaba muy bien, desde las exitosas canciones de bossa nova que él impulsó a lanzar e interpretó, así como también con los antiguos y memorables sambas y boleros o los temas emblema de Gershwin y Cole Porter. Gracias a sus discos y sus tantos conciertos grabados, João Gilberto continuará embelesándonos.