Si bien la Gaviota de oro que besa Javiera Mena brilla, lo que ilumina la escena es su sonrisa, la brillantina en su pelo y el piano blanco que la ayudó a derribar los prejuicios de la audiencia del Festival de Viña del Mar. Cementerio de elefantes de una larga lista de grandes artistas. Dos años después de eso, Mena no es sólo la artista pop más conocida de Chile sino que, ahora refugiada en Sony, está decidida a conquistar nuevos terrenos.
Su 2018 va de punta a punta: la edición del texturado y profundo Espejo, prueba fiel de que las decisiones artísticas siguen bajo su perspectiva creativa, y el estreno a fin de año de un documental sobre Gustavo Cerati conducido por ella. Se trata de la serie BIOS de National Geographic donde Mena hará de cronista y se embarcará en un viaje para descubrir en profundidad la etapa artística y la vida personal del líder de Soda Stereo.
¿Cómo nació la idea de que participes en Bios?
– La productora quería conseguir una host que esté interesada en la obra de Gustavo. Me ubicaron a través de una amiga, por medio de Whatsapp. Fue un honor recibir esta invitación y lo enfrenté con responsabilidad. Lo hice con muchas ganas porque para mí Cerati es muy importante. Como letrista y como músico.
¿Te veías como cronista de una historia en la televisión?
– Nunca lo había pensado pero igual soy como una persona un poco curiosa. Mis amigos siempre me marcan una cualidad de escucha y de que saco conclusiones de lo que voy escuchando. Dicen, además, que facilito la charla con los demás. Suelo hacerlo siempre, en cualquier circunstancia. Cuando voy en el taxi soy la típica que saco charla. Como que le aflojo el habla a la gente.
Tuviste acceso al mundo íntimo de Cerati, ¿qué podés rescatar de ese proceso de indagación?
– Charlé con un montón de gente. Hablé con la persona que lo acompañó durante toda su carrera que es Adrián Taberna (ingeniero de sonido). Al no ser una persona tan mencionada, nunca me había percatado de su importancia pero luego de estas charlas lo considero fundamental para Gustavo. También pude hablar con toda su familia. Hasta con su primera novia, de hecho nos trasladamos a la pizzería donde ellos iban. Aparecerán cuestiones inéditas y detalles que no son tan conocidos. La historia que fui registrando está llena de detalles que nunca salieron a la luz. Todos estos entrevistados dieron un testimonio muy profundo porque entendían de qué iba este documental. Un trabajo hecho con mucho respeto, un viaje hacia la mente de Gustavo.
De Esquemas juveniles (2006) a Otra era (2014), Javiera Mena construyó una verdadera carrera en la soledad de la independencia. Eso no evitó que su público crezca y que artistas de renombre como Julieta Venegas y Jorge Drexler la integren al mapa musical de América del Sur. Tanto en aquella instancia como en su actualidad (artista de disquera masiva), los viajes siempre fueron muchos. “Es por eso que mi melomanía se tuvo que ir deconstruyendo”, dice riéndose, “tuve que invertir ese proceso de acumulación de discos en des-acumulación. Aunque por supuesto tengo una pensada colección bien guardada. Allí están los discos de Cerati, por ejemplo”. Entre ellos figuran Bocanada (“Es el que más escuché y siempre retomo alguna canción de esa placa”) y Canción animal (“Es el que más me gusta de Soda Stereo”).
¿La conexión con Benito Cerati era inevitable?
– Y sí. Hablamos un montón porque tenemos modos similares de abordar el pop, de cómo pensar la música. Él es muy melómano, le gustan bandas que a mí también. Tenemos conexión. Hemos salido, también, por fuera del trabajo del documental, a tomar algo y a charlar mucho. De hecho, en uno de mis últimos recitales en Chile se dio que él estaba por allá y lo invité a tocar un tema. Se dio una amistad muy linda.
¿De qué se trata esa forma de pensar el electro-pop que coincide con Benito?
– Tenemos referentes parecidos en cuanto a, por ejemplo, la música electrónica. El comienzo del 2000. Conoce mucha música noventera como su padre. Tipo My bloody Valentine. También música house. Tuvimos mucha empatía en ese sentido. Sumado al abordaje de las letras. Tenemos esa idea poética de utilizar palabras musicales, de fonética linda. Eso creo que también pertenece a Gustavo.
En cuanto a la composición de las letras, en Espejo (2018) el foco fue distinto al de tus discos anteriores.
– No tiene tanto amor erótico pero sigue con ese tono de romanticismo. Me interesa mucho el cambio y tenía ganas de experimentar otro tipo de letras. El tiempo me dio una habilidad: transportarme a otro lado. Creo que eso lo exploré más en este disco. Y creo que tiene otro conductor, el del autoconocimiento. Creo que en esa línea está Gustavo pero también los Pet shop boys. Son gente que pueden hablar incluso de política y no darse por aludidos. Crítica social con aparente liviandad, eso es muy interesante. Una buena liviandad.
Hablás de transportarte a otro lado y del autoconocimiento y es inevitable relacionarlo con tu largo proceso de meditación. ¿Esta práctica influyó mucho en tu carrera?
– Me interesa mucho el camino de meditar seriamente. Es algo que lo hago todos los días y me ha traído muchos beneficios. La gente a veces tiene el prejuicio de que la meditación te va a llevar a estados elevados de conciencia y en realidad es al revés. Se trata de estar más aquí, de no irse por las ramas de la mente, de los pensamientos. Se trata de poner un ancla y tratar de quedarse más, la verdad es que a mí me ha dado buenos resultados para componer, para la neurosis y para, incluso, el insomnio.
Rodeado de un humo mortal, la tapa de Bocanada lo encuentra a Gustavo Cerati en un trance que podría relacionarse a la meditación. Fondo azul, cierto abrigo y los ojos perdidos en la nada. Era muy chica cuando Javiera lo vio en vivo por última vez. Tanto que su padre la llevó y luego la pasó a buscar por la puerta del Estadio Nacional, en Santiago de Chile. “Es muy importante para mí”, repite Mena sobre uno de los artistas pop más trascendentes de la región Sudamericana.