En varios sentidos, Janet Jackson sigue siendo la misma persona que conocí 29 años atrás, mientras rodaba el videoclip de “Rhythm Nation” en la planta de energía de Pasadena, California. Ella tenía 23 años. Observé por horas sus perfectos movimientos paramilitares de un baile que exhortaba al mundo a romper la barrera del color de piel. Ella era intensa. Al final del día fui invitado a su tráiler, donde había cambiado su uniforme negro por un conjunto de jeans amplios y una remera blanca suelta. Ahora estaba lejos de ser intensa. Era reticente, hasta tímida. Hablaba tan bajito que tenía que inclinarme hacia ella para escucharla. Le incomodaba hablar con un extraño y, con gran delicadeza, daba a entender que cuanto más breve la entrevista, mejor.
Esto pasó tres años después de su éxito masivo, Control, de 1986 –su primer N° 1 en el Billboard 200, hoy cinco veces Disco de Platino certificado por la RIAA–, y yo esperaba al menos cierta altanería o autoindulgencia. No hubo nada de eso. Su éxito más bien parecía avergonzarla. Hablar de su vida privada y de sus logros profesionales parecía dolerle. Entonces optamos por conversar sobre música, sobre la música de otra gente. Joni Mitchell, Sade, Nina Simone. Ella se encendió ante la mención de Marvin Gaye, a quien llamó “nuestro John Lennon”. Mientras Jackson revelaba lo serio de su visión artística para Janet Jackson’s Rhythm Nation 1814 y su precedente en Songs in the Key of Life, de Stevie Wonder, se dejaba traslucir su ambición. En su habla casi susurrada ella articulaba la grandeza de sus sueños artísticos. Su confianza, profunda y consistente, se ocultaba tras su notable dulzura.
Casi tres décadas después, habiendo cumplido 52 años, su pasión permanece intacta: el perseguir grandes proyectos artísticos al tiempo que mantiene su privacidad. Su comportamiento de bajo perfil –todavía dulce, apenas audible– desafía la menor ostentación, pese a los logros que le hicieron obtener el Icon Award en los Billboard Music Awards de 2018: álbumes N° 1 en cuatro décadas consecutivas, 32 millones de álbumes vendidos en los Estados Unidos (según un estimativo de Billboard basado en certificaciones de RIAA, Nielsen Music y reportes de archivo), 40 hits en el Billboard Hot 100, incluyendo diez N° 1, y mucho más. Pero más allá de la consistencia de su carácter, la Janet que reencontré había sin duda cambiado, en gran parte porque ahora es madre.
Nuestras recientes conversaciones empezaron en diciembre de 2017, en su espacioso departamento de Manhattan. Antes de arrancar la charla, ella baña con ternura a su hijo de un año, Eissa, y luego lo arrulla hasta que se duerme profundamente (Janet se casó con el padre de Eissa, Wissam Al Mana, un empresario de Qatar, en 2012, y se separó a principios de 2017). Inocultablemente enamorada del niño dormido en la habitación contigua, Janet ahora está lista para la entrevista. Se ríe con más frecuencia y sin restricciones. Y aunque las ambiciones artísticas que conocí décadas atrás están intactas, ahora se encuentra dispuesta a reflexionar sobre sus deseos.
Me reencuentro con Jackson en mayo, en el living de su suite en Malibú, California. Es una mañana nublada, con el cielo y el mar de un trágico color gris, pero Janet, que viste unos simples pantalones negros, está de buen humor. Tiene el pelo atado en un rodete sobre su cabeza y no lleva maquillaje ni joyas. “Siempre la varonera”, se ríe. Es esbelta, el resultado de haberse preparado para el último tramo de su State of the World Tour, una gira de verano que incluye shows en Essence, Panorama y los festivales Outside Lands, así como una performance en los BBMA.
Pese a los frenéticos entrenamientos para los shows al tiempo que graba canciones para un nuevo disco, Jackson parece haber resuelto los típicos dilemas familia vs. carrera, haciendo ambos deberes con facilidad. Retomamos donde dejamos la conversación en Nueva York, escarbando en su música y en la historia que la rodea. Con un lenguaje preciso y meditado, Janet coloca a su carrera en un contexto de colaboración y de constantes conquistas de sus propias luchas contra su inseguridad.
Once álbumes de estudio: seis en el siglo 20, cinco en el 21, y todo comenzó a los 16 años. Vayamos al comienzo, cuando se lanzaron tus dos primeros discos, Janet Jackson, de 1982, y Dream Street, de 1984.
Había excitación en el ambiente. La música estuvo siempre en mi corazón y yo iba a hacerlo cantar. Las canciones eran buenas, pero no eran mías [Janet solo empezó a coescribir sus canciones en el álbum Control]. Eso era algo confuso. Sabía que tenía algo para decir, que debía ser más asertiva. También sabía que debía atravesar las mismas dificultades que mis hermanos. Tuve que agradecerle a mi padre su ayuda y después largarme sola. Tenía que afianzarme.
Y tomar “control”.
Control fue sin duda el gran cambio. Pero creo que el concepto fue a veces malinterpretado. Yo soy una creyente. Sé que Dios tiene el control absoluto. Pero también sé que transformarme en una controladora va contra mi naturaleza. Soy más una colaboradora que una controladora. Entonces veía el control, incluso a mis 20 años, de un modo modesto y limitado. Por ejemplo, accedí a ser producida por Jimmy Jam y Terry Lewis. Eso fue crítico, porque ellos no eran controladores. Me dejaban hacer. Me animaban a contar mi historia, a expresar mis actitudes y a darle para adelante con mis convicciones. Me animaban a escribir. También tenía el control para seleccionar coreógrafos y directores de video que pudieran canalizar –y ayudarme a dar forma– a mis propios pasos de baile, a volverlos una poesía visual. Yo no controlé a esa gente maravillosamente creativa, y ellos no me controlaron a mí. Se trató más de moldear una relación fructífera. Y sobre la base de esas relaciones y del éxito de Control pude afianzarme con más osadía.
¿Podemos hacer una pausa para escuchar el track que da título a Rhythm Nation?
Seguro. [Cierra los ojos]. Recuerdo que tras realizar un demo en crudo tuve una visión del video. Estaba determinada a hacer una versión larga porque creía que la canción lo ameritaba. Le pregunté a Gil Friesen, mi agente de prensa en A&M, si podía llevarlo en mi jeep hasta las colinas de Malibú para escuchar la canción. El viento soplaba, el sol te quemaba y la canción sonaba a todo volumen. “Es buena –dijo Gil–, pero tenés que hacerte a la idea de que será una filmación cara. Te va a costar una fortuna. No creo que tengamos ese presupuesto”. Yo subí el volumen y volví a pasarla. Cuando le pregunté a Gil si quería oírla por tercera vez, sabía que iba a acceder [a la filmación].
Que Gil [muerto en 2012] descanse en paz. Él fue un amante de la música que entrevió que necesitaba cantar sobre cosas que me importaban, como el racismo. Entendió mi necesidad de protestar. Tengo la suerte de que mis primeros mentores –especialmente los dueños de sellos Herb Alpert y Jerry Moss– estaban completamente dedicados a los artistas. No solo me permitieron sino que me obligaron a hacer lo que quería.
La percepción general es que así como Marvin Gaye fue de What’s Going On a Let’s Get It On, vos fuiste de Rhythm Nation a Janet, de 1993.
Janet tenía un filo muy sexual, porque eso era lo que estaba pasando en mi vida. Yo estaba descubriendo el placer físico y me encantaba escribir sobre la sexualidad. Traté de hacerlo con gusto y sutileza, pero también quise empujar un poco los límites.
Tengo un tema inédito de ese período que ilustra tus palabras. Quiero hacerte escuchar tu versión de “Pillow Talk”, de Sylvia Robinson, que quedó fuera del disco.
[Sonríe mientras suena la canción]. No sé qué estaba pensando cuando la excluí. Ahora que la escucho por primera vez en años siento que me equivoqué. Quizá debió integrar el disco. Creo que no quise meter un cover por mi ansiedad para pulir mis condiciones como compositora. Tengo otros poderosos recuerdos de Janet, como lo honrada y emocionada que estuve cuando [la gran diva de la ópera] Kathleen Battle cantó conmigo en “This Time”. Fue algo así como una innovación. En contraste, fue bueno incluir el rap de Chuck D en “New Agenda”. No quería que el álbum ignorara temas serios. Estuve muy metida en el trabajo de Maya Angelou cuando, una noche en que no podía dormir, escribí estas líneas para una canción: “Debido a mi género, escuché muchas veces ‘no’. / Debido a mi raza, escuché ‘no’ demasiadas veces. / Pero con cada ‘no’, gano fuerza. / Por eso como una mujer afroamericana, me paro firme y con orgullo”. Esas líneas viven en mi mente. Son como un mantra.
Hablando de orgullo, desde temprano vos estuviste involucrada con el movimiento de orgullo gay.
Es una comunidad muy hermanada y adorable que siempre me inspiró. Yo suelo escuchar mis propios discos, pero cuando pongo Velvet Rope (1997) y escucho “Together Again” recuerdo a todos los amigos que perdí por el sida. Fue importante para mí honrarlos no tristemente, sino a través de una canción celebratoria. Su espíritu hizo mucho para sostener el mío. Cuando a veces la gente habla de Velvet Rope lo define como mi disco más sexy. Pero el corazón del disco no es en absoluto acerca del sexo. Es acerca de cómo, en desafío a la muerte, nos mantenemos todos “de vuelta juntos”. Es un himno al amor que no muere. Otra cosa importante de Velvet Rope fue trabajar con Q-Tip, otro genio. Siempre me gustó A Tribe Called Quest. Entonces, en “Got Til It’s Gone”, fuimos capaces de combinar a Tip con la sublime Joni Mitchell. Yo estaba en el cielo.
Contame sobre trabajar con Luther Vandross. El dueto “The Best Things in Life Are Free” fue incluido en tu álbum retrospectivo Design of a Decade: 1986-1996.
Fue un desafío total. Luther tiene asegurado un lugar en el panteón de crooners de soul. Tenés que retroceder hasta Sam Cooke para encontrar otro cantante con la sensibilidad y fineza de Luther. Adoro su voz. Qué flexibilidad. Tono perfecto, enunciación perfecta. Un cantante de cantantes. Tuve también la suerte de hacer una canción dance y que Luther se adaptara a mi estilo rítmico. Debido a su genio, lo hizo a la perfección. Las modas vienen y van, pero el arte de Luther durará por siempre.
El siglo 21 empieza con dos álbumes [All for You, de 2001, y Damita Jo, de 2004] donde se nota que hiciste un esfuerzo consciente por aligerarte.
Lo hice. Sentía que me estaba tomando demasiado seriamente. El arte es algo serio, pero cuando un artista (o al menos una artista como yo) pierde su sentido del humor o de diversión, hay algo que está faltando. Cada tanto vuelvo y rescato algo de esa pequeña niña que llevo adentro, la que quiere liberar energía y repartir alegría. Como alguien que combatió la depresión, es algo no solo importante, sino vital. A veces la música puramente feliz es la mejor medicina que puedo ingerir. Missy Elliott, una artista increíble que siempre estuvo a mi lado como fiel amiga, hizo un remix fabuloso de “Son of a Gun” en All for You que derivó en el video que realizamos juntas. Eso fue divertido. Volvimos a juntarnos en “The I”, de Discipline (2008), cuando yo estaba trabajando con Rodney Jerkins y Jermaine Dupri. También me encantó colaborar con Kanye West en “My Baby”, de Damita Jo. Eso fue en 2004, la época de College Dropout, cuando el mundo recién estaba reconociendo su talento.
Saltando hacia adelante algunos años, recuerdo haber presenciado un momento difícil de tu vida. Estabas grabando en el estudio de Rodney Jerkins en Los Ángeles, un año después de la muerte de tu hermano [en 2009], cuando entraste a mirar una revista y encontraste una foto de Michael. Y dijiste “Todavía no puedo creerlo”.
Esto me trae a la mente una anécdota preciosa. Ocurrió a inicios de los 80. Yo tenía 16 años y estaba metida en mis primeros discos. Michael se encontraba grabando Thriller. Estaba por grabar su voz en “P.Y.T.” y me pidió si podía ayudarlo en los coros. Como cantamos juntos toda la vida, sabía que sería fácil. Me encantó ser una de las chicas P.Y.T., y estaba especialmente orgullosa (espero que esto no suene mal) de que al mezclar el disco mi voz se iba a destacar. No puedo decirte lo bien que me hizo sentir.
De tu más reciente álbum, Unbreakable, de 2015, el single fue “No Sleep”. Tiene un tinte romántico, pero me pregunto si la idea vino porque, como reciente mamá, un bebé te despertaba todas las noches.
[Risas]. Escribí esa historia sobre un track de Jimmy y Terry antes de que naciera el bebé. Así que, obviamente, no era algo que me estaba pasando. Me gustaría decir que las noches de insomnio, por más cansadoras que sean, son algunos de los momentos en que escribo mis mejores cosas.
Contame sobre la música que estás escribiendo ahora.
Ojalá pudiera. No trato de esquivar tu pregunta y mantenerme en secreto, pero la verdad es que no analizo el proceso creativo mientras está en marcha. Soy muy intuitiva para escribir. Me puede inspirar cualquier cosa. Esta mañana vi a una adorable mujer japonesa entrada en años, caminando las calles de Hollywood con un lindo bonete que tenía flores rojas. Ella puede ser una canción. Recordé un capítulo especialmente doloroso de mi vida anoche, antes de acostarme. Eso puede ser una canción. Desperté esta mañana oyendo el canto rítmico de un pájaro que cautivó mi corazón. Quizás eso pueda volverse un ritmo. Como todo el mundo, mis sentimientos son fluidos. Mis ideas son pasajeras. Y me gusta que sea así. No puedo decidir con anticipación cómo será una canción o el concepto de un álbum. Prefiero dejar que las canciones y los conceptos vengan a mí antes de salir a buscarlos. Me alegra no ser metódica ni consciente a la hora de escribir. Es importante que mantenga un acercamiento espontáneo a la composición. No quiero forzar las cosas. Quiero ser un canal para cualquier imagen o emoción que pase por mi inspiración. La espontaneidad es muy importante. Permite la sorpresa, y para mí, la sorpresa es aquello que quiebra la monotonía cotidiana. Cuando la música expresa genuinamente lo que estoy experimentando, me siento libre. La música me hace eso. Sus propiedades curadoras son extraordinarias.
Mucha de tu música en las últimas cuatro décadas fue para tirar mensajes positivos, ya sean personales o sociales. Dado el estado actual de la nación, ¿te sentís desanimada?
No, estoy ansiosa, enojada, ciertamente preocupada, pero cuando escucho que nuevos artistas encuentran su voz, como yo encontré la mía, soy optimista. Los jóvenes artistas exhiben más coraje que nunca. La música está más viva que nunca. Y es más relevante. Nosotras, las mujeres artistas –y las mujeres en general–, decimos que no seremos controladas, manipuladas o abusadas. Estamos determinadas a no ceder a aquellos días de esclavitud mental e incluso física. Es una bendición estar viva hoy y unirse a la lucha por la igualdad de todos los seres humanos.
Mencionaste a jóvenes artistas. ¿Quiénes te impresionan más?
Daniel Caesar prueba que el R&B romántico está vivo y goza de buena salud. Kendrick Lamar y J. Cole demuestran que la narrativa brillante y original es uno de los principales dones que trajo el hip hop al mundo. SZA demuestra que las mujeres jóvenes aún poseen extraordinarios estilos y habilidades vocales. También tengo un lugar especial en mi corazón para Bruno Mars. Bruno fue el primer músico al que respondió mi hijo. Durante el parto y después de él, me consolaba escuchando jazz brasileño, una música que siempre me relaja. Después, cuando el bebé empezó a gatear, Bruno se hizo famoso y sonaba en la radio todo el día. Escucharlo nos alegraba a los dos. Bruno es un recuerdo de los días en que los grandes artistas lo hacían todo: escribían, cantaban, bailaban, producían.
Y aquí estás, una madre soltera de 52, a punto de entrar al estudio, hacer nueva música, aprender nuevos pasos de baile y embarcarte en una gran gira. ¿Cuál es la fuente de tu motivación?
La motivación está en mi ADN. No podría perderla ni aunque quisiera, y no quiero. La motivación es algo que atesoro. Además, pese a todas las dificultades, esta es la vida que amo. Estoy rodeada por un equipo de bailarines, cantantes y músicos que adoro. Tengo unos fans que me apoyan y los llevo pegados en la piel. Son el mundo para mí. Ahora, más que nunca, cantar, sea en el estudio o en un escenario, me trae una satisfacción que no encuentro en ningún otro lado. Como millones de otras mujeres, luché contra la baja autoestima toda mi vida. En ese sentido, estoy mucho mejor. Mi propensión a ser crítica y negativa conmigo misma bajó drásticamente. Creo en todos los métodos de ayuda, psicología, ejercicios vigorosos y sincera espiritualidad.
Dios es la potencia curadora más fuerte del universo. En mi mundo, Dios a veces se expresa mediante la música, y es la música la que derrota a las fuerzas negativas. Es la música la que ahoga esas voces que te dicen que no sos suficiente. Es la música, y su fuente divina, la que me dona el conocimiento de saber que la armonía es aún posible. Y mientras hablamos de ser positivos, dejame decir que mi hijo, con sus escasos 17 meses, me mostró que el amor, no importa cuán intensamente lo hayas experimentado, siempre puede ser más profundo. El amor es ilimitado. Y yo, que me crié en el show business, donde mirarse el ombligo es una prioridad, cuán afortunada soy ahora por preocuparme, ante todo, por el bienestar de otra persona. Día tras día y noche tras noche, teniendo al bebé en mis brazos, estoy en paz. Me siento bendecida. Siento felicidad. En esos momentos, todo funciona bien en el mundo.