La música electrónica suena cada vez más fuerte. La canción que todos cantan hoy, nadie la recuerda mañana. El dubstep asciende y cae en algunos meses. Porque es así: las modas pasan, los géneros sobreviven. Y el blues, después de mil batallas, es la confirmación de ello. Jay Bird es otro de los tantos proyectos solistas que encaran la defensa del que es, en definitiva, el padre de decenas de estilos.
Su disco debut, recién estrenado, es una receta de ocho pasos para reconstruir un audio que ya no existe: en su sonido todo es tenue y claroscuro. Sobran las referencias a Tom Waits y sobra la paciencia. Porque en un contexto coyuntural en el que el estribillo apremia, los sonidos ultraprocesados mandan y el hit obliga, él prefiere el midtempo sin pretensiones de éxito, pero con sobrecarga de buen gusto.
Tampoco es necio: hay blues, sí, y también hay progresiones típicas del género. Pero, además, hay cruza de sonidos. Y cuando hace falta, todo se vuelve western o suena fuerte el ritmo country. Y cuando se hable de bellas muchachas, los arreglos de jazz endulzarán el ambiente. Y cuando la canción hable sobre caballeros de la noche, sonará la oscuridad de los tonos menores. Pero sea cual sea la intención de la canción en particular, la generalidad obliga al contexto: el play es necesario de noche y con un whisky en la mano.
La descripción de su sonido lo deja en evidencia: sus influencias, su búsqueda, fue más adquirida que heredada. Hace algunos años, el músico colombiano pasó una larga temporada en Inglaterra, de pub en pub, de banda en banda. Y en esa experiencia cambió rock clásico por blues oscuro y western de paladar tarantinesco. Ahora, tan solo unas semanas después de la salida de su disco debut, sigue la aventura: el 13 de octubre presentará oficialmente su trabajo en Lucille, en el barrio de Palermo, en el que será su último show en la Argentina. Unos días después enfundará la guitarra y volará a Francia, para vivir en Europa. No: para sonar, cada vez más fuerte, en Europa. Y lo que quedará aquí de él no es poco: la certeza de que hay un sonido misterioso, nocturno e inexplorado a un clic de distancia.